Los artistas Andrea Motis y Zenet protagonizaron el viernes una nueva noche de música en el Festival de Jazz de San Javier, que este año está celebrando su XXII edición.

Un fenómeno popular

La trompetista, saxofonista y vocalista Andrea Motis mantiene un vigoroso pulso de actuaciones, y su éxito es el mayor fenómeno popular que ha visto el jazz de aquí en décadas.

Formada en la Escola Municipal de Música Sant Andreu, Motis sobresalió desde niña y, con 15 años, ya tenía en el mercado Joan Chamorro presenta Andrea Motis (Temps Record), el disco de debut de la mano de su mentor. Fue Chamorro quien estimuló su faceta como cantante, que compatibiliza con su instrumento, la trompeta. Su jazz parte de la tradición clásica y de los estándares, pero no se queda ahí. Últimamente compone y se abre a otros estilos diferentes. No solo es fusión con jazz y bossa nova, sino también otras músicas más autóctonas, y sus conciertos son bastante acústicos y jazzísticos; bastante tradicionales, por decirlo así.

Tras grabar Emotional dance en Nueva York, esta vez ha elegido ir hacia la música de Brasil, pero a la de antes de la bossa nova, siempre pasando por el filtro y el contexto del jazz, claro. Son unos sonidos que han interesado siempre mucho a los músicos de jazz, como prueba el trabajo de Stan Getz.

Motis ha grabado canciones de gigantes de la samba como Ismael Silva o Paulinho da Viola, y de otros autores más actuales, pero el hecho de dar el salto a una multinacional como Verve -que acogió a grandes como Ella Fitzgerald, Stan Getz o Norah Jones- no ha mermado su independencia creativa. Aún no está desarrollada por completo como intérprete, se siente ahora muy flexible y abierta a hacer cosas distintas, y ante la comodidad de los estándares, prefiere probar con temas propios en su segundo álbum en solitario, Do outro lado do azul, que centró el repertorio.

Recurre al swing clásico y bossanova, además de lo suyo, un jazz (be bop, hard bop, Brazil...) que convoca a su alrededor asombro y vértigos, y que canta con una voz de caramelo líquido. Por ejemplo, He's funny that way, una pieza que Billie Holiday cantaba durante su etapa más sórdida, tiene menos timbre, pero más profundidad en el fraseo. Motis la adapta alegremente y con una soltura inusual.

Empezó con la excelente I didn't tell them why y alternó entre swing y bossa, pasando por delicadas interpretaciones de temas populares como Mediterráneo y Rabo de nube. El resultado fue un menú ligero y bien condimentado, apto para el consumo de un público de amplio espectro.

En cada nota Joan Chamorro pone el alma. Algo parecido ocurre con Josep Traver a la guitarra, que sabe alternar magistralmente las labores de andamiaje con el protagonismo en los momentos que lo requieren. Por su parte, Esteve Pi sostiene con la batería a la banda, y la hace crecer sin levantar la voz. Mención aparte merece Ignasi Terraza: el pianista barcelonés es uno de los más relevantes del jazz español, y su sola presencia en el proyecto ya da una idea de su potencial. Bastó una pequeña ronda de solos al final para constatar su enorme categoría; un swing implacable y una elegancia total impregnaron todas y cada una de sus intervenciones. Liderar una banda así son palabras mayores. La seguridad que aportan lleva aparejado un coste si lo que se quiere es brillar a su lado.

Motis sonó muy natural, ha desarrollado un vibrato delicado y sutil, y gusta. Pero aún se echa en falta un poco más de pellizco, de vértigo. Sobria y precisa con la trompeta, igual que le pasaba al genial Chet Baker, la voz se antojaba una prolongación de su instrumento. Alejada en cierta manera de la corriente estadounidense, esta vez atrajo con ritmos brasileños y mediterráneos. Un homenaje a la música en portugués donde mostró canciones como Sombra de lá o Dança da solidão, esta última original de Paulinho Da Viola, con un solo de trompeta digno de una gran virtuosa. Dejó para el final una sofisticada versión de Ain't no sunshine, de Bill Whithers, y se despidió con Never will I marry, de Franck Loesser, dando alas a su trompeta.

Motis tiene peso sobre el escenario; también elegancia, buen gusto, swing y groove, pero no se permite ninguna pirotecnia superflua con la que desviar la atención del objetivo: hacer música y hacerlo bien. Más allá de su juventud, de la fragilidad que transmite su presencia física, a su ritmo, musicalidad e intención suma ideas, un fraseo ágil y un talento musical indiscutible no solo como intérprete, sino en su papel como líder de una banda formada por algunos de los mejores y más reputados músicos del jazz español. Sigan a esta chica.

Con guapería

Arrebatador y verdadero, Zenet presentaba La guapería, su más reciente trabajo discográfico (versiones de boleros cubanos antiguos), que se ha alzado con el Premio Internacional Cubadisco 2019.

Para Zenet no importa si las canciones tienen sesenta años o más; no importa si cantarlas hoy a su manera implica retar el recuerdo de aquellas voces que los hicieron icónicos (Bola de Nieve, Olga Guillot,, Nelson Pinedo, Marta Valdés...), o estrenar en su voz un bolero de ahora mismo con el estilo y el fraseo de los años cincuenta. A nadie pidió permiso Zenet para apropiarse como lo hace de este puñado de canciones y boleros latinos, verdaderos clásicos de esos que cantan pasiones difíciles y desgarrados desamores, y arroparlos con la guapería de su voz. Acompañado por un grupo de músicos cubanos que ha desarrollado parte de su carrera en España, ha firmado un nuevo capítulo de una trayectoria en la que ha trasgredido géneros y estilos, con estas músicas que rozan lo sagrado, que llegan a tocar una parte del alma. Transporta a La Habana con ese sonido de la sección de metales mezclada con violines. Es la que suena por ejemplo en Borrasca, de Nelson Pinedo.

Zenet, con su banda -José Taboada (guitarra española), Manuel Machado (trompeta), Ove Larson (trombón de varas), Jorge Vera (piano), Moisés Porro (percusión), Yrvis Méndez (contrabajo) y Raúl Márquez (violín)- dota cada pieza de un sonido añejo y cristalino a la vez, agarra de la cintura a los laureados autores cubanos. Se pega unos bailes con Bola de Nieve y Celeste Mendoza, con Olga Guillot y, por supuesto, Marta Valdés o el Trío Matamoros, cantando sus canciones y mirando a los ojos del bolero más canalla y bello (hay un apartado cercano al son); roza el peligro quedándose a solas con el piano en Es tan difícil, ese bolerazo de Bola de Nieve, o en Ansias locas, popularizada por la reina del bolero Olga Guillot, a la que Zenet añadió guiños al Manisero de Machín en una especie de recreación del inicio del jazz latino, donde entra el mambo y se convierte en un chachacha lento.

La voz arenosa, de tesitura justa y bien afinada, se crecía en temas como Un beso de esos, en la que el trompetista Manuel Machado se llevó una gran ovación por su brillante solo. Y es que cada intervención de Machado era un espectáculo, por su enorme sonido, su digitación y sus fraseos. El culmen de todo fue Imágenes, que añade a los vientos la tensión emocional del violín con una gran paleta de matices.

Además, Zenet, vestido de lino blanco como corresponde, que viene de la tradición actoral, tiene buen pulso para contar anécdotas, todos siguen atentos sus palabras ("Si Chet Baker levantara la cabeza, haría uno de estos").

Historias de almas medio rotas, corazones frágiles y amores de final de película en blanco y negro, que él, 'crooner' con duende, hace humanas. Es diferente a todos, y aunque lo suyo suene más a club y cabaret, tampoco le viene mal ejercer en un festival de jazz tan ecléctico como el Jazz San Javier. Y es que esas historias con personajes montados sobre ondulantes habaneras, swing de cansado piano, chanson, tango, copla, son, filin, bossa, canzone..., resultan de una sencillez y una eficacia impresionantes, se cuelan por las rendijas del alma.