No es baladí, ni improcedente, el guiño que hago al cine en el título de estas palabras al notable acontecimiento que concurre en el homenaje que los arquitectos murcianos tributan, tan merecidamente, a su compañero Juan Antonio Molina Serrano (Murcia, 1944). La iniciativa del Colegio de estos profesionales puede encuadrarse en el afectivo aprecio que Murcia siente por su obra, voy más allá, por su personalidad y figura. Pertenece a una generación que ha dado luz a una nueva manera de entender el espacio desde esta tierra luminosa y en ocasiones, fatídica. No me excedo en el término porque la valoración artística, aquí, en este sur esquinado, suele llegar tarde y a destiempo. No es el caso de Juan Antonio en el que se ha acertado en tiempo y forma.

En la sede oficial de COAMU, en Murcia capital, se ha inaugurado una exposición con los proyectos más importantes y con fotografías y documentación, que atañen a su carrera; con toda la vida de gran nivel artístico que ha vivido el arquitecto murcianísimo, del barrio del Carmen. Acompañando al feliz evento una publicación importante se añade a la detallada información. Una entrevista en profundidad donde se descubren los rasgos personales del autor, sus motivaciones, sus encuentros con las artes plásticas, con el cine, con el teatro y su escenografía, completan un retrato sugerente y, sobre todo, ajustado a la verdad y a la importancia humana y técnica de Molina; y un manojo de textos de personas ligadas a tan hermoso oficio vinculadas en cercanía, completan la edición oficial; que podría haber sido, por supuesto, mucho más amplia en razón de los méritos de los que se ocupa.

Personalmente el trabajo de Juan Antonio Molina me cerca y acerca el sentimiento; le conozco y me reconozco en la amistad coincidente en algunos tramos del camino, con su inquieto quehacer. Él era un adolescente en años infantiles míos, cuando brilló por primera vez con sus inquietudes cinematográficas. Eran los años sesenta y aquel muchacho se atrevía a poner en imágenes un texto de Kafka («Al alcance de la mano»1962) ante la sorpresa de los autores de aquel cine amateur murciano tan importante como ingenuo. De pasmo generalizado podría calificarse el acontecimiento cinematográfico; una camarita familiar de 8 mm. un celuloide blanco y negro y por delante un texto inasequible a la mayoría. Juan Antonio Molina explica muy bien en la edición y en sus numerosas entrevistas, el camino que ha recorrido, su inclinación final hacia la arquitectura con notabilísimos éxitos; premura del detalle y el rigor técnico y su complementaria actividad en otras disciplinas. Arte en general, teatro o escenografía. Curiosidad por un amplio concepto del sentimiento creativo; una sensibilidad ennoblecida por el estudio. Se me amontonan los recuerdos de aquellas reuniones con César Oliva o disfrutando con sus charlas sobre Art Decó -por poner un ejemplo- que tanto nos hicieron cristalizar en nuestro estado mineral de aquel tiempo. El estrecho laberinto de su apartamento de estanterías abarrotadas de libros y vídeos con películas mil, que no creo a nadie capaz de reproducirlas en una vida. Tal vez él lo haya hecho.

El manual y la exposición están llenos de descripciones de proyectos emblemáticos, algunos, en apariencia, pequeños, pero siempre en la vanguardia del éxito en sus diseños. A diario, casi, al paso de mi ciudad, me reencuentro con la iniciativa de Juan Antonio Molina y sus «escenarios» cuyo símbolo, para mí, es el árbol de la plaza de San Bartolomé que es también, obra suya; de su curiosidad por todo lo vivo, por la sombra necesaria de nuestro callejero. Es solo un monumento vegetal, cuando lo suyo es el hormigón, pero muy significativo en el verdor de lo nuevo. Hoy vive en una jubilación merecida de la obligación; con paz interior y creativa; con tiempo libre. Viaja y guarda sus equilibrios. Ha dado a Murcia, a la Politécnica de Cartagena y al Archivo Regional, su biblioteca y documentos. Ejemplar vida la suya al servicio de Murcia, a la que siempre sirvió generosamente. Me alegra mucho que se lo reconozcan.