El espectador se estremece al entrar en la exposición Siete que Pedro Cano, el maestro de Blanca, ha montado en la Sala de Verónicas de Murcia. Viene de lejos la admiración por el artista y se actualiza con el recorrido plástico que nos ofrece la obra consolidada de un pintor que cultiva la excelencia.

Verónicas, uno de los mejores y más atractivos espacios expositivos, luce una obra enorme; con la universalidad actualizada de un drama humano de hoy que a todos nos quema y nos daña; el éxodo, la huida de miles de refugiados que rechazan el horror en sus países de origen. Albania en destrucción y tragedia. Pedro Cano, con su visión plástica, reivindica una paz necesaria del individuo; denuncia la injusticia social y desenmascara una angustia contemporánea de la que quizá seamos espectadores demasiado fríos.

El argumento y la forma de expresarlo es una inminente reflexión a la que debemos atender con urgencia ante el hermoso delirio artístico del alma preocupada de un autor que penetra en la llaga de todos los sentidos; resentimiento, podríamos llamarlo, convulsión del espíritu y del ánimo. La obra se abre a la esperanza en los trípticos dedicados a las bicicletas como metáfora y al dolor matizado en las escenas de niños que juegan sin conciencia de su futuro incierto. Y siempre la bruma gris medio que lo envuelve todo significativamente.

La diferencia entre lenguaje y oficio da la cara en la magistral exposición que alardea de magnificencia y de un libre y contenido cromatismo que hace más intensa la percepción y la agónica mirada que nos cautiva, nos aprisiona y nos enfrenta a un sentimiento de solidaridad auténtico. La expresión del pintor vuelve a aquella innovadora nueva figuración de la pintura española engrandecida en el pasado siglo XX. Forma y concepto. Literalidad de la expresión pictórica y de la figura humana. Plasticidad extenuante en los óleos pero también en los cuadernos de apuntes y en los dibujos; en la participativa y generosa intención de Pedro Cano al aceptar pintar en el muro ante el asombro del visitante.

Necesariamente hemos de hablar de pintura, abstraernos y distanciarnos, aun con esfuerzo, del significado de la exposición; convenir en la vieja afirmación de aquellos pintores que, en el pasado, tan bien pintaban y tan poco talento tenían, para dejar fuera del grupo a Pedro Cano, que luce sabiduría y plasticidad; inteligencia y valencia lírica y pictórica. Son sus maneras de siempre, su regalo fraternal a un simbolismo dibujado a la manera imperecedera de los mejores artistas universales.

Sugerente y mágico, eterno y actual, brillante y conmovedor. Hay percepción del sufrimiento humano en nuestros ojos nuevos en los que repasamos, palmo a palmo, el valor de los lienzos que componen la gran sinfonía del arte que nos propone. A veces parece inhumano, arcángel del pigmento enriquecido. Suyo el aroma y fragancia del mejor de los mundos posibles. Mis palabras se quedan en un paupérrimo testimonio del acontecimiento. La crónica de la belleza está expuesta para la contemplación serena y hasta para la meditación sobre la historia y el relato.

Se habita siempre desde la relación de verse las caras, de encararse con aquello que surge ante nosotros. El fenómeno de la pintura de Pedro Cano está ahí en la llamada de atención, también al corazón. Mejorar alumbrados por la poesía del arte es algo que entra en el buen gobierno del destino del ser humano. Porque la tristeza de la noche escamotea muchas veces al grupo de seres accidentados en la piel; y siempre a la muchedumbre despavorida.

Es necesario que la sombra, el reflejo que se observa en la obra, el trazo, la sutil sugerencia del dibujo, mantenga su condición personalizada, no la desordenada de la gran masa abrupta que oculta la magnitud de la tremenda sorpresa. Cada obra de la exposición de Pedro Cano es una luz, una llama encendida, una guía para el camino fraternal imprescindible y para entender qué se puede decir pintando.

Pedro Cano. 'Siete'SALA DE VERÓNICAS. MURCIA

Hasta finales de julio