Entre lo eterno y lo fugaz, entre esos dos límites inaprehensibles del tiempo se mueve Rosario Guarino en Los márgenes del tiempo (MurciaLibro, 2019), su último libro, un poemario surgido de donde emana la auténtica poesía: de lo más hondo de sus sentimientos. De sus anhelos y de sus querencias; de sus seres más queridos, sus recuerdos y sus rincones más añorados.

Los márgenes del tiempo es, ante todo, un libro de amor. Amor a la vida y amor a los nuestros, a quienes vamos encontrando por el camino y a quienes se alejan irremisiblemente de él tras habernos puesto una muesca en las paredes de nuestra celda vital. Amor a nuestros sueños y a quienes comparten con nosotros la vida. Amor por quienes se convierten en nuestros guías iniciáticos y por quienes alguna vez nos hirieron.

Pero es también, en muy alta medida, un libro que pone de relieve el afecto hacia todo lo que nos hace vibrar: a cada mes de julio, a la libertad, al canalillo de agua que reparte vida en la huerta, a los árboles en flor y a ese ocaso que queda prendido para siempre en nuestra memoria con el recuerdo de un beso. Y a Música y Poesía, las dos musas que acuden, invariablemente, en ayuda de la escritora en momentos difíciles. Y es también, como lo es la vida, una declaración de amor a la risa y al llanto, y a los amores pasajeros y a las amistades eternas, como nos recuerda la autora en esos machadianos recuerdos de infancia en los que se resume líricamente ella y su obra.

¿Qué ha querido reflejar en Los márgenes del tiempo , su nuevo poemario?

Sobre todo he querido rendir homenaje a aquellas vivencias que quedan fuera del poder devorador y destructivo del tiempo y que conservamos aparentemente intactas -en realidad las vamos adornando de recuerdos que las disfrazan- para revivirlas voluntariamente, o bien nos asaltan de improviso, evocadas por un olor, una palabra, una imagen... Mi naturaleza es nostálgica. Encuentro placer en el recuerdo, y en la emoción que ese recuerdo me provoca al volver a pasar por el corazón, que es precisamente lo que significa 'recuerdo' según su etimología latina. Eso es lo que creo que subyace en el poemario.

¿El tiempo fija conceptos e ideas o los sume en el olvido?

La memoria es selectiva. Nada se olvida para siempre, cuando menos lo esperas brota de nuevo. Hay quien no olvida afrentas y vive con rencor, hay quien vive huyendo del pasado, tratando de evitar recuerdos dolorosos... En cualquier caso, todo lo que hemos vivido está en nosotros y nos acompaña siempre, y en parte hace de nosotros lo que somos. No podemos escapar del tiempo, pero tratar de aferrarse a él tampoco es sano.

¿Hay que tomar el tiempo con ese 'abandonarse' que expone en el primer poema, o hay que beber la vida con intensidad y tratar de construirla? ¿O no son incompatibles ambos conceptos?

En absoluto son incompatibles. Hay un tiempo para cada cosa, como digo precisamente en uno de los poemas de Los márgenes del tiempo. El tiempo presenta una vertiente objetiva, digamos 'mecánica', que es la que miden los relojes, y otra esencialmente subjetiva, y ambas conviven. Un instante puede convertirse en una eternidad, y por otra parte solemos decir y escuchar con frecuencia que tempus fugit: el tiempo vuela. Probablemente ninguna otra 'realidad' es tan multiforme y diversa, pues puede ser tan pesado como el plomo, tan ligero como el aire, o tan dúctil y escurridizo como el agua.

¿Compartir con quienes ama lo que siente es lo que más le llena a la autora?

Sin duda. Compartir es lo que da su verdadero sentido a las cosas y multiplica el disfrute. Lo contrario empobrece. Vivir para uno mismo es vivir a medias. Y como a veces es difícil expresarlo o encontrar a un interlocutor en tu onda, ahí está la poesía, para soltar en la escritura lo que se lleva dentro y dejarlo ahí, agazapado a la espera de que halle a alguien a quien le diga algo, y también para encontrarte, en la lectura, con otro ser que ha sentido y se ha emocionado en situaciones reales o imaginadas con las que por cualquier razón coincides.

¿El tiempo construye o devora?

El paso del tiempo deja su impronta en nosotros, y es obvio que causa el envejecimiento de quienes tienen la fortuna de gozar -o sufrir- una larga vida. Hay a quienes disgusta decir su edad, no porque no quieran cumplir años, sino porque cumplirlos implica ir deteriorándose físicamente, y ¿quién no quisiera permanecer siempre lozano, vital y enérgico, como en la edad de la juventud? Aunque hay quien nace viejo, y hay quien mantiene toda su vida un espíritu juvenil. No podemos escapar a los estragos del tiempo, es ley de vida envejecer.

Por otra parte, ya se sabe aquello de que el Hombre es el único animal que tropieza tropecientas veces con la misma piedra... Tendemos a repetir esquemas y es difícil evitar determinadas situaciones, pero hemos de intentarlo y no flaquear en el empeño.

¿Es el tiempo un aliado o un feroz enemigo?

A mí me gusta verlo como lo primero. El tiempo es, sobre todo, un gran maestro. Plutarco de Queronea, en la Vida de Solón (uno de los siete sabios de la Antigüedad) ponía en su boca estas palabras: «Envejezco sin dejar de aprender muchas cosas». Yo creo que siempre hay ocasión de aprender, y el tiempo nos da la oportunidad de hacerlo si no cerramos nuestra mente y nuestro espíritu a novedades sin dejar de asentar los conocimientos adquiridos con el aprendizaje y la experiencia. Siempre es tiempo de aprender. Y de rectificar. El tiempo no es nuestro enemigo. Nuestros enemigos somos nosotros mismos.

Dado lo fugaz de nuestras existencias, ¿debemos optar por el carpe diem ?

El verbo 'carpo' no significa vivir desenfrenadamente y con despreocupación hacia las responsabilidades, como erróneamente suele creerse, sino recoger el fruto y exprimirlo. Los romanos, que llegaron a construir el mayor imperio conocido en la Antigüedad, fueron en sus orígenes un pueblo esencialmente agrícola y ganadero, y su lengua está plagada de metáforas que hacen referencia a ello. Como en carpe diem. Eso es lo que conviene hacer con la vida, sea corta o larga: vivirla intensamente. Con plena consciencia de su lado más amable y de su belleza, con alegría y plenitud.

Pues carpe diem .

Idem dico.