El Cendeac de Murcia inicia hoy la novena edición de su Curso de Introducción de Arte Contemporáneo que, bajo el título 'Interiores', se prolongará hasta mediados de junio. En ese tiempo, seis especialistas en arte, crítica, arquitectura y literatura abordarán, desde diferentes disciplinas, conceptos relacionados con los 'Interiores', invitando a los asistentes a «reflexionar sobre los interiores privados y las delimitaciones físicas o conceptuales que los separan del exterior público, así como a redefinir el espacio de la intimidad». Y la primera en aparecer por el centro será, a partir de las ocho de esta tarde, la guipuzcoana Sabina Urraca. Periodista de inmersión, escritora de autoficción y profesora de escritura, la autora de Las niñas prodigio -su primera novela, editada por Fulgencio Pimentel y ganadora del Premio Javier Morote, además de ser una de las seleccionadas por New Spanish Books- está interesada en todas las gradaciones que van desde la autobiografía hasta la ficción más pura, y cree en la mezcla de todas ellas como la forma de ficción definitiva. Ha colaborado y colabora como periodista en El País, El diario.es, Vice, Notodo, Infolibre, Hoy por hoy y Cinemanía, entre otros medios y prorgramas.

Todas las sesiones se celebrarán a las 20.00 horas y la entrada es libre hasta completar el aforo. Quien desee obtener certificado de asistencia deberá inscribirse enviando un correo a inscripciones@cendeac.net, indicando el nombre del curso y los datos personales (nombre completo y DNI), así como asistir a la actividad (al menos a cinco de las seis sesiones) y firmar en la correspondiente hoja de firmas. Se puede obtener más información en www.cendeac.net.

¿Es semejante el proceso amoroso y el de la escritura, como se refleja en El final de la historia

Es posible que la escritura de un libro se asemeje al proceso amoroso, siempre que este proceso amoroso sea el proceso de una relación tortuosa: sufriente, destructivo, pero con pequeños momentos de luz. La escritura pasa por el cuerpo y la mente del escritor, traspasándolo, dejando a su paso todo alterado y fuera de su sitio, y en eso se parece muchísimo a ciertas relaciones. En la novela de Davis, el intento de superación del amor perdido y el empeño en narrar ese proceso en una novela son hermanos siameses. Hay la misma zozobra, el mismo ir y venir en las dos tareas que acomete el personaje.

¿Con Las niñas prodigio (2017) pretendió en algún momento dinamitar la tradición literaria o más bien dar voz a un tipo de niña que nunca la ha tenido?

No pretendía nada en concreto. Sólo tenía ciertas cosas en la cabeza a las que quería dar salida. Siempre digo que nadie va a abrir un camino maravilloso y deslumbrante, que ningún libro ni ninguna obra dinamitará nada, que ningún escritor es necesario. Mi libro no era necesario, como no lo es ningún libro. Pero me gustó escribirlo y me alegra que a mucha gente le guste leerlo. Porque no sabemos muy bien por qué estamos aquí, pero por lo menos aprovechemos para estar entretenidos. Y, en ese sentido, está bien que existan los libros, aunque no sean estrictamente necesarios.

¿Tenía claro qué era lo que no tenía que escribir cuando se mudó a la Alpujarra granadina para escribir el libro?

Tenía una emoción, un sentimiento claro que quería transmitir, pero la traslación de esta emoción a palabras sucedió casi por completo allí, en parte gracias a la casa en la que viví. Sólo sabía que, aun habiendo mucha ficción, la novela debía ser (y no sólo transmitir) 'verdad'. Me di cuenta de que muchas veces mi verdad, la verdad que yo quería narrar, era más fiel a lo que sentía si la ficcionaba. Pero ese tipo de procesos sucedieron allí. Puedo decir que antes no tenía ni idea y de que fui a tientas, intentando dilucidar qué era lo que sí y lo que no quería escribir.

¿Tenía conexión a internet? Lo digo porque muchos de sus textos giran en torno a las redes sociales.

Los primeros dos meses no. Un par de veces al día conectaba los datos del móvil al ordenador para leer el correo y enviar artículos. Después conseguí que me configuraran un router para poder conectarme a la red pirata de Internet que tenían algunos vecinos. Las redes sociales fueron tremendamente importantes en el año que pasé allí. Además de que me mantenían un poco conectada a la realidad en la que había vivido hasta entonces, me servían como catalizador de historias y tonos.

¿Hasta qué punto las redes pautan su existencia y su escritura?

Hasta un punto que a veces me asusta. Pero, por lo general, sólo tengo buenas palabras para las redes. Son un escaparate de la belleza y la miseria humana. Y tener ese documento permanentemente disponible es un regalo para un escritor.

¿No le cansa un terreno tan hostil? Pocos trabajos tan precarios como el periodismo son sometidos a tanto escrutinio.

Ha habido muchos momentos en los que me he cansado. Me he agotado de la precariedad económica, de la velocidad vertiginosa de producción de contenidos y de la cárcel que puede suponer el personaje que la gente va configurando en sus cabezas a medida que va leyendo tus artículos. Pero la mayor parte del tiempo me compensa.

¿La cultura del like nos está convirtiendo en auténticos imbéciles?

Querer encajar y ser adulado siempre ha estado ahí. Ahora, simplemente, tiene una manifestación más obscena en modo de emoticonos de manitas diciendo: « okey» y corazones palpitando. Es sólo una transformación del sentimiento animal de pertenencia y de necesidad de saber, por supervivencia, que ocupas un buen lugar en la tribu.

¿Le da miedo publicar un segundo libro?

Me da pavor, me paraliza no ser capaz de escribirlo. Aparte de este miedo cerval a no saber hacerlo de nuevo, me aterra pensar de dónde voy a sacar el tiempo para escribirlo. Me pregunto cómo lo hacen otros escritores. Este mundo de presentaciones, eventos, charlas y talleres es un monstruo muy complaciente que te da la sensación de que vas viento en popa como escritor, cuando en realidad supone una procrastinación constante, una evasión del sentarse y terminar el libro.