Me refiero, claro está, a los escultores murcianos Anastasio Martínez Hernández (1874-1933), a su hijo Nicolás Martínez Ramón (1905-1990), a su nieto Anastasio Martínez Valcárcel (1941) y a su bisnieta María Luisa Martínez León, que además de escultora tiene publicada su tesis doctoral sobre la obra y personalidades artísticas de su familia. Un compendio casi inabarcable porque estos artistas han trabajado durante décadas en todas las disciplinas del oficio, dentro de la monumentalidad de los encargos de la época, en la colaboración con la arquitectura, compartiendo talleres con otros insignes, en la religiosidad de un estilo reconocido y reconocible, también, en la enseñanza.

Durante años he observado con tristeza cierta sordidez y cicatería a la hora de los estudios teóricos sobre la escultura en Murcia en relación a estos nombres tan representativos, como un callado maleficio injusto. En múltiples ocasiones, en exposiciones colectivas o publicaciones técnicas, no han figurado sus aportaciones a la escultura, de forma más caprichosa que explicable; tan solo Antonio Oliver, en su libro Medio siglo de artistas murcianos -referido a la primera mitad del XX-, cuenta con exactitud los innumerables trabajos y el talento artístico de la saga, que ha completado un itinerario patrimonial a lo largo de nuestra geografía -y la menos cercana- amplísimo, valiosísimo y singular.

Este repaso que hoy hago es un motivo más para declarar la necesidad de llamar a Murcia 'El País de la Escultura'. Cada día lo vemos en museos, galerías y por nuestra ciudad, y precisamente en estos días, el artista Nicolás de Maya habla en la Academia de la Arrixaca de los discípulos caravaqueños de Salzillo.

Popularmente se han conocido las vicisitudes del Cristo de Monteagudo, de Nicolás Martínez Ramón, una obra que por sí sola habla de Murcia y de nuestro espíritu. Pero Murcia es así, se vuelca, se enamora o despecha con facilidad. Y me viene a la memoria la figura de Antonio Carrión Valverde, o la de Juan Díaz Carrión.

La tesis de María Luisa nos informa con todo detalle y documentación lo que corresponde a las realizaciones de su padre, abuelo y bisabuelo, incluso de su propia hermana, recientemente fallecida. Es exhaustiva en el dato, en darnos a conocer para que al paso de nuestros movimientos y miradas queden claras las aportaciones de cada uno de los artistas de esta nómina familiar formidable. Poca gente sabe, por ejemplo, de los trabajos de Martínez Hernández en la fachada del Casino de la capital, con las cabezas de los dos leones que sirven de dinteles a la balconada; piezas muy enraizadas con el modernismo alicantino de Novelda, asunto estudiado y publicado en su momento, más allí en la vecindad que en nuestra Región. A veces se nos ve mejor, de forma más diáfana en la lejanía, que en la proximidad vecinal.

Los escultores, los Martínez, los Hernández, Ramón, Valcárcel o León fueron, son, personas asequibles, amables, muchas veces desinteresadas con un gran amor al oficio y a Murcia, aquella, y esta nuestra tan aviesa en la caricia del pensamiento, tan incómoda a la hora de corresponder con gratitud. Por suerte, la obra es imperecedera, está en nuestras calles, en nuestras plazas, en la corona singular de nuestros castillos. De piedra, de mármol, en bronce, eso que llamamos poéticamente 'materia definitiva', y que es situación de la escultura que tanto me gusta.

En el fastuoso imafronte barroco de la Catedral también actuaron haciendo reparaciones; ahí queda la cabeza de San Pedro y otras actuaciones que se busca documentar. Que no cese el estudio, que no cese el noble trabajo encomendado por generaciones, que nos reconciliemos con nuestros artistas y sus esfuerzos, con la inmensa alegría de haber servido a Murcia de forma ejemplar.