Espido Freire (Bilbao, 1974), ganadora del Premio Planeta por Melocotones helados (1999), presenta esta tarde en Murcia -en la Sala de Ámbito Cultural de El Corte Inglés de Gran Vía- su último trabajo, Pioneras, un breve recorrido por la biografía de veinte mujeres que fueron las primeras en «algo» -desde Carmen Conde hasta Gabriela Mistral-, siendo ese «algo» la clave que abrió el camino a muchas otras para luchar por sus sueños y derechos a pesar de las adversidades, explica su autora. Freire, que estará acompañada por la también escritora Mª Ángeles Ibernón, ha charlado con LA OPINIÓN de cara a este encuentro.

P Pioneras habla de veinte mujeres españolas e hispanoamericanas que cambiaron el mundo, ¿cómo nació la idea?

R Se había hecho algo parecido en la editorial gallega Xerais con mujeres pioneras de allí que tuvo muy buena acogida; parecía lógico que ahí había un 'hueco' y que podíamos saltar hacia el público español, en general, y hacerlo con un número de mujeres hispanoamericanas un poco más elevado. Y así lo hicimos. Pioneiras va por su segundo volumen y la primera entrega de Pioneras es la que se está presentando ahora.

P ¿Qué más nos puede contar de este proyecto?

R Bueno, se trata de un álbum ilustrado que está destinado a todos los públicos, pero principalmente a los niños a partir de 10 años. Pioneras está pensado para enseñarle a los niños quiénes fueron estas mujeres -algunas olvidadas y otras conocidas- que marcaron y nos facilitaron a los demás el camino hasta aquí.

P Desde la cartagenera Carmen Conde hasta Gabriela Mistral y Penélope Cruz. ¿La obra sigue algún orden?

R En este caso ha sido por orden cronológico: empieza por Beatriz Galindo, la primera pedagoga -en este caso de Isabel la Católica-, y finaliza con una mujer, cuyo nombre permíteme que no desvele, pero que es muy conocida y que continúa todavía viva.

P Otras mujeres a las que dedica unas páginas en Pioneras son Clara Campoamor y Rigoberta Menchú, pero también a Elena Masetas y Amalia Torrijos, por ejemplo, a las que la Historia ha dejado -en comparación con las anteriores-, quizá, un poco de lado.

R La idea era hablar de las mujeres que firmaron, antes que nadie, un hito complicado o difícil, y dentro de ese grupo teníamos que hacer una selección, entre deportes, literatura y ciencia. Había algunas muy conocidas, pero a otras las tuve que investigar. Por ejemplo, tuve que buscar quién había sido la primera mujer que había jugado al fútbol en España de manera oficial, o quién fue la primera alcaldesa o la primera médico, cuestiones en muchos casos muy complicadas de responder porque los obstáculos que debían superar para figurar como tal eran muchos, y en algunos casos -en medicina, pongamos- algunas se licenciaban pero no llegaban a ejercer. Fue una búsqueda muy interesante en la que descubrí mucho talento olvidado y algún talento reconocido pero dejado atrás como el de Clara de Campoamor o Frida Kahlo. También tuve que dejar fuera muchas mujeres interesantes que ya veremos si aparecen en otros volúmenes o no.

P También historias más recientes y que demuestran que la mujer no deja de romper techos, y nunca mejor dicho en el caso de otra de sus protagonistas: Edurne Pasabán, que coronó catorce montañas de más de 8.000 metros.

R Edurne es una mujer muy especial con un corazón enorme. Mira, hace unos días estaba en el Tíbet apoyando a la fundación de mujeres que ha creado. Edurne nos habla de resistencia física, psicológica, así como de la honestidad con la que ha afrontado siempre sus retos. Es alguien que ha demostrado que no hay techo: quería subir hasta lo más alto y lo ha conseguido.

P ¿Qué tal ha sido el trabajo con Helena Pérez, que es quien se encarga de poner el toque de color a Pioneras?

R El resultado, que está a la vista, es muy plástico, y hemos logrado algo que para mi era muy importante como es huir de una ilustración demasiado infantilizada o excesivamente sexualizada. Hay veces que, por alabar la belleza de esas mujeres -un rasgo externo, un rasgo físico-, nos apartamos de la realidad; pero Helena tiene un talento enorme y ha sabido gestionar esta cuestión con una gran precisión. Además, ella trabajaba sobre el texto ya escrito, así que para mí ha sido una sorpresa ir descubriendo su arte.

P Ha dejado entrever que Pioneras podría tener una segunda parte, pero el tema no da solo para un nuevo tomo, sino para una enciclopedia.

R El libro esta aún recién salido del horno, así que primero vamos a ver cómo lo acogen los lectores, que son los realmente importantes, y a partir de ahí iremos decidiendo. Pero estaría encantada de seguir trabajando en un nuevo volumen de Pioneras; además, puedo permitirme decir que, dada la expectación de los primeros días, los augurios son buenos. Pero el lector es quien manda.

P Regresa a Murcia, donde estuvo hace poco, el pasado mes de noviembre -si no me equivoco...-, en unas jornadas sobre educación en las que abordó esta cuestión desde el ámbito cultural, algo que debe ser fundamental.

R Yo creo que es fundamental. El problema es que muchas veces los sistemas educativos no opinan lo mismo o, sencillamente, dan prioridad a otro tipo de habilidades. Es muy curioso: todos estamos de acuerdo en que la lectura, la escritura o la redacción son aspectos esenciales en la educación de los chavales; estamos empeñados en que los niños lean, en que los adolescentes tengan una buena formación cultural..., pero lo cierto es que a eso no le acompaña una inversión seria. Hay ayuntamientos o fundaciones que se vuelcan, pero no acabamos de encontrar esa semilla que prenda, sobre todo con el tema de la lectura. ¿Cuál es el problema? Que los adultos tampoco leemos; no estamos dando un gran ejemplo a nuestros hijos, que luego prefieren hacer lo que nosotros hacemos, que es trabajar con el audiovisual, divertirnos con el audiovisual, estar en redes sociales o alternar con los amigos. Nada de eso es negativo, pero una educación potente en cualquiera de estos ámbitos requiere un esfuerzo, y ese esfuerzo tiene que ser alentado por los adultos.

P En 1998 apareció su primer trabajo, Irlanda, que recibió un premio de los libreros franceses. ¿Cómo ha evolucionado Espido Freire a lo largo de estos más de veinte años?

R Era una jovencita de 23 y ahora soy una mujer de 44; no solo he evolucionado como autora, espero haber evolucionado en todos los aspectos de mi vida, porque, si no, mal andamos... La edad te va quitando impulsividad y te va añadiendo un mayor conocimiento del mundo y de tu oficio. También lima la ambición -no resta, pero sí matiza-: yo quería cubrir todas las áreas, todos los géneros literarios, y poco a poco lo he ido consiguiendo, pero empezamos todos con sueños de gloria y ahora, en mi caso, esos sueños quieren ser más bien de calidad. Se moderan esas expectativas tan altas y, al conocer más de la vida, se puede transmitir más a los que vienen detrás; una cuestión que ha sido siempre una de mis obsesiones.