El Museo del Romanticismo de Madrid muestra hasta el 17 de marzo la primera exposición monográfica que se celebra sobre Rafael Tegeo (Caravaca de la Cruz, 1798 - Madrid, 1856). Se trata de un artista fundamental en la escena artística de la primera mitad del siglo XIX, y uno de los primeros introductores de la sensibilidad romántica en la pintura española.

Uno de los comisarios de la muestra, Carlos G. Navarro, pone de manifiesto que ''Tegeo es un pintor olvidado por la historia de la pintura hasta cierto punto'', matizando que, ''por muchas vueltas que se le ha dado a la historiografía, es un hombre que no ha podido sepultarse como sí se ha hecho con el resto de los pintores de su generación'', como es el caso de Valentín Calderera, cuya fama como documentalista o como estudioso ha permanecido, pero de cuya pintura apenas han quedado noticias.

Sin embargo, Tegeo sigue apareciendo ''en los manuales más esenciales en la historia de la pintura española del siglo XIX''. ''Su nombre continúa asomando enmascarado de errores, con su obra desordenada cronológicamente y convertido casi en una suerte de logogrifo, de personaje absolutamente inexplicable en el panorama de su tiempo'', apuntilla Navarro, quien pone de manifiesto que, ''gracias al esfuerzo del Museo de Romanticismo, podemos reencontrarnos con un Tegeo ordenado, con las fechas de sus obras adecuadamente organizadas y con una trayectoria más o menos bien establecida''.

La muestra se encuentra ubicada en el espacio para exposiciones temporales y en las salas superiores del centro. En la primera sala se han ordenado los retratos, respetando lo que la tradición ha consagrado como las obras maestras del caravaqueño. ''Como Tegeo siempre ha sido respetado como un retratista, eso es lo primero con lo que se encuentra el visitante'', explica el comisario. Así, a lo largo del recorrido que propone el Museo del Romanticismo, se pueden ver algunas de sus obras maestras, como por ejemplo el retrato de José María Benítez, que pertenece al Museo de Murcia y que se puede ver en el salón de baile de la pinacoteca madrileña. También hay un núcleo de exposición en la capilla del museo donde se encuentra la pintura religiosa y, por último, una sala consagrada a la pintura de historia.

A partir de que el Museo del Romanticismo adquiriera La Virgen del jilguero -pieza clave de su producción religiosa y una de las más depuradas pinturas de toda su producción-, la institución puso en marcha la recuperación de la figura de este artista, poco conocido e inadecuadamente estudiado, a pesar de la importancia de su papel en la escena artística de su tiempo. A esta adquisición se sumó, poco después, la generosa e importante donación de la pareja de retratos de Jacinto Galaup y María del Pilar Ordeig, que también forman parte de la exposición y que son un claro exponente de la maestría en el arte del retrato a la que llegaría Tegeo en los años cuarenta. A partir de ahí, el Museo Nacional del Prado, las Colecciones Reales de Patrimonio Nacional, el Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y algunas destacadas colecciones privadas españolas y extranjeras prestaron con generosidad sus obras para reconstruir la vida de un artista singular, a veces no bien entendido, y cuya leyenda ha sustituido la ausencia de una monografía amplia y honesta que recorriera con precisión la vida y la obra del autor. De hecho, la exposición ocupa, en forma de recorrido, los puntos principales de las salas del museo, lo que ofrece al visitante la oportunidad de confrontar las pinturas de este maestro caravaqueño con las obras de otros mejor conocidos y ya consagrados.

Su obra más conocida

Episodio de la Conquista de Málaga, de 1850, es la obra que define a Tegeo como el gran maestro del género histórico. ''Se trata del género al que los grandes artistas del siglo XIX todavía apuntan cuando quieren consagrarse dentro de la disciplina'', matiza el comisario de la muestra, quien recuerda algunos de los puntos de interés en el contexto de la pintura de su tiempo: por un lado, las dimensiones mucho más grandes de lo que es costumbre en obras de historia en esos años; por otro, el paralelismo que establece entre la historia pasada y presente. ''El episodio narra un intento de magnicidio en tiempos de los Reyes Católicos -por parte de Ibrahim-el Djerbi-, paralelo al primer personaje que intentó atentar contra Isabel II'', explica Navarro a este respecto.