Lugares, objeto, tiempo y relato son los principales ejes que vertebran la muestra Lugares del olvido, del artista Antonio Gómez Ribelles (Valencia, 1962). La colección, formada por fotografías familiares antiguas y referencias arqueológicas, se exhibe en la Sala de exposiciones temporales del Museo del Teatro Romano de Cartagena, donde el autor ofrece esta tarde una conferencia titulada El tiempo es una imagen.

La cita será a las siete y media, como cierre de un proyecto en el que el pintor y fotógrafo reflexiona sobre los «lugares que recuperamos, aquellos en los que se proyecta nuestra historia»; una experiencia autobiográfica a partir de la que reconstruye ruinas arquitectónicas que se presentan ahora como intervenciones en el paisaje, dentro de la corriente artística del Land Art. El autor sitúa los objetos en diferentes capas para conformar una poética que recuerda su viaje a Ampurias o lugares de referencia como Segóbriga y Cartagena, entre otros. Imágenes minimalistas pero con enorme fuerza estética que unen historia y naturaleza.

¿Cómo desarrolla este proyecto, Antonio?

Se inicia después de años de enfrentarme a la fotografía antigua familiar y dado mi gusto por la arqueología, presente en mi vida desde niño. Fui a Ampurias con mi padre y no entendía aquello. Es el propio asombro del paso del tiempo lo que me ha llevado a relacionar la fotografía con ciertos lugares arqueológicos que entiendo tienen conexión, al menos en lo que se refiere a método de trabajo de extracción de la historia. Por ello, el sitio más adecuado era el Museo del Teatro Romano.

¿Hay una tarea de investigación detrás de Lugares del olvido ?

Sí, porque tengo que sustentar lo que quiero contar, no en un concepto, sino en varios. Esta exposición se centra en temas como el tiempo, el lugar -pero es un lugar arqueológico que se dirige hacia lo poético, como entorno de relación del ser humano en lo que observa, en aquello que interviene o se deja intervenir-, el objeto -no entendido como 'cosa' (a este último concepto lo hemos dotado de conocimiento y de profundidad)- y, por último, el relato, como toda la historia que funciona en torno a las imágenes y los lugares.

¿Qué pretende narrar?

A partir de esos cuatro conceptos empiezo a seleccionar imágenes. La idea latente es el recuerdo de la caja de galletas donde se guardaban todas las fotos, que también se almacenaban en cajas de cartón o en un cajón, algo muy común en las familias. Esa experiencia de quitar el hilo, abrir la caja y decir: «Esto es arqueología». La foto es arqueología en sí misma, es un documento. Aquí se ha pretendido relacionar fotografía y memoria.

¿Cómo establece esa conexión?

Trabajamos con imágenes que son parte de la memoria familiar o social, pero hay que reconstruirla, de la misma manera que recuperamos un yacimiento arqueológico. Es un proceso intelectualmente parecido, basado en datos, pero al final es una experiencia personal: estar en el sitio, crearlo como lugar de reflexión, como ocurre con conjuntos pequeños de fotografías. La foto es un objeto arqueológico y funciona, probablemente, como una inserción autobiográfica similar a la que se da en redes sociales, cuando la gente muestra todo lo que hace.

¿Qué técnica ha empleado?

Es fotografía intervenida, manipulada; también utilizo libros como material. Hago pruebas de papel y de tinta pigmentada. En muchos casos elimino la zona de la cabeza de los personajes para limar la identidad y a partir de ahí es una persona que no conoces; cualquiera puede sentirse identificado con la imagen. Entonces me apropio de ella; algo que estaba olvidado se convierte en memoria para mí, porque cada cuadro es una actividad artística, una experiencia que hago mía. Trabajo sobre la mesa, sobre el caballete o el espacio, pero no hago bocetos sino montajes.

¿Qué elementos encontramos?

Hablo de la relación entre el pasado y el futuro a través de la fotografía. Es una narración que surge de la imagen. Dices: «Esto qué es y por qué». Y construyo la experiencia de esa historia. Por eso trabajo equiparando la foto de familia con la búsqueda e identificación que realizan los arqueólogos. Esa cuestión de quién está en la foto y por qué. Hay una parte que recuerdas al verla y otra convertida en olvido familiar o social.

¿Una memoria heredada?

Heredada por el conocimiento que otros transmiten. Redescubres esos elementos denominados 'lugares'. Porque 'lugar', a nivel social, no es sinónimo de sitio ni de espacio, sino de aquello donde te proyectas, absorbes, te comunicas y reflexionas; un lugar que en algún momento fue olvido. Lo contrario a los 'no lugares' de Marc Augé. Ocurre lo mismo con las fotos de familia, donde a veces no reconocemos a los personajes que aparecen en las imágenes. Perdemos la referencia. Construyo un retrato colectivo de la familia en el que la individualidad se pierde. Pero en todos ellos hay una historia detrás y otra que se proyecta.

¿Cómo concibe aquí la obra de arte?

Como construcción y conjunto de una conducta; es una identificación. No estoy contando cómo soy, pero sí cómo me he ido enfrentando a lo que he encontrado. La familia es, por las historias que me cuenta, el soporte para definir mi propia experiencia. De ahí que sea una exposición autobiográfica.

¿Cuáles son sus 'lugares del olvido'?

Aquellos que estamos recuperando. Intento llevar las obras a su contexto, pero siempre de una manera muy personal. No me sirven los objetos inconexos sino los elementos representativos. A veces digo que robo cosas que no me pertenecen y las transformo en mi memoria personal a través de investigarlas, de fotografiarlas, de partirlas, de pegarlas, de pintar sobre ellas.

¿Hay simbolismo?

No soy simbolista, no construyo símbolos. Convierto las cosas en una experiencia personal y me proyecto sobre ellas. Es decir, hay una conversación.

¿Y un diálogo con el espectador?

Eso es más difícil. Trabajé sobre mis propias fotografías familiares porque hay que intervenir sobre lo que vemos. Es una postura personal activa. Y eso el espectador lo puede interpretar de forma distinta. En el museo hay tres paredes de exposición y en una de ellas, una vitrina donde se ve una ruina romana que se descubrió en el edificio. Eso lo cierra todo: encontramos la fotografía, la arqueología intervenida, los relatos que construyo de los viajes y la arqueología de verdad.

¿Es una preocupación por recuperar paisajes que anidan en nuestra memoria?

Es una memoria que fue de alguien, de una sociedad y que se convierte en mía. El ser humano es memoria e identidad; no puede evitar ser memoria. Lo llevamos dentro. Si de esa memoria sabemos extraer la identidad, sabremos vivir del pasado de la memoria y del presente y proyectarnos hacia el futuro con una identidad. Para mí, memoria e identidad definen al ser humano.