«Lo que pasó en Murcia no pasó en otras provincias», insiste José Alberto Bernardeau. Tanto es así que, asegura, la Región «tuvo un papel muy importante en la creación del mercado del arte» en nuestro país. Con sus «limitaciones», sí; y a mucha distancia de lo que ocurría en las grandes urbes de la España de los setenta (Madrid y Barcelona), eso también. Pero asumiendo un papel ciertamente relevante -por encima del que ejercieron los vecinos de Almería, Albacete o Alicante- en unos años en los que el gusto por la obra plástica comenzó a teñir de color los grises que pintaban la gran piel de toro.

Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid y doctor en Información y Comunicación por la Universidad de Murcia, Bernardeau es una voz autorizada en estas lides. Lo hace con la experiencia que le otorga haber sido corresponsal en la Región de la prestigiosa revista Descubrir el Arte, así como reportero -especializado durante años en la crónica del arte- de la Agencia EFE. Reconoce que su inmersión en este mundillo fue «casi por casualidad»: «Empecé a hacer noticias relacionadas con el arte; no exactamente críticas, sino entrevistas y comentarios sobre los pintores de la tierra o los que venían a exponer a Murcia. Y, claro, poco a poco me fui metiendo...». Tanto, tan profundo, que hoy la historia de las galerías en la Región lleva su firma, y se presenta el próximo viernes en el Centro Cultural Las Claras.

En más de cuatrocientas páginas, el libro Las galerías de arte en la Región de Murcia, 1970-2000 -ampliación de su tesis doctoral-, Bernardeau relata el nacimiento y desarrollo de un modelo (el privado) que vino a cambiar por completo la forma en la que el arte se entendía en la sociedad española de los últimos años del Franquismo. En medio de «profundos cambios socioculturales y políticos», explica el periodista, «surge en Murcia un «afán, una ilusión... No sé cómo explicarlo. Había un espíritu artístico subyacente, y la apertura de la primera galería desató la euforia. Empezaron a crearse salas una detrás de otra: en Murcia, Cartagena, Cieza... Pero no solo galerías; todo el mundo exponía: los bancos, los comercios, los bares..., ¡hasta una autoescuela! Y lo más curioso es que la prensa también se volcó», relata Bernardeau, que ha buceado durante años en las hemerotecas y recopilado infinidad de testimonios para dar forma a este libro.

«Antes de aquello, claro que había exposiciones -la mayoría, eso sí, a cargo de instituciones públicas, como el Ayuntamiento o el Gobierno Regional-, pero el punto de inflexión fue justamente la apertura de la primera galería íntegra y exclusivamente de arte. Había otras como Chys, que alternaba las muestras con la venta de regalos u otras actividades, pero fue galería Zero la que dio ese primer paso en 1970», apunta el doctor. «Hablamos de una época -la anterior- que a nosotros, los que somos más mayores, nos parece muy cercana, pero entonces Murcia era un pueblo, sobre todo en cuestión de arte», asegura en una charla con LA OPINIÓN. «Lo que había por aquí, en cuestión de arte, era algo... 'provinciano'; exponían casi únicamente pintores locales y en las salas públicas. El caso es que éstas tenían una labor -de difusión de la pintura de aquí-, y no eran selectivas. Había una sala en Santa Isabel, en la Casa de la Cultura -lo que hoy es el Museo Arqueológico-, pero claro, ahí exponía cualquiera», lamenta Bernardeau. «Luego, con la llegada de la democracia y la competencia de las galerías, la cosa cambió», añade.

El relato finaliza con la entrada del nuevo siglo y la amenaza de la crisis, «que dio al traste con muchos de estos proyectos». Estas galerías, y los artistas, vivían de vender sus obras, así que, si no se compran cuadros, no hay cultura», sentencia el experto, que reconoce y entiende el «miedo» que existe entre los consumidores de arte a invertir en lienzos y reclama, ante esta tesitura, apoyos institucionales. «Es un tema muy controvertido: ¿Hasta qué punto una institución, digamos la Comunidad, tiene que subvencionar a una galería, que es privada? El caso es que, desde un punto de vista cultural, no cabe duda de que tienen una función social muy importante. Así que no sé de que forma, pero habría que ayudarlas», reflexiona.

Sea como sea, en los treinta años que ocupa su relato, cerca de medio centenar de salas -de Murcia, Cartagena, Lorca, Molina de Segura y Cieza- dinamizaron el panorama artísticos en la Región. «Atraían a pintores y colecciones de mucha calidad. Aquí se trajeron picassos, dalís..., gente de primera fila. Y el poder económico tampoco era tanto...», subraya Bernardeau, que cuenta en este libro con el testimonio de galeristas, artistas, críticos de arte y periodistas que narran sus experiencias, «repletas de anécdotas e interesantes comentarios».

Galerías como la desaparecida Yerba -una de las grandes protagonistas de aquella época, según el autor- «coadyuvaron a despertar el gusto estético por la obra de arte», y, sin embargo, muchos de estos espacios quedaron por el camino. «Pero otras ahí están hoy, claro que luchando contra los devastadores efectos de la crisis, no sólo económica, sino de valores y conocimientos para enfrentarse a una obra de arte», apunta Bernardeau sobre una historia de la que todavía quedan páginas por escribir.