Isidoro Valcárcel Medina (Murcia, 1937) visitaba recientemente La Laguna, ciudad convertida en Patrimonio Cultural e Histórico de la Unesco. Durante tres días, Los otros visitantes han recorrido la estructura psíquica de sus calles en el marco de una acción del artista murciano, que ha hecho de guía cultural para los participantes, muchos residentes en la propia urbe. La actividad se enmarcaba dentro del programa 'La Visita', que organizaron el Ateneo de La Laguna, el Área de Estética de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna, y el Grupo de Investigación Turicom. Aprovechamos la ocasión para hablar con él sobre su visión del arte, de cómo vivirlo, y de Murcia, su ciudad natal; Valcárcel Medina afirma que, a pesar de llevar sesenta años sin residir en ella, aún ''me siento murciano''.

Antes de empezar, me gustaría indicarle dos cosas: la primera es que había escuchado hablar de usted pero no lo conocía. La segunda es que esta es la primera entrevista que hago en mi vida.

Bueno, alguna tenía que ser la primera, oiga.

¿Qué le parece, entonces, si empezamos tal y como ha hecho en su acción, ''sin importarnos si sale bien o mal, incorporando los errores que podamos cometer''?

Esa es la teoría.

¿Puede abundar en la afirmación que ha hecho durante el primer paseo de que ''cuantos más disparates más aciertos''?

No es que se busque el disparate intencionadamente, porque eso sería facilísimo. Pero el disparate es una fuente de información enorme. Es decir, aciertas.

Hace poco leyó su tesis doctoral en el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid. ¿Debo dirigirme a usted como señor doctor?

Bueno, ya que se empeña en tratarme de usted, sí. Más vale subir un poco el nivel y que me llame doctor.

Señor doctor, ¿cuál era el asunto de su tesis?

Uno insólito y, al mismo tiempo, muy obvio: las máximas de experiencia.

¿Qué es una máxima de experiencia?

Una noción jurídica que se refiere a aquello que en un juicio no es preciso demostrar, porque se supone que pertenece al conocimiento común. Lo que pasa es que, cuando acumulamos las excepciones posibles, se forma un cúmulo tan grande que sepulta la idea de la máxima y se convierte en una mínima.

¿Lo refería a algún campo en concreto?

No, no. Era el propio concepto lo que se discutía.

¿Extrajo de ello consecuencias para el arte o para la vida?

Claro, claro. Yo tengo una obsesión: ¿por qué las rayas de los pasos de peatones van en el sentido de los coches y no en el de los peatones? Es decir, ¿quién es quien tiene que pararse? El coche, entonces, ¿por qué las rayas van a su favor? Es que me parece tan obvio€ Seguro que la Dirección General de Tráfico diría: 'Oiga, no vamos a cambiar un signo que es de comprensión universal'.

Hay una disociación entre la lógica formal y el uso. ¿Usted la señala?

Sí, es lo que procuro hacer. Decir: 'Oiga, ¿usted se da cuenta de tal cosa?

Pero usted, exactamente, ¿qué es lo que hace?

Hago lo que se presenta. ¿Que hay que hablar de la visita? Pues se habla de la visita.

Y, ¿de qué come, entonces? ¿Por dónde le llegan los ingresos?

¡Bueno! Esta es una pregunta profunda. Nunca he comido de lo que hago en este territorio en el que estamos. Siempre me he buscado cosas por ahí que me permitieran comer.

Parece ser que no se presenta a premios, aunque si cae alguno lo acepta.

¡Hombre, claro! Y además, para hablar vulgar y ordinariamente, lo recibo sobre todo si va acompañado de moneda.

Normalmente no participa en las instituciones y, si lo hace, es bajo sus códigos, transformando los existentes.

Participo en cualquier institución, siempre y cuando tenga libertad de acción. Siempre estoy diciendo: 'Qué pena que no me llamen del Gobierno para hacer algo'.

Entonces es un artista de encargos.

También, pero me lo paso muy bien cuando hago lo que me da la gana desde el punto cero. Lo que pasa es que lo otro tiene una emoción, entrar en un territorio que no conoces. Ello te obliga a aprender, a estudiar, a buscar, a calentarte el seso. Me encanta someterme en libertad. Pero, cuando es algo que no he elegido, necesito saber las condiciones.

Parece ser que no vende sus obras para no entrar en el circuito del arte, que no quiere estar en las colecciones.

No es así. Vendo cuando las condiciones, las circunstancias, los compradores me caen bien... No tengo limitación. Ahora bien, lo que no me gusta es contribuir al engrandecimiento de los globos estos que se crean.

Estamos haciendo una entrevista para un periódico. Los medios de comunicación son una de las herramientas más poderosas para entrar en el circuito. Sirven para que un artista se ponga de moda. ¿Por qué no entra en esta institución con sus propias reglas?

Hasta ahora me están dejando decir lo que quiero. No puedo pedir más.

¿Sabe que en un periódico, la publicidad se paga mucho más cara que una esquela?

Me parece mucho más importante la esquela que la publicidad. ¿Qué es lo que transmite una esquela? ¿Es una información para difundir un suceso? ¿O un recuerdo? ¿Un estímulo que haga recordar al fallecido? ¿Y por qué aparecen la esposa, los hijos, etcétera?

Dentro de los límites de la esquela también hay libertad.

Por supuesto. Desde el momento del recuadro negro. Escribo muchas cartas en papel de duelo, que ya no existe. Tanto el sobre como la página que se mete dentro están enmarcados en negro. Escribo mucho con esto las cartas normales, pero si escribiese una carta de duelo no la escribiría así. Ahora bien, si me pidiesen una esquela para un periódico, lo primero que me plantearía es por qué otra cosa podría sustituir el recercado ese que es inviolable. En una ocasión hice un aviso de lo que quiero que se haga con mi cuerpo cuando muera: que hagan con mis cenizas un reloj de arena. Echemos las cenizas de un muerto en el recipiente de un reloj, ya que el tiempo no vale para nada.

Parece ser que todo lo que hace tiene que ver con lo que es común a todos.

Lo común es lo único que me interesa en el sentido de la palabra común. Hay múltiples maneras de afrontar lo común. Por ejemplo, hice un diccionario de las palabras que más usa la gente. Dentro de lo común busco algo que sea inobjetable, o, mejor dicho, aceptable pero inadmisible. Y aquí entra lo creativo, proponiendo elementos que echan por tierra todo nuestro montaje cultural. Hago algo común pero con un trasfondo 'incomún' o 'descomún'.

¿Qué acción ha llevado a cabo en La Laguna?

Vine por una invitación generosa para un ciclo en el que han intervenido, en distintos momentos, personas de distintas naturalezas y procedencias. El tema era la visita. Pensé en la visita turística, aparentemente más relacionada con el lugar en el que se nace, y planteé hacer de guía de lo que no sé.

Tiene usted una pieza de los años setenta que se llama La Visita. La de ahora se llama Los otros visitantes. ¿Qué cambió de una a otra?

En aquella yo era la pieza única. Evidentemente estaban los huéspedes que me acogían, pero iba solo -me encanta la palabra huésped, que en castellano significa las dos cosas, el que visita y el que es visitado-. Fíjese que cosa más bonita: un concepto que define los opuestos.

¿Puede abundar en La Visita

Como profesional del mundo del arte, ofrecía una visita a domicilio. Me ponía de acuerdo con los interesados, iba a su casa y pasábamos un rato. Y, como supuestamente pertenecía al mundo del arte, pues se presentaba como una obra de arte.

En su visita de ahora, para Los otros visitantes

Habrá quien diga: 'Pues me he aburrido como una ostra por estar caminando con este señor por el sitio por el que paso todos los días'. Pero también puede que haya quien piense: 'He visto cosas que me han llamado la atención'.

¿La fusión del arte y la vida se ha saldado con el fracaso?

Creo que no hay distinción entre arte y vida, pero detesto el axioma ese de arte igual a vida o vida igual a arte. La vida bien vivida es arte y el arte bien ejercido es la vida. Indudablemente.

Durante el segundo paseo nos animó a pensar acerca de cómo reconstruimos mentalmente los lugares. ¿Qué nos cuenta de Murcia?

¡Por favor! Lo que le cuento de Murcia es que en ningún sitio del mundo se come como en Murcia. Es un sitio que me gusta, pero es por un motivo de raíz, que no tiene nada de particular. Lo que pasa es que creo que por mi larguísima ausencia reconozco los disparates del territorio.

¿A qué se refiere?

Muchas veces es insufrible el calor. No hay forma de solucionarlo. Fíjese, hará como un par de años me encargaron una pieza para el rectorado de la Universidad. La llamé ¡Echa por la sombra!, que es lo que decimos los murcianos constantemente como el mejor consejo que podemos dar.

En Canarias también damos ese consejo.

¿También? Pero ustedes no llegan a los 48 grados, ni a los 40, ni a los 35, seguramente. ¡No se puede comparar! La temperatura máxima que se registra en España habitualmente es de 48 grados y se produce en Murcia. Y, bueno, ¿sabe lo que pasó con la pieza? Pues que cuando imprimieron las tarjetas para anunciarla le añadieron una 'h' a 'echa' y se anunció como Hecha por la sombra!

Le cambiaron el sentido.

No, porque las corregí. Y, además, está el asunto del signo de admiración. Esta cosa inglesa horrorosa de poner el cierre de la admiración sólo al final, y no al principio. También lo corregí.

¿Se considera usted un artista murciano?

Bueno, tengo una buena relación con Murcia y me siento murciano. Tengo la tristeza de que pierdo el acento porque no estoy nunca allí, pero cuando estoy lo recupero rápidamente y me encanta. Sí, me considero murciano, lo que pasa es que hace sesenta años que no vivo en Murcia.

¿Cómo recorre habitualmente Madrid, la ciudad donde vive?

Soy un corredor de Madrid. Creo que la conozco muy bien y me interesa muchísimo porque la conozco. Hace poco me he cogido un berrinche porque la línea de autobús que más se usa no es la que yo creía que era. Pensaba que era la 27, que va de Embajadores a la Plaza de Castilla. Pero resulta que no, que es la 34. Esto me ha sentado muy mal, porque es un error que tengo.

Pero, bueno, incorpora el error y listo.

¡Pero es que la 34 va a un barrio al que no necesito ir para nada todos los días! ¡Tendría que empezar a hacer el recorrido!

Como autor de la Ley reguladora del ejercicio, disfrute y comercialización del arte

Tengo una cierta enemistad con las instituciones, de la cual el Reina Sofía es consciente, y, a pesar de ello, tenemos una relación estupenda. Lo de colocar una cosa a la que hay que ir a mirar de una forma pasiva, y, si es posible, quedarse con la boca abierta, pues no. Podría haber vehículos más decentes, o más limpios, consistentes en transportar la cultura, en vez de decirle a la gente: 'Coja usted sus narices y venga a tal sitio que aquí está la cultura'.

Sería como sacar en procesión la cultura, como si fuera, por ejemplo, una imagen de San Isidoro de Sevilla, que por cierto era de Murcia.

De Cartagena, sí -está usted informada-. No se me había ocurrido, pero es precioso.

Fraga, cuando fue ministro de Información y Turismo de Franco, planeó sacar cuadros del Museo del Prado en peregrinación turístico-religiosa.

Si eso se hiciese, habría que hacerlo con un cuidado exquisito. Como procesionaban antes los teatrillos.

Un acto de devoción.

Sí, sí. La cosa es arriesgada. Hace tres años hice un trabajo durante una exposición de estas multitudinarias. No recuerdo si era una exposición sobre el constructivismo, sobre el impresionismo o sobre el expresionismo. El caso es que llegó el último día y, o la veía ese día o ya la quitaban. Entonces me fui por la mañanica temprano a la cola para entrar y estuve esperando, dejando pasar a todo el mundo. Y así me tiré el día entero, con lo cual no logré entrar. Pero a mí me gustó mucho como ilustración de decir: me quedo sin ver el arte.