La 38 edición del Cartagena Jazz Festival echó el telón este sábado. Con su bajo de 5 cuerdas, turbante y lentes oscuros, Richard Bona trajo una banda de lujo: el trompetista cubano Dennis Hernández y el guitarrista italiano Ciro Manna -compañeros fieles que giran con él desde hace tiempo-, y los franceses Michele Lecoq en los teclados y un joven Archibald Ligonniere en la batería.

Bona toca y canta con pasmosa facilidad. A su extraordinario e investigador talento con el bajo, donde utiliza la técnica del slap -incorpora en la actualidad pedales de efectos-, se une su voz suave, agradable al oído, que raramente se escucha más allá del susurro. Dio una auténtica exhibición de las posibilidades de un instrumento habitualmente resignado a aparecer en segundo plano. Hay un Bona tierno y delicado cuando se centra en esas canciones suyas de raíces africanas que tienen algo de maravillosamente infantil; y un Bona marcado por los ritmos del funk, el jazz rock o el Caribe. El suyo fue un agradable, cálido y emotivo concierto, que terminó con el público hechizado por su sabia mezcla de afrojazz y world music.

Aunque ya sin el efecto sorpresa más que para los que asistían de estreno, Richard Bona es un gran entretenedor. Y ahora que saca a relucir (cada vez más) su faceta actoral, y con mucho éxito por cierto en su vis cómica, le resulta más fácil llegar al oyente, creando un entorno de receptividad. Bromeó sobre la ciudad, su gente ("This is Cartagena too", dijo como si acabara de descubrir a los espectadores del anfiteatro). Y aunque ha superado ya la fase de aquel sonido burbujeante y gomoso de Pastorius, conserva intacta la configuración sonora que Zawinul inventó para Weather Report: ese sonido brillante, espectacular, nítido y accesible.

Cantó en douala, el dialecto bantú de su región. Lo incorpora igual a un explosivo ejercicio de jazz rock lanzado a todo trapo, a una pieza de reminiscencias tribales o a un bailable caribeño, pasando del falsete -que parece emular una trompeta con sordina- a los graves sin solución de continuidad. En ocasiones encoge el alma con sus preciosistas y cristalinos fraseos por las notas agudas más delicadas: una especialidad de la casa emocionante, letal, cuya efectividad conoce y usa. Bona interactuó con sus músicos en un diálogo constante, soltando ráfagas de imponente funk, enérgico latin y ágiles grooves de jazz, y la mezcla produjo un sonido con pliegues, preciso, con un calculado punto de pasión. Apreciables fueron los solos del trompetista y el pianista.

Un funk con ancestros afrobeat, Kalabancoro, abrió fuego; inmediatamente el groove inundó el espacio con la banda sonando perfectamente compacta, pero al mismo tiempo relajada y suelta. Se le notaba contento de regresar. Presentó Shiva mantra, balada hindú espiritual con toques arábigos: el silencio respetuoso se adueñó del teatro, o el público entró en hipnosis colectiva. Descargó también piezas como Please don't stop, un tema que escribió junto a John Legend, con sonidos de jazz norteamericano. Y no podía cerrar la noche sin Teen town, uno de los grandes temas de Weather Report, de su admirado Jaco Pastorius.

Tal vez lo más anecdótico, por experimental y por saltarse el guión, fue ese impass en el que Bona se quedó solo con su 'spanish black magic voodoo machine', una especie de factoría de loops; es decir, una pedalera con la que, para 'probarla', se marcó unas travesuras vocales grabando voces superpuestas. Intercalando melodías unas sobre otras iba orquestando un espectáculo a capela más circense que otra cosa; un artificio que introdujo desde su época con Pat Metheny Group.

Richard Bona es un músico con enormes recursos estilísticos, un bajista virtuoso, y su melodiosa voz con acento afro cautiva desde la primera nota. Quizás escatimó demasiado tocar el bajo, pero antepuso la música en su conjunto a su lucimiento persona; se apreció en detalles como el volumen, la fuerza sostenida, el golpe, los silencios: todo perfectamente planeado. El entendimiento entre el líder y su ''beautiful sexy elegant band'' era total. ''Los suizos inventaron el reloj, los africanos y los italianos, el tiempo, y los españoles€ la cerveza'', dijo Bona. Un concierto persuasivo en ritmos y en habilidades vocales.

Panafricanismo

''África volverá a ser genial'', dice Femi Kuti al comienzo de su nuevo álbum One people, one world. El hijo de Fela sigue poniendo en alto el panafricanismo y denunciando con fervor la corrupción, las malas prácticas de nuestras sociedades en textos percusivos injertados en caloríficos rítmos: ¡Afrobeat!

''Soy el piloto del afrobeat''... ''Bienvenidos a bordo, abróchense los cinturones'', dijo Femi Kuti al arrancar su concierto en el que volcó su acostumbrado fervor y entusiasmo. Femi es el hijo mayor de Fela Anikulapo-Kuti, creador del afrobeat.

Es fantástico observar la disciplina y sinceridad de Femi. Dejaba fluir la música sin desperdiciar energía. Su banda, The Positive Force, también era la imagen de la disciplina, con grooves resueltos y concisos; incluía una sección de viento cuyos músicos entraron en fila brincando rítmicamente, seguidos de tres energéticas bailarinas cuyas coreografías amenizaron el show. Luego apareció el propio Kuti, con sandalias y vistiendo un elaborado traje multicolor. Tocó primero teclados y luego saxo, del que hizo un alarde respiratorio.

Las bailarinas-coristas rebosaban energía: bailaban, tocaban percusión y cantaban, ataviadas con adornadas vestimentas tradicionales. La sección de viento se abría paso desde el fondo con sus armonías, y sus arreglos tenían sabor a jazz, big band (a veces con esos característicos glisandos descendentes) y, por supuesto, al afrobeat de la vieja escuela. Llamaba la atención el bajista (su hijo), que no solo se limitaba a asegurar el ritmo; también improvisaba cuando le apetecía.

Los instrumentales, la batería y los metales son la razón de que el afrobeat como género siempre sea encantador en vivo, aunque aquí, y pese al esfuerzo que pusieron, no pareció conectar totalmente con el público. Era como si Bona hubiese arramblado todo.

Durante la prolongada Corruption na stealing, Femi Kuti pidió a su banda que rebajara el estruendo, y se dirigió al público: "El mundo está atravesando otra fase. Y no es momento de callar". La canción dura en disco casi 7 minutos, pero en el concierto Kuti y la Positive Force casi doblan esa duración, utilizando su estructura abierta como oportunidad para lanzar el mensaje unificador del nuevo álbum.

Femi ha traído el género afrobeat a la esfera contemporánea. Los eslóganes antiautoritarios, anticapitalistas y de resistencia están ahí, pero en sintonía con las luchas actuales. Tocó canciones nuevas y viejas favoritas, bailando entre incursiones de saxo, teclados y voz. Aunque las canciones son demasiado simples a veces, en directo, el sentimiento de resistencia que las impulsa impacta y seduce al público. Así sonaron Dem don come again, que habla de utilizar ''la religión y la palabra de dios para hacer cosas malas'', Evil people (''esta música es contra la corrupción''), Best to live on the good side (''mientras vosotros estáis aquí sentados, en el mundo hay gente sufriendo€'').

Femi ha vuelto a las raíces africanas. Trazas de reggae, highlife ghanés, soul, R&B y otros sabores africanos y caribeños se arremolinan en la mezcla, añadiendo profundidad y complejidad a los arreglos, pero las influencias no distraen del sonido característico de Femi, que dirigía a la banda con gestos mínimos de su mano, y bailaba con pequeños espasmos casi involuntarios deambulando por el escenario. Y mientras tocan, las canciones evolucionan, absorbiendo la energía del público. Hicieron una versión extensa del tema titular de su nuevo álbum One people, one world, con la participación del público, y un momento especial fue el dueto de saxos entre Femi, al alto, y su hijo al tenor. La banda guardó silencio para que los aullidos entrelazados penetraran al público.

El enfoque actual del afrobeat es de una agresividad frenética, con los ocasionales pasajes más tranquilos intercalados entre la velocidad desbocada habitual. Femi es un buen instrumentista, pero su estilo parece depender de la energía más que de la melodía o la variedad.