La penúltima jornada del 38º Cartagena Jazz de este viernes en el Nuevo Teatro Circo fue una noche de notables sensibilidades, de intimismo. Melancolía en noviembre. La música de Scott Matthew remite al folk acústico. De cerca, Matthews resulta ser un tipo agradable, divertido, con un sardónico sentido del humor. Es grato ver que se toma muy en serio su labor de abrir para el artista 'importante'.

A Matthew, que apareció en formación de cuarteto con una pianista, un bajista-guitarrista-mandolinista alternando instrumentos, un cellista y un sonido cuidadísimo, se le da bien alternar estilos, y a veces puede recordar a leyendas del folk como Bert Jansch o Tim Buckley, pero lo más llamativo es su atractiva voz, y cómo la usa: íntima, dulce, conmovedora, a veces en un falsete muy alto. Algunas canciones suenan etéreas, y en otras llega a eliminar palabras (como el maestro John Martyn). También le divierte ponerse a improvisar con su voz en registro jazz, y los temas de sus canciones van más allá del amor y el dolor en las relaciones. Matthew canta sobre la vida en la ciudad, la timidez, la depresión o la paternidad, a veces en un tono elegíaco. Sabe que menos puede ser más y rara vez se arranca en un galope.

Scott Matthew es especialista en sesudas meditaciones sobre soledades y reencuentros, es un intérprete que capta la atención, pero en su presencia escénica hay una especie de seriedad irónica y un sentido del humor cortante, sin dejar de ser encantador. Hizo gala de una discreta elegancia. Abrió con Happy end, que estableció el tono de la velada buscando la conexión sin artificios ni efectos. La soltura con que aborda su tarea incita al alivio y al disfrute. En directo, se entienden las comparaciones con John Martyn: las palabras arrastradas, los descensos de la voz en picado€, pero cada uno es cada uno. Mathew es más contenido que Martyn, y carece de su histrionismo procaz. Se ganó al público con su melancólico repertorio: una adaptación de Culture Club (Do you really want to hurt me?); un tema popular muy oscuro que interpretara Mel Tormé (The sidewalks of New York), donde se quedaron solos él y el piano; una canción sobre el atentado de Orlando en 2016 (The wish); Santarem (titulada como el pueblecito portugués donde la grabó junto a Rodrigo Leao para Life is long); Not just another year, dedicada a un amigo solitario; The wonder of falling in love, con Matthew al ukelele, de las más animadas del repertorio (aunque, según dijo, la historia de amor de la que trata no duró mucho).

La música de Matthew es una experiencia de inmersión lenta. Como tal, recuerda a Elliot Smith, al minimalismo acústico de los Radiohead más suaves. Matthew canta de soledad y aislamiento en una época en la estos abundan. Para la despedida dejó una maravillosa revisión de Harvest moon de Neil Young, interpretada con gran intensidad. Confesó que le gustan los bares, y que después estaría en uno para conversar con quien quisiera.

Endiablado virtuosismo

Les Paul dijo de Al Di Meola que era el nuevo Django Reinhart, y no hay duda de que figura entre los grandes desde aquellos lejanos días del jazz rock y Return to forever, aunque quizás en España sea más conocido por haber formado parte de El Trío, y por ese concierto junto a John McLaughlin y Paco de Lucía cuyas imágenes dieron la vuelta al mundo.

Di Meola es conocido como guitarrista eléctrico y acústico (aunque el tinnitus le ha apartado últimamente de la eléctrica), pero una actitud mucho más importante en él es su inquietud musical, la que le ha llevado a explorar desde sus comienzos diversos géneros musicales. Su concierto dio intensos momentos gracias al sugerente discurrir armónico, la precisión rítmica, el endiablado virtuosismo y el sentido y espontáneo vigor.

Esta gira se anuncia como una íntima velada acústica, y Al Di Meola anunció que tocaría canciones de su último disco, Opus, y anteriores, y también de Piazzola (Café 1930). En estas que el micro se caía (''como mi vida sexual'', dijo, provocando sonoras carcajadas).

Di Meola y los componentes de su trío (Peo Alfonsi en la segunda guitarra y Fausto Beccalossi en el acordeón) alcanzan un grado de interacción, virtuosismo y versatilidad fabuloso. Tocaron una amalgama de jazz rock y tango (la música de Piazzolla resiste) que echó el teatro abajo. Aunque existieron las inevitables exhibiciones acrobáticas que algunos de sus fans admiran hasta el fanatismo, lo cierto es que logró seducir con su sensibilidad a las cuerdas, dando espacio a sus acompañantes para que también mostraran sus dotes de intérpretes. El acordeonista se llevó unos buenos laureles; fue el sostén rítmico a lo largo de la noche, y una pieza clave en el show.

Lírico y emotivo, alternando sus solos entre partes melódicas e improvisaciones por acordes, utilizando sus habituales rápidas escalas solo de vez en cuando, lo cierto es que Di Meola toca de miedo, con una precisión robótica y una polifonía inexplicable para ser ejecutada con púa, como el más virtuoso de los guitarristas de flamenco o clásica.

En esta presentación, liberado de la sección de ritmo tradicional, confió los golpes de percusión a la guitarra y el acordeón. Locuaz, Di Meola contó anécdotas de vez en cuando, y en lo musical optó por eliminar notas, aplicando más calor a la expresividad y el caudal emocional de la canción. El comienzo con Azzura es clara muestra de eso, a pesar de que, instantes después, en Milonga noctiva -con sabor a tango, de su reciente disco Opus-, el guitarrista mostrara algunos breves destellos de su icónico staccato con púa. Evocó el famoso festival de world music en Mawazine, hizo sendas dedicatorias a su hija y a su esposa en Ava's dream sequence lullaby y Stephanie's theme respectivamente, y también al pueblo de sus abuelos en Cerreto sannita. De los Beatles tocó una bonita y sorpresiva versión de Because.

La maestría de Di Meola es increíble. Su tono, precisión y bello estilo hicieron del concierto una memorable experiencia. Aunque hay quien pueda pensar que su tendencia a la divagación instrumental pueda volverse en su contra, desde las primeras notas de Mediterranean sundance -aquel capítulo de la fusión de Friday night in San Francisco-, recordó que estuvo allí sentando cátedra, a través de la alianza con Paco de Lucía y otro tótem del jazz-fusión: el ilustre John McLaughlin. Los ases en la manga hay que ocultarlos siempre hasta la última jugada.