La frase ''hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes'', que el maestro Yoda enseña a su discípulo Luke Skywalker, podría resumir el espíritu de la segunda jornada del Cartagena Jazz Festival este sábado, una noche de tintes cinematográficos.

Joan as Police Woman trajo una vez más su música sensible y expresiva. Joan Wasser y su banda aparecieron resplandecientes sobre el escenario, vestidos a juego con sus cazadoras de seda, como una especie de Pink Ladies. Empezaron con los tres temas que abren el nuevo álbum, Damned devotion: Wonderful, desnuda, nítida, suave como la seda; Warning bell, cálida y triste; y la contagiosa Tell me, más animada. Siguió Eternal flame, del primer álbum de Joan en solitario, Real Life.

Quien esperase un equilibrio entre material nuevo y viejos favoritos saldría decepcionado. Damned devotion, su álbum más oscuro y reflexivo, es para algunos el mejor álbum de Joan Wasser hasta la fecha, y ella debe pensar lo mismo, porque lo tocó prácticamente entero, aunque también hubo flashes ocasionales del pasado. No es una ruptura radical con sus antecedentes en solitario, pero la oferta ha cambiado: nuevos y contundentes ritmos, más brillo de bola de espejos en temas como Steed (for Jean Genet), y electrónica de aires setenteros.

El instrumento elegido por Joan fue el teclado, aunque de vez en cuando se pasaba a la guitarra, abandonando su posición central. Los otros músicos la rodeaban en semicírculo, con el batería a su derecha, bien a la vista. Parecían una banda de soul, a veces casi funky, pasada de moda, pero con mucha energía. Joan se colgó la guitarra para Tell me, una pegadiza súplica de comunicación, y los teclados se implicaron al máximo (el Moog oscilaba, y culminaba un solo de órgano tipo Farfisa, entre falsetes estilo Bee Gees).

Joan claramente confía en las nuevas canciones, y no cae en la tentación de arreglarlas para el directo. Así, What was it like, el punzante homenaje a su padre, que murió en 2014What was it like, fue muy conmovedor, con su aura de vacío, enfatizado al final cuando se repite la frase del principio y la batería es lo único que se sigue escuchando.

Igualmente, Valid jagger (con guiño al líder de los Stones) sonó lánguida hasta llegar a la demencia obsesiva, y The silence, aumentando el ritmo, demostró la calidad de la banda, sobre todo de los coros. La voz de Joan se mostró en toda su versatilidad en la ruidosa e industrial Rely on, y en la recta final desempolvaron una favorita de los fans: The magic, para despedirse con una irreconocible versión de Kiss de Prince. Obviamente, a Wasser le cuesta desprenderse de esa parte sombría que está en su esencia como artista, añadiendo más introspección a esa oscuridad que la acompaña desde que se diera a conocer en Brooklyn. Tanta autenticidad da prevención. A la felicidad por la melancolía.

Más blanco y negro que technicolor

Marlango se han desmarcado del tópico que les encasillaba como un grupo de paso dispuesto a promocionarse a la sombra de la actriz-cantante, y han creado adeptos. A medio camino entre la nostalgia y la carnalidad, presentaban Technicolor, un disco sofisticado, con canciones para bandas sonoras imposibles y melodías en penumbra emocional.

Un poco más de lo mismo, porque su música, lejos de evolucionar, gira en círculos concéntricos. Chanson con un toque de soul, ritmos de jazz y una voz modulada, todo muy cool, forman un estilo poco habitual por estos pagos.

Hay una serenidad, un espíritu insurgente en su estilizado pop. Ella, con su voz justita y voluptuosa; ellos, unos acompañantes de lujo que sonaron maravillosamente en formación de trío con Ricardo Moreno (Los Ronaldos, Mastretta), siempre eficaz a la batería; y la chelista Marta Mulero, que imprime de forma brillante un tono de solemnidad al conjunto.

Con la excelente salvaguarda de una sección rítmica perfectamente engarzada, Pelayo desarrolló la esencia en el acompañamiento con el piano, siempre la aparente desnudez antes que el adorno espectacular, y una buena carga de matices. Ningún éxtasis instrumental, ningún anzuelo para hacer nuevas capturas, no suenan bajos ni guitarras, y todo está concebido para arropar la voz de Leonor Watling, que terminó sonando algo lineal. Confesó estar bajo los efectos de un cóctel de medicamentos para el trancazo: ''Es lo que tiene el jazz. Es como el rock and roll, pero con prescripción'', dijo.

Ciñeron su repertorio a sus tres últimos discos en castellano, desde el rockero single junto a Bunbury (Dinero, uno de los momentos más electrizantes de su carrera, como respuesta a aquellos que los consideran sosos) a Poco a poco, definido por su aire a musical, o Si yo fuera otra, que arrancó con una notas de Carmen y Pelayo describió como una copla en reivindicación de los recuerdos.

Se marcharon silbando Lo que sueñas vuela, con un aire a lo Monty Phyton, para volver con un improvisado bis que dejaron a la elección del público. La rumba de los Amaya Vete, alejada de su ideario, fue la escogida. ''¿Estáis de fiesta?'', preguntó Watling.

Fue un concierto más en blanco y negro que en technicolor, como si de un documental de Isabel Coixet subtitulado en sueco se tratara, al borde del bostezo. La corrección de lo amable. ''¡Después de todo, mañana será otro día!'', que dejaría dicho Scarlett O?Hara en Lo que el viento se llevó.