Bajo la mirada. Algo ha llamado mi atención. Son las zapatillas verdes de Nicolás de Maya. Se sitúa junto a nosotros y nos saluda con amabilidad cuando nos percatamos de su presencia. No ha querido interrumpir nuestra observación. Vuelvo la vista al cuadro un instante. ''¿Qué ves?'', pregunta. ''Su paraíso'', respondo. De Maya sonríe -lo hace constantemente- y habla casi en un susurro. Es un hombre discreto. Prefiere no molestar a quienes visitan la Sala de columnas del Centro de Arte Palacio Almudí, donde se exhibe Edén, su ''trabajo artístico'', su ''estado creativo''. Un proyecto centrado en la investigación y el conocimiento, base del desarrollo del ser humano, y en la recuperación de técnicas que domina con enorme maestría.

¿Cómo plantea esta exposición? ''Cuando me ofrecieron el lugar la tenía visualizada de modo general, pero trabajar en torno a la figura suponía un reto personal. Se trataba de unir muchos aspectos simbólicos, desarrollados a través de mi trabajo, y recuperar técnicas que utilizaba con mucha constancia, con perseverancia''. Se refiere al soporte en papel, porque el ''reto técnico -explica- era encolar papeles muy grandes, de 2,40 metros, y conseguir que no tuvieran burbujas para poder dibujar a lápiz''.

¿Qué pretende narrar? ''Siempre persigo contar una historia y, en esta ocasión, me he centrado en el tema del conocimiento, a rasgos generales, adquirido por el uso de los encuentros de unos seres humanos con otros, así como a través de la literatura. El conocimiento que tenemos nos hace ser como somos y, en consecuencia, forja nuestra construcción personal''.

El artista presenta las figuras en diferentes estados. ''Unas parece que levitan; otras, estar volando. Al final es simplemente un discurso casi representativo de la filosofía conceptual''. ¿Hay un significado emocional?, pregunto. ''Cuando adquieres un conocimiento elevado te sientes libre y eres capaz de volar; de descubrir nuevas sensaciones. Son estados emocionales que el conocimiento te proporciona. Ese es el discurso general que he querido contar''. Lo cuenta con una magnífica ejecución, advierto. ''Técnicamente es complicadísimo, eso ya te lo puedo asegurar -afirma-. Empiezo a trabajar con modelos del natural -estudiantes de danza en Murcia-, hago fotos, tomo apuntes... Dominar esta técnica son muchos años de trabajo''.

Uno de los elementos centrales de la muestra es la representación de las manos. ''He hablado mucho de las manos porque el conocimiento del ser humano viene a través de ellas. La base principal del mismo es el momento en el que desarrollamos el pulgar. Antropológicamente está demostrado''. ¿Y simbólicamente? ''La mano aúna muchos símbolos. Cuando la entregas a alguien lo haces como un encuentro. Además tiene sentido de tacto. Confluyen muchos conceptos, como el de conocimiento''.

Explica que esos encuentros también están presentes en las líneas que vemos. ''Las utilizo porque, al final, todo en la vida es geometría. Esto tiene una serie de líneas de representación increíbles; las plasmo como discurso estético y como forma de acentuar puntos de luz o de sombra que quiero destacar''. Líneas que permiten obtener una lectura de la obra, de derecha a izquierda y de arriba abajo: ''También dejo zonas abiertas, porque me gusta que parezcan fotografías, y ofrecer ese punto en el discurso'', añade.

De Maya no solo ha utilizado el blanco y el negro para esta exposición, también ''los tres colores básicos de donde nace el conocimiento y tiene lugar la vida: amarillo, rojo y azul'', resume. ''Pretendo representar diferentes estados y en algunos trabajos desaparece ese tipo de dibujo tan perfecto porque, cromáticamente, la figura se baña en el color y siente una sensación etérea también''.

¿Dónde centramos la atención, en el torso o en el movimiento? ''Algunas pueden ser la representación de un cuadro clásico; una figura levita, otra cae al vacío, aquella está ascendiendo. Es torso y es movimiento''. Sin embargo, confiesa que no le gusta hablar de sus piezas porque prefiere que el espectador interprete lo que quiera. No obstante, ''hay un discurso anatómico detrás de todo eso; mucha anatomía, mucho dibujo''.

En varias de ellas utiliza óleo sobre tabla: ''La tabla me permite quemar el soporte y apoyar el discurso que quiero. Emula esa manera en que el conocimiento se va grabando en ti, como huella, y, al mismo tiempo, lo que hace es quemar y quemar; es el sentido histórico de la vida''.

Volvemos a las manos. A su significado. ''Son manos que se encuentran. Una se reconoce con otra y se entrelazan. Pero también hay un pie porque permite avanzar. Al final se convierten en símbolos''. Los ojos también son un elemento característico en la pintura de Nicolás de Maya. ''Desde mis primeras exposiciones hablo sobre el tema de los ojos''. En Edén encontramos una instalación que pretende provocar reflexión: ''Quería que la gente tuviera tiempo para pensar, para ver, porque a través de la mirada se perciben muchísimas cosas. El sentido de la vista nos aporta información muy valiosa y reflexionar mientras observas es muy importante para mí''. Porque cada uno cuenta una historia, me atrevo a decir. ''Porque cada uno podría ser una obra distinta; posee una personalidad y es una forma libre de mirar''.

Me detengo en dos obras que, desde el primer momento, han captado mi atención (El bien y La verdad). ''Es carbón sobre papel'', se adelanta a decir. Esta manera de presentar la obra es distinta a las demás -el papel está suspendido en el aire-. ''Resulta más fresco'', comenta. En ellas el tema de las manos tiene el mismo significado: ''Es dar tus manos y, en esta otra, es orar. Siempre hay que estar agradecido''.

Llegamos al Edén. ''El chico y la chica se están buscando. El Edén es un jardín, por eso pinto algo de verde, de color; el gris va desapareciendo y, al tiempo, es el jardín del conocimiento, donde los hombres se reencuentran''. ¿Por ello el foco de luz está en las manos? ''Por la importancia de ese elemento''. ¿Y qué es el Edén para Nicolás de Maya? ''El principio de todo. El paraíso. Y este es mi estado, mi paraíso; mi trabajo artístico''.

¿Cómo define su pintura? ''Utilizo una técnica realista que tiende al hiperrealismo, porque trabajo mucho el dibujo. En mis inicios tuvieron que poner cuerdas alrededor de algunas obras porque la gente las confundía con fotografías y se acercaba a tocarlas. Hiperrealismo no es; real no hay nada. Es todo sugerido. Nunca verás una cabeza llena de letras, ni una mancha sobre una cabeza''.

¿Cómo está estructurada la exposición? ''Se podría decir que hay dos partes. Una más íntima y de estudio, de mayor profundidad. Más conceptual. La otra se centra en la investigación; es descubrir el pirograbado con letras, el dibujo a lápiz. El hombre está jugando con una postura y la mujer con otra; sin embargo, están danzando. El conocimiento es lo que te hace moverte y, por eso, las figuras están en movimiento''. Los grafismos, un hombre mirando al vacío, figuras femeninas y masculinas que se buscan, ''todo eso simboliza conocimiento''. ¿Y la letra? ''Siempre, siempre''. Por eso vemos que inundan sus cabezas.

Las esculturas son una continuidad del mensaje. ''Todo está interrelacionado. Cada obra puede funcionar independientemente, pero lo más importante es que lo haga en su conjunto, generando un discurso global; es más interesante'', asegura.

De hecho, si hay una obra que puede resumir esta exposición es la escultura central que cuelga del techo: ''Habla de la fragilidad del ser humano, de lo etéreo que es nuestro cuerpo y, por eso, está compuesta de grafismos impregnados en algo tan frágil como es el papel. El papel como algo donde se ha escrito, donde empieza el conocimiento y esa es la razón de ser de las manos y de los pies aquí''.

Es una construcción sutil. ''¿Y cómo cuentas tú que eso es sutil?'', cuestiona el artista. ''Si te das cuenta las figuras son muy básicas. No hay figuras. Pero sí gesto alocado'', afirma. Se trata de un enfoque más dinámico, reitero. ''Porque al final lo que hago es disfrutar. Aunque haya dibujo, hay disfrute. Capas y capas que hay que saber ejecutar. Puedo echar un bote de pintura y pasarle la lijadora. Lo rompo'', apunta.

¿Cómo se enfrenta al cuadro? ''Se sufre mucho en la conciencia. Pensar el concepto. Concretarlo. Puedes estar meses y meses pensando en un concepto y una vez que empiezas a trabajar te van viniendo ideas. Cuando acabas una exposición es cuando sabes qué mejor exposición puedes hacer, porque sabes lo que funciona''. ¿Le ha ocurrido en esta? ''He descubierto cosas que, expresivamente, pueden ser muy potentes. Es un recorrido'', asegura.

Apenas ha pasado una hora y media y Nicolás de Maya es adictivo. Su obra, sus gestos, sus anécdotas. Su conocimiento. Ese 'saber hacer' de alguien que, sin estudiar Bellas Artes, fue un ''muchacho muy disciplinado'' y aprendió a comunicar conceptos complejos con gran sutileza.