El pasado mes de septiembre, Pedro Guerrero regresó a las librerías. El poeta lorquino -además de catedrático de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Murcia- se expuso de nuevo a los lectores de la mano de la editorial murciana La Fea Burguesía, que le convenció para desempolvar sus viejos versos y publicar un nuevo poemario más de una década después. ¿El título? Debe ser el tiempo que hace hoy, y la misión, revisar sus obras y advertir sobre «determinadas cuestiones que ocurren a edades... importantes». Guerrero, de 73 años y colaborador de LA OPINIÓN, charló ayer sobre este trabajo con su editor, Fernando Fernández Villa, y la doctora en Filología Hispánica María Teresa Caro Valverde en una presentación que tuvo lugar en el Museo Ramón Gaya de Murcia. Previamente, dedicó unos minutos a esta Redacción.

¿Qué puede decirnos de Debe ser el tiempo que hace hoy ?

Los lingüistas lo llamados una locución deíctica, un recurso poético. «¿Qué te pasa, que te veo triste?», «Debe ser el tiempo que hace hoy...». Tengo 73 años, casi 74, y a esta edad uno se plantea la fugacidad de la vida, se acuerda de determinados amigos que han muerto, familiares, etc. No es un caos -y no se presenta así en el libro-, pero es un recordatorio y también como un pensamiento diversificado sobre determinadas cuestiones que ocurren a unas edades... importantes.

Hace ya algunos años de su anterior poemario. ¿Cómo surgió?

Hacía diez años que no publicaba y me llamaron de La Fea Burguesía. Ellos estaban trabajando con la obra de Miguel Espinosa -una de esas personas que nacen cada ochenta 0 cien años, un tipo formidable- y les dije que sí inmediatamente. De hecho ya tenía un libro de poemas guardado, pero tenía que corregirlo.

O sea que ya lo tenía guardado en el cajón antes de que se lo propusieran.

Sí. Bueno, en los últimos diez años he estado trabajando en investigación, en otro tipo de publicaciones, en Didáctica de la Lengua y la Literatura; mucho más que en poesía. Así que, claro, para publicarlo he tenido que revisarlo, corregirlo... Creo que se ha quedado algo aceptable, en la línea de lo que yo venía publicando.

Decía la editorial que en este poemario hay reminiscencias de todas tus obras anteriores. ¿Es un punto de encuentro de los diferentes caminos que has abierto a lo largo de tu trayectoria?

Eso han dicho los poetas. Al final un libro de poemas es siempre una repetición; un ejemplo de ello es Jose María Álvarez, que escribió Museo de cera (1974) y lo ha seguido corrigiendo, arreglando... Esto de, sobre un mismo poema, hacer variantes no es nuevo. Así que sí, creo que es un reflejo de toda la literatura creativa que he hecho con anterioridad.

Pero han pasado diez años... Para hacer esta revisión, ¿necesitaba tomárselo con calma?

Pues sí, lo necesitaba. Hay un apartado que se llama P equeña historia en 14 poemas que es como un resumen de los otros libros que he publicado. Bueno, no resumen, una variante, como pequeños recuerdos o saludos que yo mismo he querido hacer. Entonces refleja lo hecho con anterioridad. Es un libro que, como te decía, en muchos casos se repite, se corrige... Lo que me rodea de la naturaleza, las personas, y luego la propia invención, todo eso lo que hace es poner las cosas en su sitio en cada momento, según 'el tiempo que hace hoy' y la propia historia que quiero contar. Al final, lo único que hacemos los poetas es copiar de la realidad, reflexionar y fingir; el poeta finge lo que quiere en cada momento porque necesita sobrevivir a su historia. La poesía entera es fingida, es un invento que nosotros, por querer hacer una creación distinta, porque no nos bastamos con nosotros mismos, tenemos que crear con palabras, que es nuestro cemento, el material con el que trabajamos.

¿Cómo es eso de convertirse en lector de ti mismo?

Hay poetas que pueden ser mediocres en su escritura y eso es porque no tienen un 'lector modelo', como diría Umberto Eco, exigente. ¿Y quien es? Pues una persona que piensas que te puede corregir o regañar, y que puedes ser tú mismo. Mi lector modelo puede ser un fantasma o yo mismo, y mi propia exigencia me dice que las cosas deben de ir por donde voy ahora. Ya iba por ahí mi anterior poemario, Levedad de la ceniza; el editor, Luis Bonmatí, era muy exigente.

En esta obra hay ciertas influencias de los llamados poetas malditos.

Es que yo me siento maldito también. Todo aquel que no quiere estar en los círculos del poder literario se debe de considerar 'maldito' porque es un rincón muy interesante, muy crítico y modesto también. Y yo soy un poeta modesto, y como tal puedo ser crítico.

No puedo dejar de preguntarle por el título, Debe ser el tiempo que hace hoy ... Llama la atención, quizá, por tratarse de una expresión como muy cotidiana, ¿no?

Porque la poesía también son palabras y no tiene que salirse siempre de la cotidianidad; no es solo un misterio de la palabra, sino también de la propia idea, del tiempo que hace. Eso me gustaba mucho, mezclado con toda esa didáctica que han puesto sobre mí los poetas que han sido malditos, que no han triunfado, que no se les ha hecho caso en sus países, estos que se autoexiliaron poéticamente. El resultado es que son los grandes poetas de los años veinte o treinta, de la edad dorada de la poesía; y no solo en la Generación del 27, sino también en otros países como Perú, con César Vallejo, o Cuba, con Nicolás Guillén. El tiempo deja a cada poeta en su sitio. Y es que maldito en su momento no significa que sea náufragos, sino poetas vivos que a mí, particularmente, me han dado la vida para poder escribir. Por eso no tengo la necesidad de releer otra vez a los clásicos.