El escritor e historiador del arte regresa a la librerías con El dolor de los demás

Quien le sigue habla de él como una de las voces más serias del panorama literario murciano. Historiador del arte, a lo largo de su carrera como escritor ha proyectado su formación sobre las páginas de sus novelas, reflejo de su mundo -el de la intelectualidad- en sus trabajos anteriores. Pero, esta vez, Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977) cambia de escenario -aunque manteniendo aquello que hace suya su escritura- y viaja a la huerta, allí donde se crió. Aunque lejos de reflejar la vida en el campo con la épica a la que la narrativa nos tiene acostumbrados, se embarca en un viaje hacia el rincón más oscuro de su memoria para reconstruir un hecho real que le marcó para toda su vida cuando apenas tenía 18 años: el asesinato de una joven en la Nochebuena de 1995. El asesino, su hermano, que posteriormente se tiraría por un barranco, era su amigo; un suceso que le tocó de manera directa y al que no se había atrevido a mirar hasta ahora. ¿La obra? El dolor de los demás (Anagrama).

Una obra difícil, más que para el lector, para usted.

Bueno, para el lector no sé. Creo que se lee fácil y se puede entrar en ella desde varios lugares; tiene muchos niveles de lectura, desde uno muy rápido a otros más filosóficos. Pero para mí sí ha sido difícil de escribir porque es algo que tocaba muy dentro, algo que es más vida que literatura.

Da la sensación de que es algo que llevaba dentro muchos años. ¿Necesitaba sacárselo de encima?

Sí. Es una historia que tenía metida dentro desde mi adolescencia, desde hace 23 años -20 desde que la empecé a escribir-, y no tenía muy claro si algún día me iba a atrever a escribirla porque no todas la historias tienen que ser contadas; pero creo que había llegado el momento por varias razones: por un lado, la literaria, porque como escritor ya tenía las herramientas que hacían que fuese asumible la idea de embarcarme en este trabajo, y, también, por encima de cualquier otra cosa, como persona. Con 40 años ya había madurado y no era el chico de 18 que no se había atrevido a mirar al trauma.

Más allá de la posibilidad, ¿qué le ha llevado a hacerlo? ¿Hay algo que haya provocado la catarsis?

La novela comienza con una conversación que tuve con Sergio del Molino cuando vino a Murcia a presentar una novela que había escrito sobre su abuelo (Lo que a nadie le importa, 2014). Yo había barajado la idea de escribir sobre mi abuelo, pero este libro me quitó de la cabeza esta posibilidad. Y hablando con él de que todo el mundo tiene una historia dentro que no se atreve a contar, le conté la mía y me dijo: ''Chaval, ahí tienes una historia''. Sin embargo, creo que ese desencadenante solo es posible porque ya todo estaba preparado para que esa historia surgiese; en otro momento, esa charla habría sido una mera anécdota. La gota que colma no es más importante que el resto del vaso.

¿Y en algún momento se planteó no publicarla -una vez terminada, digo-?

Para mí la literatura tiene que ver con la publicación. Uno escribe para aclararse, pero sobre todo para decir algo a los demás. La literatura me interesa como un acto de comunicación, y esa historia que tenía en mi cabeza tenía que contarla, y para eso necesitaba un público lector. Lo que sí me pasó es que durante un tiempo estuve a punto de dejar la historia, pero luego, cuando acabé el libro, en ningún momento tuve esa tentación, aunque sí todos los miedos de lo que pasaría cuando lo publicase: qué pasará cuando la gente implicada lo lea, cómo se pueden sentir heridos por lo que escribo... Y me sigue dando miedo el dolor que pueda producir, pero he asumido que era necesario escribirla y que tenía que hacerlo a pesar de todo.

En la presentación dijo que este libro explica la historia de dos crímenes, y cito: ''El que cometió mi amigo y el que cometí yo con mi pasado''. ¿A qué se refería?

El crimen que cometió mi amigo está claro desde el principio, pero el que emerge es otro, es el que cometí yo, que es el olvido de todo aquel tiempo que viví con él, el tiempo que pasé en la huerta de Murcia..., en definitiva, todo mi origen, del que yo quería escapar. Incluso antes de aquello [del crimen], mi vida en la huerta no era un infierno, pero tampoco un paraíso. Yo quería estar en la ciudad y quería escapar con los artistas, con los escritores, a los libros, y esa vida que tenía antes de llegar a Murcia la dejé olvidada; y ahora, al escribir este libro, me he dado cuenta de que yo también había hecho algo malo, que era dejar a un lado mi pasado. Escribir el libro me ha servido para rescatar lo que había dejado en el olvido y darme cuenta de que aquello no era ni mejor ni peor que cualquier otro sitio, sino el lugar en el que yo crecí, pero sobre el que había proyectado muchísima sombra porque quería estar en otro lado. Y muchos momentos de felicidad de mi infancia han resurgido como si ese crimen hubiera podido, de alguna manera, solucionarlo.

Dejo de meter el dedo en la llaga. Centrándonos en la obra en sí, es un cambio de registro importante en comparación con lo que había escrito anteriormente, ¿no?

Más que un cambio de registro es un cambio de escenario. Quien siga un poco lo que he escrito se dará cuenta de que el tono se parece mucho al de las novelas anteriores; de hecho, las partes del pasado, que son como flashes en segunda persona, se parecen mucho al diario que escribí precisamente para LA OPINIÓN (Presente continuo). Pero sí que es cierto que cambia por completo el escenario -del mundo del arte, de la intelectualidad- para ir a un mundo más palpable y real, como es la huerta. Pero, aun así, es una novela escrita por un historiador del arte. Hay momentos, recuerdos, que analizo como historiador del arte, ya que creo que es algo que caracteriza mi literatura. Incluso los problemas vienen a ser los mismos. En mi primera novela hablo de los límites del arte, y en El dolor de los demás también: cuáles son los límites de la escritura para hablar del dolor, el problema ético que suponía contar esta historia... Y mi segunda novela trata sobre la memoria y qué ocurre cuando se borran los recuerdos de los demás; y aquí, como te he dicho, la memoria también es un tema central. Lo que ocurre es que eso que en las dos anteriores era muy teorizado aquí es más natural, más terreno. Así que casi te diría que en el fondo es más una culminación que un extravío.

Habrá quien pueda pensar que es una novela negra -la premisa invita a pensarlo así-, pero ha intentado escapar del morbo y la cosa no va sobre la resolución del crimen, sino más bien de sus propias contradicciones. ¿Cómo la definiría?

Yo creo que es como una novela de búsqueda en la que se acaba encontrando una cosa que no se sabía que se buscaba. Es lo que se llama una serendipia, ese descubrimiento que uno tiene cuando se da cuenta de que ha encontrado aquello que estaba buscando sin saberlo. Yo aquí busco resolver un crimen y acabo encontrándome a mí mismo. Así que es una novela de búsqueda -y también de reconciliación- más que una novela negra, aunque tenga ingredientes propios del género. Pero en el fondo de lo que trata es de eso, de la búsqueda del 'yo', de un 'yo' que está mediado por la experiencia. De lo que se da cuenta el autor y el narrador -que coinciden- es que es necesario escribir la vida para entenderla. Si de algo me ha servido El dolor de los demás es para haberme entendido a mí mismo después de haberla escrito.

Un compañero me la definió como el making of

Había una planificación, sabía hacia dónde quería ir, pero no tenía muy claro el 'cómo'. Lo que cuento en el libro es el proceso de descubrimiento de cómo tengo que hacer la novela. En realidad, creo que toda la novela va dudando sobre su estructura, sobre cómo hacerse, pero también sobre por qué hacerse. Hay dos preguntas: la ética y la técnica; el cómo lo cuento, cómo organizo el material, cómo hablo del crimen -en primera, en segunda...-, y el por qué la escribo. En El dolor de los demás, tanto una pregunta como la otra -que en la mayoría de las novelas están tapadas- son evidentes. Yo quiero hacer al lector partícipe desde el principio de mis dudas, como si siguiera desde dentro todo el proceso, que es lo que me interesa. Así que no sería tanto el making of como la preparación de la novela.

Por un lado, El dolor de los demás

La novela, como toda escritura, tiene una parte de, yo no diría tanto 'ficción, como 'artificialidad'. En el momento en que tú escribes transformas esta conversación en algo que suena mejor, pero no es tanto ficción como una reconstrucción de lo que ha pasado; en esta novela ocurre lo mismo. Ponle un 97% de realidad, pero un 100% en cuanto a la esencia de lo que se cuenta. Muchas veces para que las cosas suenen realistas tienen que ser levemente modificadas, porque la realidad absolutamente real suena a ficción; leves modificaciones de la acción para que la verdad mantenga la esencia.