El WARM Up (anteriormente conocido como WAM) agotó los abonos, pero no consiguió llenar el aforo del recinto, cada año más comprimido para intentar dar una imagen de reventón. La organización da unas cifras de asistencia en torno a los 26.000 espectadores, pero a ojo de buen cubero pueden resultar exageradas. El cartel, demasiado elemental, tampoco podía ejercer tanto tirón. La fórmula de un headliner internacional por jornada y otro -o un par de ellos- nacional, tiene un techo evidente, y si buscas atraer al público que acude a los festivales por la música tienes que ofrecer algo más en la línea media y en la letra pequeña. Resulta evidente que los organizadores han decidido apuntalar la comercialidad del producto. La heterogénea muestra estaba copada por bandas nacionales, y se pudo comprobar con orgullo la buena forma de las murcianas, aunque se disparan las alarmas de chovinismo. El WARM Up, caliente, pero aún no quema.

Se imponen las guitarras

Las guitarras se impusieron a la electrónica, con Kasabian como indiscutible cabeza de cartel. Los británicos inspiran reacciones extremas, o gustan mucho o se les detesta. Empecemos reconociendo que Kasabian no han inventado la rueda y que son una fotocopia de la fotocopia de los últimos cuarenta años del rock británico, pero sus composiciones, que tienen trazas claras del sonido Madchester (es decir, los ejercicios psicodélicos que los Stone Roses, Happy Mondays y compañía hacían un par de décadas atrás), arrimando el pop lisérgico de finales de los 60 con la música de baile en atmósferas cargadas de estupefacientes, logran hacer disfrutar de su pegadizo y bailable indie rock.

Con un setlist de vocación festivalera que recorrió su discografía (entre los que se cuentan hits como Fire y Eez-Eh, quizás lo mejor de aquella especie de homenaje a Primal Scream que fue 48:13) incluyendo lo más movido del último disco (Ill Ray (The King), como You´re in Love With a Psycho o Bless This Acid House), Kasabian no se anduvieron con muchos rodeos. A destacar la versión de L.S.F. iniciada con una intro de Praise You de Fatboy Slim: un ligero toque big beat.

Todas las miradas estaban puestas en el cantante Tom Meighan, quien combinando un limitado rango vocal con una sensibilidad melódica, logró una interacción del público como la que se vive en los estadios de futbol. No muchas bandas pueden presumir de tener una lista como la de ellos. Y la condimentan con un poco de humor burlón de Leicester y una actitud macarra, que tan bien funcionan en los festivales. Se les pueden poner las pegas que se quieran, pero la verdad es que ahora mismo reinan en el brit pop comercial y tienen un espectáculo vibrante.

Existen bandas con un halo especial, y una de ellas es Nada Surf. El grupo neoyorquino es reconocido como un pequeño emblema del indie norteamericano surgido en los noventa. Han pasado 15 años desde Let Go, y lo celebraban, aunque aquí no pudieron hacer todo el disco. Empezó Mathew Caws acústica en mano, acompañado tan sólo de las voces del resto del grupo para abrir con Blizzard of 77, y el efecto de escuchar este álbum llenó de gozo a sus muchos seguidores. Desde las notas de apertura hasta la coda de Paper Boats, fue una gran canción después de la otra. Todas las canciones suenan optimistas, pero las voces anhelantes de Caws les infundieron una especie de melancolía. Eso realmente los distingue.

Fueron cayendo la preciosa Inside Of Love, la fragilidad de Blonde On Blonde€ y así hasta Paper Boats, tan intensa como sentimental, en la que el bajista Daniel Lorca hizo las veces de traductor a Matthew. Pero, además, interpretaron canciones de otros discos e invitaron a la cantautora Holly Miranda. En esto consiste Nada Surf, en la atemporalidad y alto calado emocional de sus canciones, que, por muchas veces que los hayas visto en directo, te sumergen en su dinámica melódica y sinfónica. Pocas bandas pueden decir lo mismo.

Originarios de Austin, The Octopus Project, que forman parte del sello español Miel de Moscas (el de Perro), dirigido por el caravaqueño Ángel Gómez, ya pasaron por Murcia hace casi dos años. Los miembros de este cuarteto parecen sacados de alguna película de David Lynch. Fueron a su bola bajo la lluvia, rotando por casi todos los instrumentos (incluyendo theremin y dos baterías), adentrándose por caminos tan dispares como la electrónica colorista, el pop surrealista, el shoegaze o un post rock instrumental que transporta hasta paisajes psicodélicos. Todo ello salteado con algunas melodías vocales y capa sobre capa de sintetizadores. De lo más interesante y también más ignorado del festival.

La hora cafre

La hora cafre llegó con The Bloody Beetroots, apodo del productor electrónico Sir Bob Cornelius, presentando The Great Electronic Swindle, título ciertamente apropiado para este álbum lleno de acción. Una música discordante y llena de adrenalina, donde las voces se entremezclan con sintetizadores alarmantes e influencias de la música hardcore, que se sienten como un puñetazo en la cara. Punk rock electro-infundido que atrae a públicos muy amplios para hacer el cabra provocando el rechazo de otros más remilgados.

El cantante e ilustrador barcelonés Carlos Sadness fue el encargado de abrir el escenario principal. Sigue recurriendo a la metáfora del espacio para mostrar su universo interior -ya sea con ritmos superbailables, con nuevos flirteos con el hip-hop de sus orígenes o con su ukelele Lupita- para presentar Diferentes tipos de luz. Un concierto pleno de ese buen rollo que tanto predica, donde pudo tocar las baladas conmovedoras que quizás deba atenuar en los festivales que visita.

El cantante y compositor gallego Iván Ferreiro cautivó a su público con la mejor versión de sí mismo, un notable repertorio y una excelente banda entre la que se encontraban Ricky Falkner y Pablo Novoa. Se centró en su último álbum, Casa, pero sin olvidar algunas de sus grandes canciones, como Años 80 , que podría pasar por el himno de una generación y, sobre todo, la preciosa Turnedo. Iván sabe cómo meterse al público en el bolsillo jugando con la nostalgia, manejando siempre bien las intensidades. Que su concierto iba a ser un éxito se sabía desde antes incluso de que subiera al escenario; bastaba con ver la concurrida presencia que se agolpaba a la espera. El gallego vive un momento dulce, quizás el mejor de su ya larga carrera, y eso se refleja en sus discos, y también, afortunadamente para él, en la asistencia a sus conciertos.

Sidonie están aquí

Sidonie celebran su 20 aniversario con una gira por salas, que les lleva también a algunos festivales, donde dejan aparcada la formación de trío con la que iniciaron su carrera. Les gusta lo que hacen y su público disfruta de ello. Canciones de discos anteriores se mezclaban con las de su último trabajo en un set list perfectamente escogido, aunque con ausencias notables (lo propio de un festival).

Quien acude a un concierto de Sidonie espera, además de música, show, provocación, descaro... Además, sus directos tienen un carácter espontáneo que en los discos tan solo puede intuirse. Ellos se muestran seductores, canallas y, a la vez, entrañables. Y es indudable que disfrutan con lo que hacen.

Marc se metió entre el público para cantar Un día de mierda, y la despedida llegó con Estáis aquí (intercalando la discotequera Ritmo de la noche), haciendo brincar al público y gritar emocionados, más de lo que llevaban haciéndolo toda la noche, si era posible, sin necesidad de los alaridos de feria a los que recurrieron en varios momentos. Echamos de menos concesiones al alma de Sidonie.

Por el escenario UP pasaron algunas de las propuestas más refrescantes del festival, entre las que se encontraba La Plata. El quinteto valenciano ofreció una descarga frenética para desgranar las canciones de Desorden, perlas ensangrentadas que pueden recordar a Los Punsetes y Décima Víctima, basadas todas ellas en los mismos patrones de guitarras brillantes y nerviosas entrelazadas entre sí con un sinte de contexto, en un bajo presente, machacón y bailongo, en una percusión histérica y en el cuentakilómetros a cien por hora. Pequeños himnos que le tienen cogido el punto a su inspiración ochentera y nuevaolera (recuerdan a grupos de las hornadas irritantes). Se despidieron con una espídica versión de Nuclear sí, por supuesto, de Aviador Dro, dejando huella de su energía inigualable.

Sin todavía nuevo material, que esperan sacar durante este 2018, los pamploneses El Columpio Asesino sonaron como un martillo percutor sin respiro, dejando trallazos de su rock experimental. La dualidad de las voces de su cantante y batería Albaro Arizaleta se mezcla con la de su guitarrista Cristina Martínez, combinando rock, punk, música electrónica y sintetizadores. Uno de los temas infalibles de la formación navarra es, sin duda, ese Toro, con aquello de «te voy a hacer bailar toda la noche». La verdad es que me sonaron algo más descafeinados de lo habitual. Ya pensaba que se habían disuelto sin decir nada.

El acontecimiento

Los murcianos Poolshake son lo que se dice un hype. Pueden parecerte una simple copia de Tame Impala o Temples, pero luego que escuchas sus canciones te puedes dar cuenta de que estos cuatro músicos, bien dirigidos por la voz y el carisma de Riviera Johnson, suenan muy limpio y con un aroma sesentero. El chispeante color de sus guitarras y el ensoñador pop que se mece en cálidos mares de psicodelia y buenas vibraciones invitan a dejarse llevar a donde la marea te arrastre.

Música para bailar, flotar y, en definitiva, disfrutar con una banda que aúna la ligereza del pop con la psicodelia. Sin duda eran, como dijo Riviera, «el acontecimiento», tocando no a las 12 de la mañana. En ese mismo escenario se presentaron Hinds hace unos años, pero a ellas no se les ocurrió decir «¿quiénes están tocando allí?». Se referían a Nada Surf, quizás con insolente inocencia.

En ese mismo escenario, vimos una de las propuestas de más calidad del festival: la catalana Joana Serrat haciendo Americana persiguiendo al crepúsculo, con una solvente formación que incluía pedal steel guitar. Absolutamente seductora.

Amor Germanio, con músicos que han pasado por Neuman y The Leadings, debutaban en directo en el espacio dancefloor, presentando un EP que les ha producido César de León Benavente. Les confinaron a un escenario entre palmeras afiladas y falto de potencia de sonido; reforzados por un cuarto miembro, lograron salvar los muebles mostrando una cara que les emparenta con la oscuridad de Love & Rockets y la fiereza de Lagartija Nick. Visto con otra perspectiva incluso podría pensarse en un grupo revival de la ruta del bakalao.

«Todo lo que ves no es todo lo que ves, es lo que va después del pálpito», cantan los cartageneros Nunatak, que arrancan una nueva etapa con la publicación de Nunatak y el tiempo de los valientes, bajo el sello de Warner. Han evolucionado a un sonido Alt-folk, más arriesgado en estilo y desarrollos, introduciendo capas percusivas, estribillos poderosos, coros más complejos, letras más directas, sintes y electrónica, experimentando con sonidos y texturas sin complejos. Pero si algo caracteriza a este nuevo sonido son las voces, unos coros multitudinarios de esos que erizan la piel incluso al más despistado. Sonaron muy baqueteados y épicos con esos lalalá que recuerdan a Springsteen. Este año lo van a petar.

El dance-punk de !!! sonó a altas horas de la madrugada (quizás habría ido mejor adelantarlos en el horario) un poco más dance que punk, aunque bebiendo a menudo de las fuentes primigenias de los Talking Heads, guitarras con simpatía afrobeat incluidas, y rearmándose con munición de su primera época. Los de Sacramento siguen otorgando razones para que los signos de admiración estén justificados.

Los encargados de abrir el festival y recibir a los primeros festivaleros fueron los valencianos Modelo de Respuesta Polar, y los murcianos Lebowsky con un directo de espirales psicodélicas.