Lidó Rico se dio a conocer para el gran público como autor de la escultura exterior del pabellón de Murcia en la Expo 92, un gran muro cortina compuesto por espejos ondulados con efecto de aumento que ofrecía a los visitantes una curiosa perspectiva de los elementos que reflejaba. Sin embargo, ha sido su particular manera de representar la figura humana la que ha caracterizado su prolífica producción, tomando su cuerpo como modelo. Primero empezó sacando moldes de sus dedos, luego de sus manos y brazos, hasta llegar a sumergirse por completo en escayola, un arriesgado ritual entre performativo y emocional para conseguir crear los vaciados de su torso, que más tarde rellena con resina de poliéster y reproduce con actitudes de franca angustia, reflejando el agobiante proceso que le lleva conseguirlos. Sus gestos extremos son una dramatización del horror que impresionan a la vez que magnetizan.

La expresión artística donde el autor es parte de la obra tiene su germen en las vanguardias históricas, que ya mostraron su profunda disconformidad con el mundo para plantear una forma más comprometida de hacer arte, convirtiendo la obra en una respuesta del artista frente al sistema, en oposición a la mera experiencia estética proclamada desde el Renacimiento. Una ruptura donde el artista se verá abocado al uso de su cuerpo como instrumento, como materia prima de su expresividad.

Es en esta tradición performativa, donde el artista es parte de la obra y refleja su relación con la vida, donde se enmarca la producción de Lidó Rico, ampliamente representada en la muestra. El artista yeclano ofrece en primera persona una visión subjetiva del mundo, con sus personajes - retorcidos, crispados y desgarrados - extraídos de él mismo, aunque en realidad podrían representar a cualquiera de nosotros. Sabido es que estos temas son poco discutidos en la sociedad moderna, cuya tónica es evitar los sentimientos negativos a cualquier precio para, de alguna forma, proteger a sus miembros. Esto no ocurría en las sociedades primitivas donde los rituales y las ceremonias estaban presentes integrando al hombre con su cuerpo, al hombre con el cosmos, ofreciendo la oportunidad de vivenciar sus dolores con el fin de librarse de ellos. Schopenhauer, considerado un filósofo pesimista, relaciona el sufrimiento como un aspecto del deseo no satisfecho. Sin embargo, la satisfacción es efímera, es sólo el punto de partida de un nuevo deseo; al no existir la satisfacción de todos ellos el autor deduce que no existe término para el sufrimiento. En otras palabras, un círculo vicioso que el hombre debe romper para poder alcanzar emociones positivas.

Lidó Rico propicia este enfrentamiento en Ni imaginar puedes lo feliz que me hace sentirte a mi lado (2005-2006). El impresionante mural que abre la muestra plantea un ejercicio al que el espectador se verá sometido a lo largo del recorrido: a huir de la comodidad donde estamos instalados y a atravesar las muchas capas que protegen el yo íntimo, con el fin de evitar el sufrimiento. Freud asegura que el ser humano se mueve en un complejo vaivén de retorno hacia el eros y el thanatos, aunque nuestro ser se impulsa generalmente a la búsqueda de la vida, a la lucha por la supervivencia, tenemos una especie de tendencia masoquista que nos lleva a la autodestrucción. Esta autodestrucción, esa muerte, la oscuridad, la sombra de la desdicha, es como un abismo insalvable que nos devora constantemente y nos descubre que después del décimo círculo del infierno todavía quedan muchos más. Superada la primera impresión de horror, la pieza actúa como un impulsor de cuestionamientos personales en torno a la violencia, la espiritualidad o el consumo, anima a la apertura de una ventana por donde mirar al interior, ahondando en la verdadera esencia del ser humano y su manera de estar en el mundo.

Pero no es este su único discurso. Una pieza que resume la expresión onírica y poética de Lidó Rico es la instalación de sus Series de Bloque (1995-2005), piezas concebidas de forma individualizada en su origen pero que aquí son mostradas de manera conjunta, alrededor de 200, en pequeño formato, que encapsulan elementos significativos de su imaginario, fragmentos presentados a modo de indicios de la memoria, girando siempre en torno a la presencia humana. Personajes de todas las edades que miran al espectador contando sus historias, invitándole a construir su propio puzzle de recuerdos.

La retrospectiva abarca 25 años de trabajo del autor, por lo que resulta interesante hacer una revisión del uso de los materiales que conforman su obra escultórica. Una primera época, realizadas en cera ( Raison d´être 1990) da paso al uso de elementos cotidianos ( Arquitecturas 1991-94). Su investigación en torno al metacrilato ( Porta-lente 1994), pasando por la madera hasta llegar a la contundente dureza del bronce ( Génesis 2015), reflejan una constante experimentación. Sin embargo es en la resina de poliéster donde el artista desarrolla su mayor fuerza expresiva y donde se introduce literalmente en la materia, consiguiendo el desdoblamiento de su alter ego. En su continua búsqueda ensaya con la resina todo tipo de efectos y combinaciones, en sus Agachaditos (2006) añade reflejos fotoluminescentes, en Anónimos (2007) cristales de aumento, hojas en Eolos (2014) o papel en La Isla (2015).

Nada es casual en la obra de Lidó Rico, a la materia y su concepto el autor añade otro elemento: el componente espacial. En alguna de sus obras plantea una doble contemplación, como en La notte stellata (2009), cinco cabezas aparentemente iguales en resina de colores que contienen un cerebro de cristal de aumento. Al acercarnos vemos la imagen de distintos personajes en su interior. En otras instalaciones juega con la disposición, dibujando con sus piezas formas simbólicas - espiral, ondulada o circular- sumando así un nuevo significante al conjunto.

Otro de sus recursos es la repetición seriada de elementos iguales, en Mute (2013) una pieza que cobra especial actualidad, reproduce su propio rostro atravesado por cremalleras que impiden responder a los discursos dominantes, representados en la pieza sonora que completa la instalación con fragmentos de alocuciones enardecedoras de Putin, Obama o un clérigo musulmán. Entrando al juego de los contrarios que propone el artista, la reflexión gira en torno a una sociedad donde a pesar de vivir obsesionada por la comunicación, lo que convence es el relato repetido hasta la saciedad, construido sobre una manipulación de marcado acento populista. Una sociedad que ante el fervor de las masas manifiesta escasa respuesta, bocas selladas que asisten atónita y silenciosamente al circo de los despropósitos.

Interesante igualmente es la intervención de la zona noble del Palacio de Aguirre, donde destaca el montaje en la capilla, un pequeño altar custodiado por dos magníficas vidrieras realizadas en 1902. A sus pies, el montaje Racimo (2009), con más de un centenar de calaveras conteniendo otras tantas distribuidas en forma de planta barroca. Aquí la repetición del elemento aumenta el carácter espiritual del espacio, revela su dimensión conceptual al reivindicar un desarrollo de la obra de arte desde la perspectiva ritual, como liturgia que se impone por la solemnidad y la solidez de su estructura. Esta dimensión ritual del arte forma parte básica de sus orígenes. A lo largo de los siglos el arte compartió con el rito su manifestación rítmica, gracias a la interiorización que posibilita su repetición, como una especie de mantra, el arte aproximó al hombre los grandes misterios de la vida y de la muerte.

En suma, Corpus cumple con una de las principales premisas del arte contemporáneo, la de plantear los interrogantes y los temores del individuo moderno, banalizado por la sociedad del bienestar. Lidó Rico, a través de su coherente y comprometida trayectoria, abre una espita para dejar entrar la luz de la reflexión allá donde, a pesar de las múltiples interferencias, permanecen latentes nuestros más recónditos sentimientos.