Alguien dijo de él que era el actor perverso del cine español. Y no le faltaba razón. Pocos actores españoles han matado o han muerto más en una pantalla. Ha sido tiroteado, crucificado y hasta castrado -lo fue en La novia ensangrentada, de Vicente Aranda, un filme de culto para Tarantino-. La figura de Simón Andreu se nos antoja hoy una rara avis de nuestro cine, con una filmografía integrada por multitud de películas de acción, suspense y terror.

Durante los 57 años de carrera, Andreu ha intervenido en 135 películas, además de sus papeles en teatro y series de televisión, y puede presumir de haber trabajado con algunos de los mejores directores de la historia del cine español: Francisco Regueiro, Vicente Aranda, Jorge Grau, Roberto Bodegas, José Luis Garci, Juan Antonio Bardem, Fernán Gómez, Pilar Miró, Mario Camus, Agustí Villaronga, José Antonio de la Loma o Eloy de la Iglesia, el director con el que más se le asocia, con películas como Juego de amor prohibido, La otra alcoba, Los placeres ocultos, El sacerdote o La estanquera de Vallecas.

Además, fue un asiduo del cine internacional cuando era rarísimo que nuestros actores traspasaran las fronteras patrias. Ya en los sesenta trabajó con directores como François Villers o Luciano Ercoli, en Francia e Italia. Después vinieron Milos Forman, Paul Verhoeven?, y fue el primer actor español que intervino en un film de James Bond ( Muere otro día). Su última incursión en el cine internacional ha sido en Infiltrado, con Bryan Cranston ( Breaking bad) como actor protagonista.

Ahora, aquel niño que prefería las tablas de un escenario a un campo de fútbol, el joven que siempre supo que quería dedicarse a meterse en la piel de otros personajes, aquel que se enamoró y aprendió la profesión observando en la pantalla a los más grandes, ha sido elegido por la Semana de Cine Español de Mula -una iniciativa organizada por el Cine Club Segundo de Chomón y el ayuntamiento de aquella localidad, y en la que colabora la Universidad de Murcia y la Comunidad-, para tributarle su homenaje anual. Él lo celebra con gozo y satisfacción, porque, a sus 76 años, Simón Andreu conserva la ilusión con la que empezó y que siempre intentó transmitir en una pantalla. En Mula tendrá ocasión de reunirse con algunos de sus amigos: el periodista Miguel Vidal y el artista Manuel Coronado han prometido acompañarle en este día tan especial para el veterano actor.

¿Qué representa el cine en nuestras vidas? Y, sobre todo: ¿Qué representa el cine en la vida de Simón Andreu?

El cine nos ha enseñado mucho. Casi todo lo que sé lo he aprendido a través del cine. Yo sé interpretar porque he visto a los grandes actores en una pantalla. Mi base cultural es el cine: he visto grandes ciudades en el cine, he visto culturas diferentes a la nuestra? A los 23 años fui a Nueva York por primera vez y parecía que lo conocía de toda la vida, o cuando fui a París a hacer mi primera película, que todo me parecía familiar. Y todo ello gracias al cine. Mucho más que las bibliotecas, el cine es la base cultural de la gente de mi generación.

Desde pequeño le gustaba hacer sus pinitos como actor cada vez que tenía ocasión.

A diferencia de otros compañeros, no me gustaba el fútbol, lo que me gustaba era el teatro. La primera vez que actué en una obra de teatro debía tener siete años. Yo lloraba para que me incluyeran en una función del colegio. Y cuando no podía ser ayudaba a montar el escenario. Solo iba al teatro de público cuando no tenían papel para mí.

Pero su dedicación a la interpretación fue después de acabar el servicio militar, ya en los sesenta.

Cuando acabé el servicio militar me marché a Madrid a buscar trabajo, porque aún no habíamos entrado en la época del boom turístico en Mallorca. Era muy joven; hay que tener en cuenta que yo terminé el servicio a finales de los cincuenta, con 18 años. Yo no era buen estudiante, y mi padre me dio dos opciones: o de carpintero con el tío Guillermo o de herrero con el tío José, así que elegí irme a la mili, y me fui con 17 años.

Como a otros actores, como Harrison Ford o Paco Rabal, la primera oportunidad le llegó de manera casual.

Sí, yo iba acompañando a un amigo mío que estaba en los estudios Cinearte. Le pedí que me dejara ir con él para ver un rodaje, y allí me presentaron a un ayudante como actor, y me preguntó si podían hacerme una prueba. Me dieron un papel para que me lo estudiara y me dijeron que después pasaría el director a verme. Me hicieron la prueba e inmediatamente me contrataron.

Y muy pronto tuvo un papel estelar, con El buen amor , una película que le abrió muchas puertas.

Habían pasado un par de años. Yo estaba haciendo Un hombre para la eternidad en el teatro Eslava de Madrid, y Paco Regueiro buscaba un actor joven para su primera película. Uno de los técnicos que había intervenido en mi primera película le habló de mí y ambos fueron a verme al teatro. Hice la película y tuve la suerte de que representara a España en el festival de Cannes. Era 1963.

El hecho de saber hablar inglés y francés le abrió las puertas al mercado internacional?

Saber algo de inglés me sirvió por ejemplo para hacer La novia ensangrentada, de Vicente Aranda, que rodamos en inglés. Él no sabía inglés, y recuerdo alguna escena en la que el actor no había dicho el diálogo entero. Pero la película funcionó, y el mismísimo Tarantino está encantado con ella.

Estas películas se rodaban en dobles versiones, pensadas para el público internacional, pero usted comenzó enseguida a trabajar en el cine extranjero.

Yo trabajé para el cine extranjero desde el principio, porque en 1964 ya hice Un balcón sobre el infierno, de François Villers, con Michèle Morgan, que tuvo una gran acogida en Francia. Asistí al estrenó en los Campos Elíseos.

Con José Antonio de la Loma hizo nueve películas.

La primera que hice con él fue Golpe de mano, un filme sobre la Guerra Civil en el que por primera vez salían 'rojos' buenos. A pesar de que su ideología iba por caminos bien distintos, en esto acertó. En el filme colaboraba el Ejército Español, y cambiaron el final de la película, ya que iba sobre un alférez provisional empeñado en tomar un pueblo para matar a la persona que había matado a su padre. Durante la batalla mueren muchos hombres, y en el guión castigaban al oficial por esto, pero el asesor militar que había en la película se empeñó en que en lugar de un castigo fuese algo mucho más suave, una simple regañina.

Probablemente, con el director con el que más se le asocia a Simón Andreu es con Eloy de la Iglesia, autor de un cine polémico, a menudo escabroso, y en no pocas ocasiones de gran éxito en la época. Con él inició en 1975 una relación profesional que se extendió durante treinta años y se tradujo en siete películas.

El venía siempre a los rodajes con los deberes hechos, con los guiones aprendidos. No incluía notas, como hacen otros, pero él ya sabía lo que iba a hacer. Trabajar con Eloy de la Iglesia era una gozada, él ya traía la película rodada desde casa. Cuando llegaba a los rodajes, colocaba las cámaras y todo salía sobre ruedas, sin titubeos, era como si hubiera soñado la película, como si la tuviera en mente. Y era muy eficaz, rodaba casi exclusivamente lo que necesitaba, al menos en los comienzos de su carrera. Recuerdo que en La otra alcoba, la primera película que rodé con él, a mediados de los años setenta, los actores no teníamos derecho a segunda toma. En ese aspecto se parecía a León Klimowsky.

El apartado internacional de Simón Andreu es especialmente prolífico. En 1985 rueda con Paul Verhoeven Los señores del acero , el salto al cine de gran presupuesto de este director holandés.

Verhoeven era un tipo extraordinario. Tuve ocasión de estar mucho tiempo con él. Rodamos el ochenta por ciento de la película en el castillo de Belmonte. Allí no vivía nadie del equipo, excepto el protagonista, Rutger Hauer, que paraba a los pies del castillo en una roulotte enorme y se movía por los alrededores en moto. El resto vivíamos en un parador que había en la carretera y en una pensión que había en el pueblo de Las Pedroñeras. Allí estaba yo junto al director, el actor Tom Burlinson y algunos técnicos del círculo más íntimo de Verhoeven. Cuando volvíamos de los rodajes íbamos al cine del pueblo a ver la proyección y después tomábamos alguna copa en el bar de la pensión. Lo recuerdo con simpatía, era un tipo muy peculiar, muy progresista, muy abierto.

¿Y qué pensaba cuando trabajaba en películas extranjeras con enormes presupuestos, después de ver las penurias que se pasaban en el cine español?

En el cine español he vivido las penurias, pero también las grandezas, porque las coproducciones que he hecho en España también tenían grandes presupuestos. Recuerdo que Un balcón sobre el infierno, una de mis primeras películas, de comienzos de los sesenta, franco-española, que rodamos en París y en España con muchos medios. El operador era Ramón Ballesteros, y recuerdo que para iluminar la cara de Michèle Morgan podía tirarse dos horas.

En realidad, en el cine español se daban las dos facetas. Además, con el paso del tiempo, estos directores jóvenes como Regueiro o Aranda, que serían el equivalente español a la Nouvelle Vague, contaron con más presupuesto, y pudieron rodar con más medios y más tiempo.

Usted ha participado en Muere otro día , una de las entregas de James Bond.

Sí, pero salgo muy poco, enseguida me mata Halle Berry. Lo que sí es cierto es que fui el primer español que salió en una película de James Bond. Los actores que hablamos inglés, como Fernando Rey, Paco Rabal o yo, en cierto modo hemos abierto camino a mucha gente. Ahora, afortunadamente, hay muchos actores que salen al cine fuera, pero en los años setenta y ochenta era muy rara su presencia.

También trabajó en Los fantasmas de Goya (2006), con Milos Forman.

En esta película se produjo un hecho curioso: que Forman cambió mi personaje. Yo quería hablar de una manera que llamara la atención y a él le gustó y me pidió que lo exagerara más, y al final el casting se convirtió en un ensayo de mi secuencia. Es un personaje muy importante del cine.

Ha hecho de malo muchas veces.

El director Luciano Ercoli me decía que yo era el actor perverso del cine español. Era un piropo.

Seguramente no hay otro actor que haya muerto y matado más en el cine español.

He muerto muchas veces. La última forma de morir que me faltaba era crucificado, lo hice en Ben-Hur, una coproducción para televisión que hicimos en Túnez en el año 2009 con Alemania e Inglaterra, en ella interpretaba el papel de Simónides, suegro de Ben-Hur. O sea, que he sido hasta crucificado, aunque en esa ocasión no morí, resistí la crucifixión y mis familiares me llevaron, tullido, pero vivo.

Y ahora, a sus 76 años, sigue trabajando con asiduidad. En 2016 intervino en cuatro películas, en lo que llevamos de 2017 lo ha hecho en tres?

Si los viejos nos retiráramos ¿quién haría de viejo en las películas, jóvenes maquillados?

Es usted el homenajeado en la XXIX edición de la Semana de Cine Español de Mula.

El reconocimiento es una cuestión fundamental en nuestro oficio. Pensar que la gente ve tú trabajo te da vida. El contacto con el público es lo que nos falta a los actores que hacemos mucho más cine que teatro, ver la cara y estrechar la mano a gente que aprecia tu trabajo. Ver que tu trabajo ha aportado algo a alguien. Además, estoy deseando ir a Mula porque sé que me lo voy a pasar muy bien y voy a tener ocasión de ver a amigos con los que me gusta estar.