Dos estatuas presiden la sala 23 del Museo Británico. Una es un héroe o tal vez un guerrero, no se sabe bien, porque no tiene manos y se desconoce el objeto que empuñaba. La otra es un campeón olímpico. Desde lo alto de sus peanas, inmóviles, flanquean la puerta que conduce a los frisos del Partenón y ven pasar la vida, a los escolares armados con lápices de colores y ataviados con chalecos reflectantes, a los turistas con zapatillas cómodas y cámaras en ristre. Y así desde hace décadas. Los dos colosos no lo saben, pero en unos días se irán de viaje. Esa misma noche, con el museo ya vacío y en silencio, los bajarán de su Olimpo con cuidado, los limpiarán y los envolverán. Desde Londres viajarán en camión a la costa y luego en barco rumbo a España, donde serán admirados por otros turistas y otros escolares.

Un piso más abajo, cuatro salas y tres puertas más allá de donde se plantan los dos héroes, ya en la parte oculta del museo, otras piezas esperan también para ser empaquetadas. En un subterráneo, la imponente Niké alada con las ropas agitadas por el viento, una estatua de piedra tostada del año 100 antes de Cristo, reposa en silencio al final de un taller ultramoderno siempre cerrado a cal y canto. En el techo, extractores y tuberías de metal plateado para mantener la temperatura y la ventilación correctas; en el suelo, carretillas hidráulicas y cajas metálicas forradas con carteles que rezan "frágil" o "proteger contra todos los elementos" o también "no aceptar la mercancía si el precinto de seguridad está roto". Es imposible certificar la alegría de la diosa de la Victoria (no tiene cabeza), pero seguro que se pone contenta cuando sepa que se va de gira durante dos años seguidos.

En otro almacén, junto a la sala GW Reserve 2, y no muy lejos de donde aguarda la Niké, al final del túnel por donde entran los camiones a cargar las piezas, un buey de mármol parece haberse vestido de fiesta, con una especie de cinta verde al cuello, tal vez con la esperanza de que también lo embarquen.

Sin embargo, esta escultura no está en la lista de las más de 160 piezas de incalculable valor artístico y monetario que el British ha prestado a la Fundación Bancaria La Caixa para la segunda de las cuatro exposiciones que ambas instituciones han acordado organizar. La primera, ya inaugurada, trata sobre el arte en la edad media. La segunda, que abrirá el telón el próximo mes en Madrid se titula 'Agón! La competición en la antigua Grecia', y repasa siglos de arte relacionado con la lucha deportiva, la confrontación poética y la pugna bélica en la antigua Grecia y los territorios de su influencia cultural y política, incluyendo Roma, el norte de África o la actual Turquía.

Algunas de las obras que se exhibirán atesoran tanto simbolismo y están tan asociadas al museo londinense que hasta ahora nunca habían sido cedidas. La muestra recalará primero en Madrid, se inaugurará el 13 de julio y luego recorrerá los Caixaforum de Barcelona, Sevilla, Zaragoza y Palma, donde se clausurará en marzo del 2019.

Antes del inicio de esta epopeya artística, 'Magazine' ha visitado la cara oculta del museo londinense, cuyo acceso suele estar muy restringido o, directamente, prohibido. Allí aguardan las esculturas, armaduras, ánforas, máscaras, joyas, bustos, cascos y hasta instrumentos musicales que se han seleccionado para la exposición.

Estas son las misteriosas bambalinas de uno de los escenarios más fascinantes del mundo: salas en penumbra que un día estuvieron abiertas al público, placas medio tapadas por armarios que conmemoran la donación de ricos mecenas y que ya no ve nadie, almacenes modestos y almacenes modernos, laboratorios luminosos con los últimos avances tecnológicos, cuartos de hospitalización para tratar las piezas más delicadas, antiguos comedores, viejos ­salones de clasificación de piezas con estanterías victorianas de tres metros de altura que, remozadas, esperan un nuevo uso. Ganchos, grúas, vigas de sujeción y correas, mosaicos romanos restaurados y envueltos en plástico, estelas funerarias romanas, pequeños camiones yendo y viniendo, pinceles y disolventes, bustos, microscopios, máquinas de rayos láser, espejos... Pasillos, escaleras y más pasillos. Atajos y más atajos. Huesos, músculos, arterias, venas, capilares, uñas y dientes. Una madeja en un laberinto oculto que no acaba de desenredarse y donde es muy fácil perderse. Suerte del guía, que es muy solvente.

Universo sorprendente e íntimo

Con un pequeño manojo de llaves, Peter Higgs, una autoridad en el Reino Unido sobre arte de la antigua Grecia y Roma, va abriendo las puertas de un paisaje oculto cuyo acceso está vedado a los siete millones de personas que cada año pisan el museo más famoso del mundo (con permiso del Louvre). Tras sus pasos, a cada cerrojo que cede, florece un universo sorprendente e íntimo, un diario secreto del edificio cuyos inquilinos más célebres son la Piedra Rosetta, las momias de Egipto, las piezas del ajedrez de Lewis o el moai de la isla de Pascua? eso sin mentar los célebres frisos del Partenón o los mármoles del mausoleo de Halicarnaso, una de las siete maravillas del mundo, que estuvo en pie en la actual Bodrum, Turquía, hasta el 1404 y que se derrumbó por los efectos de un terremoto.

Los mármoles y otras piezas del mausoleo se exponen a lo largo de la sala 21 del British. Sin embargo, el día de la visita falta uno, uno de los mejor conservados. En su lugar ha quedado un hueco. Peter Higgs sigue abriendo portones hasta llegar a un almacén -un cartel indica que es la GW Reserve 2- relativamente pequeño, donde se apilan piezas y cajas, que trastea un chico llamado Guy. Sobre unos palés, bien asegurada con correas y protecciones, reposa la placa que falta en la sala 21 y que representa la fiera lucha entre unos guerreros griegos y unas amazonas. La pieza acumula polvo, de hecho ya hace 15 años que no la limpian a conciencia, pero los restauradores se encargarán de ella antes de ser exhibida en el Caixaforum de Madrid y los del resto de las ciudades. "Está muy bien conservada, otras placas tienen incluso balazos de mosquetón, porque hacían puntería con ellas. Algunas estaban enterradas, pasto de las humedades del suelo -recuerda Higgs-. Estos mármoles llegaron al museo en 1865 y jamás han salido de él. Después de 152 años, esta es la primera vez que una pieza viajará a otro museo", confirma el comisario de Agon!

El conjunto de obras que viajan a España es notable. Nunca el British había cedido un conjunto de tanto valor, y no sólo artístico. Higgs, impulsor de la remodelación de las galerías de arte grecorromano del museo, ha tenido incluso que insistir firmemente ante algún colega de departamento de la necesidad de prestar tal o cual pieza, aunque eso suponga que los visitantes del museo de Great Russell Street se queden dos años sin admirarla.

"Una colega acabó dando su consentimiento, pero después de insistir con un 'dos años máximo, ¿de acuerdo?'. Nuestro fondo es muy extenso, unos ocho millones de objetos, así que creo que es bueno que las piezas circulen, de este modo pueden brillar otras en el lugar que dejan los objetos que se dan en préstamo", cuenta el conservador ante la máscara que provocó la disputa y que es muy apreciada por ser de bronce. De la antigua Grecia han sobrevivido muy pocas piezas de este metal, pues la mayoría de las esculturas fueron fundidas. Muchas han llegado a nuestras días como copias en mármol. La máscara en cuestión representa, con toda probabilidad, a un pankratiast, un luchador de una modalidad deportiva extrema practicada en la antigua Grecia que hoy entroncaría con el kick boxing y el full contact. "En el pankratios estaba todo permitido menos morder y meter los dedos en los ojos", ilustra el comisario Higgs. En la frente, la máscara tiene una brecha profunda, tal vez una cicatriz ganada a pulso y con honor.

Cuando la empaqueten, la cabeza del luchador total será sustituida por otra pieza. En otras ocasiones, cuando se presta una pieza muy icónica, se modela una réplica y se exhibe, advirtiendo al público que la que se admira no es la original. Muchos de estos facsímiles se moldean en la sala de Copias.

Vista al laboratorio

Una de las estancias secretas más sorprendentes del Museo Británico es un amplio laboratorio con aire de quirófano provisto de los últimos avances tecnológicos, luminoso a más no poder y con un suelo gris ceniza más limpio que una patena. En realidad, el estudio de conservación de piedra, presidido por una intrincada nube de tubos que aspiran el polvo y los disolventes que resultan de las restauraciones, es lo más cercano a una planta hospitalaria donde se interviene con paciencia y buen pulso las piezas que necesitan limpieza, reconstrucción o cirugía integral.

El día de la visita, el equipo de restauración está formado íntegramente por mujeres. Sobre las mesas, bustos griegos y romanos que necesitan o ya han disfrutado de una limpieza de cutis. En el suelo, de pie, esculturas griegas y parte de un friso de tierra roja procedente de India. Bajo el microscopio Leica MZ95, unos ojos se posan en una loseta policromada que representa a un pájaro, tal vez una parte de un jeroglífico egipcio más extenso.

La jefa del departamento de conservación de piedra del Museo Británico se llama Hercules, Michelle Hercules. No es una broma, acaso un guiño del destino. "Soy una mujer fuerte", declara entre risas enseñando el bíceps. Sus ayudantes son Amy Drago y Stephanie Vasiliou. A partir de ahí, el lector podría intuir que para trabajar en esta área es indispensable poseer un apellido con intachables referentes greco-romanos, pero esta es tan sólo una bonita coincidencia.

Amy Drago deja por un rato sus quehaceres para invitar al visitante a colarse en una dependencia contigua a la de restauración de piedra. La llaman sala de Consolidación, es más pequeña que el taller principal y hace las veces de una unidad de cuidados intensivos para objetos que necesitan un trato especial. Dentro de una caja de plástico, de las que sirven para guardan ropa que no es de temporada, descansa una piedra de arenisca tostada semicubierta con papeles que absorben la humedad. La caja se parece a una incubadora, aunque este bebé tenga 2.500 años. En esa misma sala permanece apagado un dispositivo Er:Yag, una máquina láser que se suele utilizar en las clínicas de cirugía estética y que en el museo sirve para la limpieza y conservación de piezas de arte, pero también para prevenir posibles deterioros que el objeto pueda sufrir. Al frente del programa está la conservadora gallega Lucía Pereira-Pardo.

En su área de trabajo, Michelle Hercules está embelleciendo, a la vez, dos piezas que formarán parte de la muestra Agon! Una es una escultura femenina, la otra, un busto que fue encontrado en muy mal estado, con fuertes signos de erosión y suciedad tras pasar enterrado centenares de años. La restauradora ha ido limpiándola poco a poco para eliminar toda la costra de impurezas y devolverle su color crema original. "Hemos ido fotografiándola para documentar los avances de la restauración", cuenta mientras señala unas fotos colgadas junto a su escritorio y que muestran como el busto tenía el color del tizón cuando llegó al laboratorio.

Su próxima misión será sacar brillo al mármol de Halicarnaso descolgado de la pared, pero la pieza no se moverá de su almacén. Pesa mucho y es muy delicada, así que la profesora Hercules se desplaza allí pertre­chada con sus armas más efectivas. A saber: un bote repleto de bolitas de algodón, un palito y agua. Aprovechando la visita de Magazine, y acompañada por Peter Higgs, la restauradora se aviene a hacer una prueba y empieza a aplicar el algodón sobre la cabeza de una ­amazona en posición de ­defensa. ­Hercules esboza una sonrisa: "Con apenas un poco de agua el mármol se ve muy blanco, brilla, y la pieza no se ve deteriorada", explica. Al fondo de la sala, el buey con la cinta verde al cuello sigue erguido y las cejas levantadas a ver si alguien se fija en él.

En el recorrido por las entrañas del British aún quedan pasillos por recorrer. La conservadora Hercules se despide y el comisario Higgs empuña el manojo de llaves para seguir atajando a través de salas de exhibición hasta llegar a la que se conoce como el comedor cocina del director. Un cuarto modesto con una mesa grande donde se organizan reuniones de trabajo. A su alrededor, los técnicos y diseñadores del Museo Británico, con sus colegas de la Fundación La Caixa, están ultimando los detalles para el embalaje, carga, transporte y recepción de nuestros amigos el héroe sin manos, el campeón olímpico, la Niké alada, el mármol con las amazonas y los guerreros, el pankratiast... En la sala, en un plafón forrado de corcho que ocupa casi toda la pared, hay decenas de fotografías enganchadas con chinchetas que anuncian una futura exposición: sarcófagos, jeroglíficos, dioses egipcios. Pero ese ya será otro viaje.