Hasta el hombre más rudo se convierte en desvalido cuando dispone su cuello al filo de la navaja del barbero. El poder -el de quitar el excedente de vello o la vida- en ese momento, está en manos de un desconocido que, al terminar, dispondrá una sonrisa y alargará la mano para recoger su dinero? Si no ha sajado de parte a parte el cuello del cliente. Esa incómoda vulnerabilidad ante el afeitado sirvió a James Malcom Rymer y a sus colaboradores para crear, en 1846, a Sweeney Todd, el famoso barbero-asesino de la calle Fleet. Ahora, el escritor murciano Alberto Chessa ha trabajado en la primera traducción al castellano de este clásico del terror británico, que desde su publicación ha sido adaptado en numerosas ocasiones al cine, al teatro y a muchas otras plataformas. La recién nacida editorial La Biblioteca de Carfax ha dado forma a la traducción de Chessa, y juntos -editorial y traductor- han abierto de nuevo la puerta de la barbería londinense. Comienza el horror.

¿Cómo descubre el texto y se interesa por su traducción?

Llegó por encargo, que es uno de los mejores modos que hay para acercarse a algo. Soy un grandísimo defensor del encargo. Sin ánimo de comparar, El retrato de Machado fue un encargo, no lo olvidemos.

Una novela circunscrita al género de los penny dreadfuls (historias de terror escabrosas y sensacionalistas) y que se publicó por capítulos vendidos semanalmente.

Sweeney Todd ha dado de sí mucho: cómics, versiones para teatro, cine, musicales, versiones juveniles, montajes para radio? Pero el origen de ésto está en un serial por entregas decimonónico. Me imaginé que iba a traducir un folletín muy circunscrito al género de terror con el interés justo, que no es poco, pero descubrí que hay un par de motivos de peso por los que el lector de hoy debería dedicarle un tiempo a esta novela.

¿Y son?

El primero es la mera curiosidad de saber qué es lo que realmente se estaba leyendo en la Inglaterra del siglo XIX. No era lo que el canon ha sancionado: ni a Dickens, ni a las hermanas Brontë? A esos los leían las clases ilustradas: cuatro gatos. Las clases obreras -y estamos en el cogollo de la revolución industrial- leían esto: penny dreadfuls, que costaban un penique y que cada semana les dejaban grandes aventuras, amores tachonados por lo imposible y lo catastrófico y, por supuesto, todo lo que tuviera que ver con lo tétrico, lúgubre, luctuoso y demás.

¿Por qué más es interesante esta novela?

La mayor de las sorpresas es encontrarme que de las manos que pasaron por la redacción de estas páginas hubo al menos una o dos que sabían escribir muy bien. Ese vuelo literario, ese vigor en el lenguaje en el desarrollo de las situaciones, en cómo afilaban el escalpelo para meterlo donde más dolía, la parte de crítica social, que no ha envejecido hoy.

También está el tono que a veces toma el texto.

Otra sorpresa que ha de hacer las delicias de un gran lector contemporáneo es el humor. Me dejó perplejo: es un humor cervantino hasta el punto de que a mí me obligó, por momentos, en esa montaña rusa de estilos literarios y lingüísticos, a echar mano de ciertos giros nuestros, de expresiones y cadencias más propias de nuestro Siglo de Oro para verter a nuestra lengua el original.

¿Que se vendiera por capítulos condiciona, de algún modo, la redacción del texto?

Eso tiene dos caras: una buena y otra menos buena. El hecho de que la naturaleza de este texto fuera serial o fascicular obligaba a los autores a aplicar una serie de técnicas suasorias, de captar la atención del lector para, en primer lugar, refrescarle la memoria de donde dejó aparcada la lectura la semana anterior y, hacia el final, dejar la acción en alto para sembrarle las ganas y el hambre de volver la semana después a seguir consumiendo su ración. La cruz de esa moneda está en que, al final, lo que da de sí esto es un conjunto de peripecias mal cosidas entre sí, truncadas en su inmensa mayoría. El tener que componer una entrega cada semana y a toda mecha hace que la novela esté trufada de promesas incumplidas. No hubo una mano que articulase el todo, que lo dejase reposar y se pusiera después a hilvanar y dar cohesión.

¿Eso supone un problema?

Al lector de hoy le puede enfadar que aparezcan personajes prometiendo mucho y, luego, si te he visto no me acuerdo, o que existan tramas, subtramas, que nacen con interés y luego se quedan en el esbozo. Yo apelo al lector, a que sea indulgente con eso y se recree en lo verdaderamente interesante. Esta lectura es una suerte de placer culpable que invito a que se haga en el sentido de: olvidémonos por un momento de las altas cumbres de la literatura y volvamos a ser niños por unos instantes, dejémonos embriagar por el perfume de la aventura, del misterio, del amor...

Es la suya una edición plagada de notas a pie de página. ¿Por qué?

Es una novela muy connotada en el espacio y el tiempo, un clásico del british horror que transcurre en un espacio físico muy acotado, por eso incluyo notas sobre nombres de las calles y sus peculiaridades. Calles que además se llaman de igual modo hoy. Cualquiera que vaya a Londres puede hacer la ruta de Sweeney Todd utilizando el libro como mapa. También es necesario conocer lo que ocurría en la época en la que está ambientada la novela, bajo el reinado de Jorge III. De todo eso a un lector español no se le debe exigir un conocimiento exhaustivo, y no aclararle ciertas cosas es hacerle perder información. Hay además un tercer género de notas que tiran más hacia la etimología: todos los nombres son juegos de palabras.

¿Por qué es tan atractiva la imagen de un barbero asesino?

Ayer precisamente fui a afeitarme por primera vez en mi vida a una barbería de navaja, de la vieja escuela. A lo que no había más remedio que acudir hasta hace cuatro días. Yo quise experimentar lo que era aquello: el miedo cerval que cualquier hombre experimenta ante el hecho de poner ahí el pescuezo al servicio de un tipo que te está rasurando con algo que en cualquier momento puede írsele de la mano Y que eso signifique que acaba contigo. No es poco eso. Entiendo la fascinación que crea. Ésto es una suerte de? ponerle oficio real y, por tanto, una presencia infinitamente más que acuciante por real, por cotidiana, al hombre del saco. El miedo cerval a vernos reducidos a muy poca cosa, a ser una suerte de homúnculos en manos de un ser terrorífico que es capaz de gibarizarnos y reducirnos a la nada. De pronto resulta que el hombre del saco puede existir y estar tras el escaparate de una barbería.

Sin embargo, nadie se ha atrevido con la traducción hasta hoy.

Eso, que me tenía perplejo en su día, me sorprendió más aún cuando, tras llegar el encargo, lo primero que hice fue mirar por si hubiera algo ya existente para tener un cierto rigor en mi trabajo?, y sigo sin respuesta. Lo único que se me ocurre, aunque no me parece concluyente, es que es una historia, un personaje, que se escapa de cualquier corsé para el imaginario popular.