El mismo factor que probablemente espantó al público o, en el mejor de los casos, lo disipó buscando la escasa sombra. Ese bien inmaterial, útil e inexistente en casi todos los espacios de encuentro y recreo al abierto en el municipio de Murcia -¡Advertencia urgente a los responsables de la concejalía de turno!: sí que es cierto que la cerveza mitiga, pero los árboles, además de paliar el efecto del calor sobre el hormigón, favorecen el bienestar de niños, mayores y fauna silvestre-. Y si no, que se lo pregunten a quienes intentaron vibrar con los murcianos Garaje Florida, menearse con los Los Mambo Jambo llegados desde Barcelona y bailar con sus paisanos The Excitementsen, en la plaza del Campus de la Merced.

De vuelta al recinto ferial, se pudo comprobar cómo el mallorquín Lluís Albert Segura continúa liderando su particular proyecto L. A. con cada vez más fiereza, sin que sirva esta adjetivación como derivación directa de su reciente e interesante trabajo, titulado King of beasts. Justo antes de ver, una vez más, cómo el pop de los valencianos La Habitación Roja es cada vez más adulto, menos esteta e igual de cercano. Con buenas canciones y algún que otro himno como la certera Ayer, con la que consiguieron los primeros destellos de hermanamiento colectivo.

Entre las particularidades que hacen que un mismo festival sea único para cada cual de los asistentes -wamers en el caso que nos ocupa-, además de las sustancias estupefacientes consumidas, es la previsión de conciertos por ver y, una vez terminados todos, lo que la realidad difiere de lo planificado.

Los adictos (a la música en directo) seguramente priorizan a los artistas que difícilmente repetirán en los alrededores a su residencia; los conservadores, a los grupos de su adolescencia y de quienes conozcan toda su discografía; los que flipan y siguen el mal ejemplo de Coachella practicando un postureo que poco tiene que ver con la música, descubrirán a los más hiperbólicos y biensonantes nombres; los gourmet van a otro tipo de festivales cada vez más pequeños y delicados, en su fondo y forma; los fanáticos, a uno (o dos) solamente, llegan justo a tiempo, las cantan todas y son ultrasubjetivos; los foráneos suelen acudir a ver a los amigos y familiares más que a los propios cantantes; los concienciados, que se fijan en otros aspectos como la verdadera sostenibilidad, no en el greenwashing, ¡olé por, al menos a partir de este año, imponer el vaso reutilizable!; los predispuestos, demostrando que, con actitud positiva y ganas de pasarlo bien, cualquier cartel mediocre merece la pena; y los críticos€ ya se enterará usted de lo que opinan una vez hechas las reflexiones pertinentes. ¡Ah! Y aquellos a quienes les gustan todas las otras músicas, más allá del rollo indie, no los verán en este tipo de festivales.

Laureles para Crudo Pimento

Consciente de la aplicable máxima «No sólo del pop-rock (melifluo) vive el hombre» y habiendo meditado sobre lo obtuso que se puede llegar a ser alardeando de endogamia y chovinismo local, no veo injusticia alguna en otorgar los laureles de césar a la pareja de bichos verdes que conforma Crudo Pimento y una condecoración de honor a su invitado, el joven rapero galés Jack Higgins. Desde el barrio underground del Carmen y ajenos a la propia Escena, consiguieron dignamente cerrar filas ante la invasión techno de los resucitados y apaciguados hermanos Hartnoll. Tras lo visto y escuchado de Orbital, en los 35 minutos desde que terminasen los atronadores murcianos, nada nuevo que ofrecer a la desolada pista de baile.

Si fue, o no, el espectáculo más destacable del WAM 2017 el que dio el tándem Raúl Frutos-Inma Gómez (Crudo Pimento, sin la segunda i latina) será a los privilegiados presentes a quienes corresponda defenderlo. Indudablemente, fue el más impactante, desnudo, sincero, ecléctico y especial de las propuestas vistas. Conscientes de navegar en aguas sucias, demostraron que a veces, si nos mirarnos el ombligo, además de pelotillas florecen gemas negras, capaces de brillar sin ayuda de nadie, pero siempre que se las trate desde el respeto y sin el mal pararrayos del prejuicio.

Por continuar con los nombres de acá antes de pasar al segundo y tercer puesto del podio (internacional y nacional respectivamente), comenzaremos citando a Clara Plath. La banda de chico-chica que abrió «el escenario favorito de las minorías» y que más se lo lleva currando desde que debutaron en 2014. Afirmando que Varry Brava no dieron el chispeante show que se espera de ellos, ¿qué tal si se volvieran a acerca a la corriente primigenia de la cual bebían? Sabiendo que al cuarteto Perro, pese a su autodidacticismo, se le consiente todo a cambio de que sigan siendo tan perrunos. «Este concierto lo queremos dedicar al cierre del vecino Eroski Infante ... Llevamos seis meses sin tocar. Veamos cómo nos sale». Y reivindicando la veteranía de Noise Box -desde inicios del S. XXI no es moco de pavo, aunque tres discos editados parezca poco-. Deseándoles que tras la demostración de valía de Jesús Cobarro y su banda al presentar Every picture of you is when you were younger se rompa la maldición que también acompañó a grupos de la generación anterior, incapaces de obtener éxito -aunque sí aprecio- fuera de nuestras fronteras. Un ruido necesario.

Por hacer un guiño a ese par de artistas que «me hubiese gustado ver pero que no pude más que en un par de temas», diremos que fue un acierto tener la oportunidad de descubrir a la joven inglesa Shura -de razonable parecido con la primera Madonna- y de poder disfrutar, riendo, con el combo metaelectrónico en formato trío gaditano que se hace llamar Perlita.

¿Cuánto de malo puede hacer ser el grupo omnipresente en cualquier festival del reino? Tratándose de una banda heredera del mejor espíritu granadino, con un liderazgo compartido por dos cantantes no muy dotados, con un digno sexto trabajo En la espiral que no dudan en desengranar «disculpadnos por ello pero es que luego no tendremos oportunidad de tocar estas nuevas canciones» y al menos dos o tres himnos por cada uno de los anteriores. Podríamos afirmar que nada hay de malo. Además, los Lori Meyers invierten no sólo en buen rollo por cada uno de sus bolos, sino que para deleite de quienes no se dejan llevar por ese momentazo fraternal de la noche, nos muestran un bonito despliegue visual, sin alardeos necesarios pero coherente y muy bien diseñado. Sí, sin duda se han convertido a fuerza de siempre estar ahí en uno de esos grupos queridos y odiados a partes iguales, pero siempre resultones para cualquier programador temeroso del comprensible (y rentable) riesgo por innovar.

Y por concluir, reafirmando gratamente las sospechas previas «Trentemøller es por el único artista que me desplazaría unos kilómetros». El elegante productor y multiinstrumentista danés volvió a nuestro país en la segunda parte de su 'Fixion tour', con una formación de cuatro miembros más, el propio Anders Trentemøller dirigiendo el cotarro sónico, aunque sin acaparar protagonismo, y apostando por la embaucadora voz de la también guitarrista Marie Fisker.

Un gran penúltimo bolo para despedirse del festival hasta el próximo año, según se pronostica. Cuando con más tiempo y una caña se puedan demostrar mejor las capacidades de cada cual, ya que las intenciones han quedado patentes en este arranque.