Aunque nació para ser maestra, Mónica Rodríguez (Oviedo, 1969) acabó en el complejo mundo de la Física. Eso no le impidió continuar con su gran pasión: la lectura y la escritura. Hoy, ya con una excedencia en su trabajo que le ha permitido dedicarse en cuerpo y alma a la literatura infantil y juvenil, es una de las finalistas del Premio Hache con El naranjo que murió de tristeza (2013), obra que le acompañará hoy y mañana por Cartagena, a donde llegó anoche para afrontar los compromisos de esta nominación: a las diez y media en el paraninfo de la UPCT, en el Centro Intercultural del Casco Antiguo a las cinco y media y a las siete en el Arqua. El miércoles, en el Colegio San Vicente de Paúl (9.00 horas) y en la Fundación Caja Mediterráneo (11.00 horas).

Licenciada en Ciencias Físicas, máster en energía nuclear... ¿Literatura infantil? ¿Cómo es eso?

Yo pienso que esa separación entre ciencias y letras es un poco artificial. Siempre me gustaron mucho las Matemáticas y la Física, pero también la lectura. Coincidió que tuve una profesora de Física muy buena y creo que por eso acabé estudiando y dedicándome a ello, pero nunca dejé de leer y de escribir. Además, como siempre digo, las dos tratan de interpretar la vida, la Física de una forma objetiva y la literatura desde una visión más subjetiva.

Pero desde hace algunos años esto es algo más que un hobby

Desde 2009, sí. Coincidió que vendimos la casa familiar y me encontré con un dinero extra, lo suficiente para probar un par años de años de excedencia en mi trabajo y dedicarme a esto. Hasta ese momento escribía por la noche, después de acostar a mis tres hijas y de llevar todo el día trabajando. Me apetecía tener tiempo para escribir y, fíjate, en principio iba a estar dos años y llevo siete y medio. Y espero estar más, porque me llena muchísimo, pero es muy complicado.

Y eso que está gozando de un gran reconocimiento en forma de premios. ¿Tan difícil es mantenerse únicamente como escritora?

Muy difícil. Yo estoy sobreviviendo gracias a la dotación económica de los premios, aunque en realidad la mayoría son solo adelantos de los derechos de autor. De hecho, en septiembre de 2016 pensaba pedir la reincorporación, pero a principios de año me dieron dos premios y he podido alargarlo.

O sea que tiene pensado volver a su trabajo como física.

Aguantaré un año más casi con total seguridad, y luego a ver cómo avanza la cosa. De todas formas, mis hijas ya son mayores -a la pequeña le queda un año para entrar en el instituto-, así que creo que cuando vuelva me lo voy a tomar de otra manera.

¿Y por qué literatura infantil?

Siempre me interesó mucho la infancia, esa mirada nueva de los niños. En el colegio me dedicaba a cuidar a los más pequeños. No sé cómo no estudié para ser maestra... (risas). Empecé a escribir cuentos para mis amigos y descubrir la literatura infantil, una gran desconocida.

Finalista del Premio Hache con El naranjo que se murió de tristeza

Parte de un hecho real. Dos tíos abuelos de mi marido estuvieron encarcelados durante la posguerra y, como castigo, los sacaban a barrer las calles. Uno de ellos se lo tomaba muy bien, decía que una oportunidad para salir al exterior y respirar aire fresco, pero el otro se sentía humillado. Me pareció fascinante cómo los seres humanos enfrenamos la misma situación de maneras tan diferentes. Eso me llevó a la preguntarme cuál de las dos posturas preferiría yo.

No parece una historia alegre, y eso quizá sorprenda en una obra de este tipo. ¿La literatura juvenil tiene que ser necesariamente alegre?

Tiene que ser ante todo literatura, y en la literatura entra todo. El problema es que muchas veces consideramos que a los jóvenes hay que protegerlos, y creo que estamos alcanzando una sobreprotección que no es nada buena. A esas edades están construyendo su identidad y tienen que encontrar de todo porque en la vida hay de todo.

En el libro cuenta la historia de Alicia y de Josefa y cómo ambas sienten la ausencia de su padre.

Sí. Quería hablar de esas situaciones que no nos gustan pero que no está en nuestra mano cambiar. A veces nos cuesta mucho aceptar esas situaciones y quería mostrar cómo los personajes del libro van aprendiendo a controlar una situación que es incómoda o incluso les duele.

¿Y el naranjo?

Es una metáfora de la tristeza, pero también de la vida. Es testigo de la historia de Josefa y de la historia de Alicia y acaba muriendo de 'tristeza', que es como se conoce a un virus que afecta a los árboles cítricos y que les hace languidecer hasta morir. Y el naranjo se muere, pero echa semillas.

Se enfrentas a sus lectores en el premio Hache. ¿Jurado exigente?

El más exigente. Me parece un certamen fantástico, único. Además, ha perdurado durante la crisis, lo cual es encomiable. Y que sean los propios lectores los que decidan el ganador me parece un ejercicio de democracia literaria imprescindible. Al fin y al cabo, los libros estan dirigidos a ellos, no a un jurado de expertos.

¿Cómo está ahora mismo el mercado de la literatura infantil?

Por desgracia, hay en el mercado muchísimos libros que se han llamado literatura y no lo son. Y, aun así, son mucho más visibles. Pero lo que buscan los chicos es literatura, y es lo que quieren porque necesitan buscar su criterio y forjar su identidad.