Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948) es un artesano de la poesía. Lo es porque no utiliza ingenios mecánicos ni se sirve de automatismos, sino que recoge de lo que le ofrece de forma natural el mundo, la vida, para transformarlo en versos. Su reino es el de la contemplación del Mediterráneo, su voz, la de un poeta que se regocija en «la belleza y la verdad, que son la misma cosa». Su nombre brilla -por eso es el poeta de la luz- sobre el gremio de la poesía en la Región. Suyas son algunas de las páginas más brillantes de la antología Composición de lugar.

En una ocasión dijo que lo que más puede temer el poeta es perder su voz. ¿En algún momento ha sentido usted que su voz corría el riesgo de enmudecer?

Toda mi vida he vivido con el alma en vilo por ese temor. Tenga en cuenta que la voz poética no es una finca, una posesión inmutable ni mucho menos. No es tampoco una facultad que esté en nosotros con regularidad. Hay períodos en que sentimos con plenitud que la tenemos; en otros, la buscamos y no la encontramos. Es un don, y lo mismo que vino y que tantas veces nos ha acompañado podría incluso desaparecer para siempre. La voz pasa por muchas vicisitudes a lo largo de la vida del poeta. Hay que merecerla y además cuidarla y afinarla. El poema es el resultado final de la voz poética, pero ésta se funda y sustenta en la actitud ante las cosas del hombre que la posee, en su manera de estar en el mundo. Si uno, como ser humano, da a sabiendas pasos equivocados, pasos falsos, lo más probable es que la capacidad de hacer poesía que pueda haber en él se resienta o desaparezca.

¿Y cómo definiría la voz de Eloy Sánchez Rosillo?

Como la de alguien que, desde que en la adolescencia descubrió su vocación, ha estado por completo al servicio de ella, intentando desinteresadamente, con ilusión y tesón, escribir poemas capaces de conmover. A esto es a lo máximo que puede aspirar un poeta. Y yo, claro, aspiro a lo máximo, aunque no por ambición personal, sino por la hermosura que una tentativa como ésta encierra, por lo maravillosa que resulta la aventura de hacer poesía. No debe ponerse uno metas pequeñas. La apuesta, ya que se hace, ha de ser alta y total.

Usted habla en sus aulas de 'poetas verdaderos', ¿quiénes son ellos? ¿Los hay o ha habido en Murcia?

Poetas verdaderos son los que hablan en sus obras con belleza y verdad, que, como dijo Keats, son la misma cosa. Nos hablan de asuntos fundamentales (no de naderías suyas ni de jueguecillos de ingenio) que a todos nos incumben y que todos conocemos. Pero al mismo tiempo, misteriosa y paradójicamente, nos revelan lo ya conocido, nos lo ponen como por primera vez delante de los ojos y nos fascinan con lo que dicen y con la manera irrepetible de decirlo. Algunos poetas verdaderos ha habido en Murcia, sí. Pero en una comunidad tan pequeña no se puede pretender que haya habido muchos a lo largo del tiempo, ni es sensato pensar que en la actualidad puedan surgir quinientos cada año.

¿Qué aportan las antologías como esta de poetas murcianos elaborada por Luis Bagué?

Cuando están bien hechas, sin apriorismos ni sectarismos, con inteligencia y conocimiento de causa, como ésta de Luis Bagué, nos presentan el estado de la poesía en un lugar y en un período determinados. El riesgo que corren las antologías que se centran en lugares pequeños o en espacios temporales cortos e inmediatos es el de incluir en sus páginas a demasiada gente, porque no hay perspectiva suficiente para enfocar la realidad y el tiempo aún no ha podido cribar a los poetas que allí aparecen. Pero bueno, las antologías siempre son a la vez un acierto y una equivocación.

La selección de sus poemas que ofrece esta antología comienza con uno de 1975 y termina con otro de su último libro. ¿Qué ha querido ofrecer al lector con la selección?

Una pequeña síntesis de lo que ha sido mi poesía desde que comenzó hasta casi ahora mismo. Hay en la selección un poema de cada uno de mis libros.

Usted, que ha perseguido ser poeta y asegura haberlo cumplido, ¿ha escrito con intención de no defraudar? ¿Hasta qué punto el poeta escribe condicionado por lo que esperan de él los lectores?

Yo en realidad no he perseguido nunca ser poeta, sino que me vi siéndolo (si mejor o peor, no es cosa mía), porque un buen día la vocación poética, sin consultarme nada, se apoderó de mí y yo no pude sino entregarme a ella. Lo que sí he intentado siempre a lo largo de toda mi vida es merecer esa vocación que se me dio y continuar en la brecha hasta el final. Para mí, no hay forma más plena de estar en el mundo. Nunca he escrito pensando en los lectores, por supuesto, y ni siquiera en ese lector primero de mis poemas que soy yo mismo. No premedito mis poemas; no son el resultado de un proyecto, de una planificación. Nunca sé lo que voy a escribir (sí lo supiera con antelación, no habría ahí ninguna aventura, sino un trabajo rutinario, voluntarioso y como de oficina). Escucho y traslado al papel lo que oigo. Por supuesto que, después de que los poemas nazcan y sean como ellos han llegado a ser por sí mismos (aunque con mi ayuda entusiasta), es hermoso que los lectores se les acerquen y que no se vayan de allí defraudados.

Si solo pudiera leer un poema más, ¿cuál sería?

Depende del tiempo que tuviera. Si dispusiera de mucho, releería una vez más la Ilíada; si fuera escaso, acudiría a alguno de los poemas de Emily Dickinson, que por su brevedad se leen en dos minutos como máximo, aunque después nos sigan dando vueltas por dentro para siempre.