La última gala flamenca que precede al concurso del Festival Internacional del Cante de las Minas se cerró el martes con la entrega del Carburo Minero a José Mercé y una lección de cante de su paisano Antonio Reyes. El acierto en el formato doble de la programación que ofrece variedad de gustos es indudable y ha tenido una gran acogida por parte de la afición y el público en general; así se demostraba con el cartel del cierre que hace semanas colgó el ´no hay billetes´.

La Unión tomó tierra en Cádiz para adentrarse en Jerez de la Frontera y finalizar con un gran broche los festejos previos al concurso.

José Mercé es un clásico de esta tierra y se plantó en el escenario dispuesto a dar un recital de corte tradicional con la guitarra de Antonio Higuero. Se presentó por malagueñas con un arranque poderoso por Manuel Torre y remató con la del Mellizo intentando tocar el fondo con su maestría. Batalló en Alcalá por soleá metiendo un fandango de soslayo demostrando su bagaje por campos cabales y echó las tripas por seguiriyas recordando a su hijo Curro lleno de sentimiento. Para nuestra tierra, por tarantos, y para todos un fin de fiesta por bulerías con temple apaquerao, pataíta y ese estilo marcado de su tierra. José Mercé nos tiene acostumbrados a su espectáculo, todos sabíamos lo que íbamos a presenciar; una muestra de flamenco de un figura viciado en llamar al público con mezcolanzas poco leales pero que da la cara también en el flamenco.

Antes de Jerez, pasamos por Chiclana, la tierra del debutante Antonio Reyes en La Unión que comenzó por soleá, tranquilo, dándole espacio a esa guitarra que se rebuscaba en las manos de Diego del Morao. Reyes demuestra seguridad, sosiego y matiza los tercios con intensidad. Balancea los tangos con el compás de Chicharito y Diego Montoya apoyado en solo dos patas de la silla abocando almíbar; y recuerda de forma sobria a Camarón por levante.

Despierto callejea por alegrías, entre Cádiz y Córdoba, con un dominio magistral del cante y consciente de su soltura. Antonio Reyes atesora ese metal dulce y gitano poderoso de transmisión y tiene en sus manos la llave de lo que duele, te quita la piel a tiras por seguiriyas con una crudeza real y una guitarra ronca. Afina su actuación por bulerías equilibrando así su recital saciado de fraseo y pellizco que remata con su paladar por fandangos sellando así un final triunfante.

Los aficionados salimos de la última gala con un soplo de esperanza, sabemos que se están marchando grandes maestros y poco a poco -despacio, por favor- se cierra una época flamenca de clasicismo que engendró Antonio Mairena imponiendo sus formas ortodoxas, sacando al flamenco en forma de festivales veraniegos y metiéndolo en las instituciones docentes.

Vamos a vivir una transición y debemos asumir esa responsabilidad en la medida que nos corresponde. Ignoro como se denominará el periodo futuro que se gesta, lo que es evidente es que Antonio Reyes formará parte de él por esa capacidad para transmitir, de azucarar el recreo en el cante y de adoptar una personalidad en esta historia que tiene ya dos siglos y que llaman flamenco.