El diálogo entre espectador y artista empezó desde el principio en la última noche de la Cumbre Flamenca, tras aplazar el concierto por fuerza mayor. Salió David Peña Dorantes intentando hablar delante de un público que no le dejaba, arropándole tras la pérdida de su madre la pasada semana y mostrándole respeto; cogió aire el artista para abrir Las Esencias con el tema Batir de alas con un piano lleno de matices, sensible, que remató el metal de la granadina Marina Heredia con la nana de la manta para seguir por alegrías, con la Heredia flamenca y chula a la que se suman al compás y coros Jara Heredia y Toñi Jiménez y la percusión del fenómeno Javi Ruibal. Una tercera pieza engrandece la música con el piano y la percusión a solas, en una historia donde cuatro manos y cuatro pies, los de Dorantes y Ruibal se enfrentan llenos de recursos y admiración; no es que no quieran sonar flamencos, es que no pueden. Uno de los platos fuertes de la noche llega por seguiriyas, con todo el elenco y los seis sentidos de cada uno, la voz de Marina pelea con la percusión, las palmas y los acentos del piano; mucha fuerza la de la cantaora que trae ese aire de su casa, de no ahogarse nunca, la presencia en el escenario y el poderío innato. Gran talento el de hacer un cante en el que un despiste puede hacerte caer aunque hoy se engrandece entre las teclas y nos alimenta el alma.

Recuerdan el sino de sus casas con los tangos Errante, la gitanería de su sangre; la responsabilidad de guardar la esencia de su estirpe bajo las cuerdas, ya sean vocales o de piano que crean lazos de unión más allá de una música o una vida.

Granaína y media granaína con un Dorantes más que desnudo y una Heredia descalza de forma literal, mucho había tardado ella en tocar el suelo con los pies para que nosotros tocáramos el cielo con las manos, y así continúan llenando de motivos esta noche mágica donde el público escucha el último eco del sonido del piano de Dorantes para aplaudir; estando a la altura de una noche irrepetible, como irrepetible es ese Orobroy metido por fandangos del Chocolate que te recuerda que cada nota siempre diferente, aunque sea la misma. Cambian los momentos, las vidas, las personas; y se llora cada vez que se escucha porque nada es igual que ayer ni mañana será igual que hoy; Orobroy es ese momento en el que te das cuenta de que estás vivo no solo porque respiras, porque hay muertos muy vivos, y como dice la letra... hay que sembrar rosas en vez de dolor; que el dolor viene solo, y se va. Esta velada termina por bulerías de Lole y Manuel donde la hija del Parrón se luce y reluce en el piano de un maestro que goza arropado por sus compañeros y por un público que decide no irse y llamarlos hasta cuatro veces a saludar. Aquí viene la recompensa, cuplé por bulerías improvisado en una noche que más que perfecta se ha bañado en magia, cariño y admiración; desde los que estaban subidos en el escenario como los que estábamos abajo siendo conscientes de que tenemos un piano flamenco reconocido en el mundo entero, que fue aceptado entre la afición sin hacer ruido, de que hay formatos que explorar y explotar, y sobre todo, hay muchas formas de alimentar las necesidades del ser humano; de saber liberarse de una pena, de expresar agradecimiento, de guardar la esencia de una dinastía, de entender la libertad, de contarnos la vida con el sentido mas universal. Música. Como diría la Doña... «las cosas» en este caso, del flamenco.