La imagen que el gran público tiene de Alcott se desprende de un libro de espantoso título que muchos no han leído ni leerán: Mujercitas. Con esa y otras novelas domésticas, Alcott se volvió puntal de la ficción realista estadounidense, género cojitranco que hoy sólo interesa a los especialistas. Pero, más allá, Alcott -que se educó rodeada de aquellos trascendentalistas que con Emerson a la cabeza y Whitman y Thoreau entre sus compañeros de viaje buscaban la unidad con Dios en el agro- era una luchadora abolicionista y sufragista. Tenía incluso una faz secreta que pocos conocen, ya que la construyó amparada en pseudónimos: la escritura de narraciones góticas por las que, en lugar de espectros encadenados, transitan enfermos mentales y drogadictos. Así es la protagonista de Un susurro en la oscuridad: una mujer, encerrada bajo siete llaves por un médico, cuyas andanzas destilan un terror creciente en cada página