Hace cuarenta años decidió apostarlo todo a una carta, la de la Literatura, y ganó con una mano de ases: Dionisia García (Fuente Álamo, Albacete, 1929) es poeta. Defiende su oficio más de una docena de títulos en los que ha dejado un legado de versos que hablan de amor, de vida, de amistad, del tiempo y de Dios. Incorpora ahora a su biblioteca La apuesta (Premio Barcarola, Nausícaä, Albacete 2016 ), un libro con el que la poeta da un paso más en una ruta que la está llevando a ser uno de esos personajes imprescindibles de las letras murcianas. Ya es inmortal.

¿Por qué apuesta Dionisia García?

Siempre pienso que explicar lo inefable es casi imposible y que, cuando lo intentamos, lo que terminamos haciendo es literatura, pero diré que, cuando apuestas, no sólo te arriesgas a perder, sino que también en el hecho de apostar hay una esperanza. En cualquier apuesta de la vida está esa esperanza de que se puede ganar, que no vas a perder.

Y eso se ha materializado en este poemario.

Este libro sigue el mundo de Señales -su título anterior-y trata de un humanismo que traducido sería la preocupación por la persona, por el hombre o la mujer. Indaga en el por qué de muchas verdades, de muchas incógnitas que trato de desentrañar. Esa intención continúa también en La apuesta, aunque yo diría que el tema central en este caso es la trascendencia, el tener una mirada intensa hacia uno mismo y dilucidar por qué estamos aquí, por qué ocurren las cosas que ocurren. Es una especie de diálogo con Dios, por qué no lo vamos a decir.

El tiempo se sitúa como un protagonista principal.

Siempre se ha dicho que el tiempo está mucho en mi poesía, y eso es cierto. Tengo un concepto personal sobre esto desde hace algunos años: el tiempo no se mueve, somos nosotros los que vamos pasando. Pero en La apuesta también está la naturaleza, que nos abriga y nos consuela; aparece el otro, ese otro al que se refería Machado cuando nos instaba a no olvidaros del él. Es algo que me preocupa y está dentro de esa poesía humanista.

Poemas como un mar en calma en un libro en el que, de repente, aparece una tormenta que hace que todo se desmorone en un segundo.

Es posible que transmita eso. La apuesta es un libro de búsqueda. Y en la búsqueda hay desamparo, insistencia: porque no es tan fácil la respuesta.

¿Es también una acción de gracias?

En la vida, lo adverso se alterna con los momentos de luz. En el libro hay mucha luz. Y es que siempre se tiende a ir hacia ella. También hay momentos determinados en los que la luz desaparece y otros en los que nos encontramos ante un verdadero resplandor. Lo consuetudinario, lo de todos los días, de repente de engrandece, y yo no sé por qué ocurre eso, por qué en un momento determinado de pasividad o tristeza de repente viene la luz. Yo no lo sé. Sé muy poco de lo que hago.

Dice en el poemario: Quiero que me ayudes a ser en el último tramo. ¿Quién es usted hoy?

Un ser que quiere vivir con lo justo: con sus libros y con sus buenos amigos. Para mí, los afectos, tanto de amistad como familiares, tienen la máxima importancia. Más que nada, incluso que lo escrito. Y yo amo lo que hago desde hace cuarenta años -se refiere a la escritura-. Ahora quiero centrarme en mis cosas: en escribir y en leer. Sobre todo en leer. ¡Y leo periódicos, pese a todo! Y luego quito el telediario (ríe).

La apuesta ha sido premiado por un jurado en el que han estado nada menos que Marcos Ricardo Barnatán, Luis Alberto de Cuenca y Antonio Colinas. Grandes autores que, a la vez, son amigos suyos.

Sí, los conozco, los conozco a todos. Yo ni siquiera sabía que iba a ser premiada. Este libro no ha sido escrito de un tirón ni mucho menos. Los poemas que tenían la misma atmósfera iban quedando en una misma carpeta. Un poeta que me gusta mencionar, Cano Pato, me decía: «Se escriben poemas, no libros», cuando yo empezaba a publicar. Así lo pienso: escribo poemas y luego, utilizando una palabra rural que me gusta, ellos solos se agavillan, se juntan.

Después de ustedes, de su generación y las inmediatamente posteriores, ¿quedarán poetas?

Se dice muchas veces que si la poesía de ahora? No, no, no. La poesía está, y está en la misma medida en la que estaba antes. El poeta sigue existiendo. Incluso, yo diría que para los jóvenes hay más lugar, porque hay más medios. Eso, por otro lado, implica que hay más peligros: el pensamiento, la reflexión, es necesario para el poema; y no se puede escribir sobre lo inmediato, hay que escribir de lo lejano, de lo que se ha vivido hace muchísimo tiempo.

¿Usted ha sabido apreciar toda la belleza del mundo?

Toda no. Es como la felicidad: yo pienso que la felicidad plena no existe, sino que lo que vivimos son momentos fugaces de felicidad, que a veces se prologan más y otras menos. Lo mismo ocurre con la luz, con la belleza. En el comienzo del libro, san Agustín de Hipona dice que el hombre no es capaz de llegar a toda la verdad. Así lo pienso. La pena es que la vida sea tan corta y nos impida seguir acumulando esas vivencias.

Tiene libros de relatos e incluso algo que usted denomina biografía novelada, ¿en el último plano se reconoce como poeta?

Yo no he pronunciado, refiriéndome a mí, la palabra poeta, porque opino que uno es poeta en el momento en que escribe. Una vez que ya tiene algunos escritos, que está orgulloso de ellos, debe colocarse en un sitio que no se le vea mucho. Lo realmente importante es que se haya expresado lo que se quería contar.

¿Qué le debe a usted el mundo de la literatura?

No sé... -dice con cierto pudor y dejando escapar una sonrisa-. Yo he escrito durante una etapa larga de mi vida y he dejado ahí mi trabajo por si puede interesar. Si alguno de mis versos es aceptado, yo me doy por contenta, por pagada.