Abogado, novelista y psiconauta. Así se definía Francisco Miranda Terrer, que ha fallecido dejando dos obras publicadas que supusieron un punto de inflexión en la literatura de la Región y que lo convirtieron, como decía ayer José María Álvarez, «en un escritor de verdad». Una de sus últimas apariciones públicas fue el pasado día 26, cuando acompañó al artista Miguel Fructuoso al ciclo Diálogos en el Museo Ramón Gaya. Aunque falleció hace unos días, la noticia de su muerte se conoció este martes.

Miranda Terrer, nacido en Valencia en 1976 pero afincado en la Región desde niño, se ganó con Pantanosa el respeto y el reconocimiento de la cultura, que confirmó en 2012 con El laberinto del Albayzín. Porque en ambas obras literarias y autobiográficas, como decían los críticos, reivindicaba el pensamiento, las historias en las que caben los ideales, el consumo legal de drogas y, sobre todo, la creación literaria para encontrarse a sí mismo.

Tras estas obras llegaron los artículos en blogs de internet -en el suyo, El infinito interno, y en la revista La Galla Ciencia-; las colaboraciones en distintos medios, como una columna en LA OPINIÓN, y las críticas literarias. Porque Miranda Terrer olvidó definirse además como un incansable lector.

El mundo cultural recibió con los brazos abiertos a este abogado que se licenció en Derecho tras pasar por cuatro universidades, institución que veía como una estafa. Tampoco creía en una rama de la medicina que olvidaba la parte ética de las enfermedades mentales. Por eso definía El laberinto del Albayzín como «una novela antipsiquiátrica» y por ello descubrió en Thomas Szasz una psiquiatría humanista que Miranda anhelaba.

Pero Paco Miranda era mucho más. «Tu chaqueta grisácea incluso en verano, tu tabaco de liar, tu risa que rompía la calma de las cenas, tu sentido del Arte y la Literatura. Y tu necesidad de amor». Palabras dedicadas al escritor por la directora de La Galla Ciencia, Noelia Illán Conesa, que no duda en que «el mejor homenaje sería ponerme hasta arriba de opio con tus buenos amigos y recordarte entre risas», a pesar «del vacío que deja en Murcia».

Y «un buen amigo (algo que puedo decir de muy pocas personas)», agrega José María Álvarez -ambos sentían una admiración mutua manifiesta en muchos artículos-. «Un hombre con un notable sentido del honor, la lealtad, con una sensibilidad cristalina que obviamente sufría contemplando la abyección de nuestro tiempo». Y lamenta que se haya ido un escritor «memorable por muchas de las páginas que ha escrito y por lo que esas páginas nos hacían esperar de novelas que ya nunca leeremos».

«El camino que ha tomado puede ser en ocasiones un ejemplo de dignidad. Paco Miranda no hubiera elegido nunca un camino bajo otro signo», puntualiza Álvarez de un abogado, novelista y psiconauta que un día se puso a escribir y propuso a sus lectores «un viaje a la intimidad» en busca de la belleza.