Cada año desde hace veinte el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), una de las organizaciones ecologistas internacionales más relevantes, practica un análisis de sangre al planeta y pone sobre la mesa de los gobernantes un diagnóstico sobre su estado de salud y en el último destaca que las poblaciones de vertebrados han caído un 52% en 40 años.

La última edición del Informe "Planeta Vivo", que elabora WWF junto a tres instituciones científicas, se presenta hoy con más datos y peores conclusiones que nunca, pero también con un mensaje positivo: "Estamos a tiempo de salvar el planeta, la ruta para lograrlo es complicada pero posible", indica en una entrevista con Efe, Enrique Segovia, director de Conservación de la ONG en España.

Uno de los apartados más destacados del estudio es el índice planeta vivo (IPV) que mide las tendencias de 10.360 poblaciones de 3.038 especies de vertebrados entre 1970 y 2010.

Su principal conclusión es que la pérdida de hábitat, la degradación y explotación de los ecosistemas, la pesca, la caza y el cambio climático han dejado las poblaciones de anfibios, mamíferos, aves, reptiles y peces a menos de la mitad que hace 40 años.

Por tipo de hábitat, las de agua dulce son las que se llevan la peor parte con una disminución promedio del 76% cuya culpa habría que buscar en "la pérdida de hábitat, la contaminación, las especies invasoras y en los cambios en los niveles de agua y en la conexión de sistemas acuáticos debido a los riegos o a las represas".

Tanto especies terrestres como marinas presentan una caída del 39% en ese periodo, que WWF achaca a la pérdida de hábitat por parte de la agricultura, el desarrollo urbano y la producción de energía, y a la caza, en el caso de las terrestres.

En las marinas, se aprecia una caída en picado desde los años 80, especialmente en los Trópicos y en el Océano antártico, que ha afectado sobre todo a tortugas, tiburones y grandes aves migratorias como el albatros viajero.

Otra parte del informe está dedicada a la huella ecológica y sus conclusiones son demoledoras: la presión del hombre sobre la naturaleza ha excedido tanto lo que el planeta puede reponer que a día de hoy necesitaríamos la capacidad regenerativa de un planeta y medio al año para brindar los servicios ecológicos que usamos.

Ese exceso ecológico es posible "porque, de momento, podemos talar árboles a más velocidad que el tiempo que requieren para madurar, pescar más peces de lo que los océanos pueden reponer, y emitir más carbono a la atmósfera del que los bosques y océanos pueden absorber".

La consecuencia es una reducción de recursos y la acumulación de deshechos a tasas mayores de las que la Tierra puede absorber, como ocurre con el CO2 en la atmósfera, que en 2010 representaba el 53% de la huella ecológica global.

WWF ha estimado la huella ecológica per cápita de cada país, basándose en los bienes y servicios usados por una persona en ese país, y la eficiencia con la que los recursos del mismo país se utilizan para proveerlos.

Los cinco países con una huella ecológica más alta son Kuwait, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos, Dinamarca y Bélgica; España ocupa el puesto 40.

Así, si todos las personas tuvieran la huella ecológica de un residente de Qatar necesitaríamos la capacidad de 4,8 planetas al año.

La paradoja es que los países de bajos ingresos tienen la huella más pequeña, pero sufren las mayores pérdidas de ecosistemas, y mientras los países de más ingresos han incrementado su biodiversidad en un 10% en los últimos 40 años, los de bajos ingresos la han perdido en un 58%.

Basándose en la ciencia existente, el informe identifica los procesos ambientales que regulan la estabilidad del planeta y considera que transgredimos tres: la pérdida de biodiversidad, el cambio climático y el cambio en el ciclo del nitrógeno.

"Rebasar esos límites significa entrar en una zona peligrosa, que puede tener efectos visibles en el bienestar, la demanda de alimentos, agua y energía", afirma Segovia.

Las soluciones para garantizar la seguridad alimentaria de agua y energía pasan por preservar el capital natural; Producir mejor, de manera más sostenible, y dando un giro a las renovables; reorientar los flujos financieros hacia la conservación; y promoviendo una gobernanza equitativa de los recursos, tomando decisiones justas y ecológicamente informadas que midan el éxito más allá del PIB.

"Los mismos indicadores que muestran dónde nos hemos equivocado, señalan una ruta mejor, hay que cogerla porque nos jugamos mucho", concluye.