Siempre me llamó la atención una expresión con la que Hegel intentaba definir lo más esencial del romanticismo. El filósofo planteaba cómo el arte, la poesía y la música de su tiempo podían expresar alegría, felicidad o incluso fruición, aunque el sufrimiento y el dolor afectaran de forma muy profunda al artista, al poeta o al músico. «Sonreír a través de las lágrimas», escribió Hegel. Quién no ha entonado alguna vez eso de «Don, es trato de varón€». Sonrisas y lágrimas, de la mano de dos gigantes del género, Richard Rogers y Óscar Hammerstein II, llegó a Broadway en 1959. Ellos lo convirtieron en uno de los mayores éxitos mundiales hasta la fecha. Tras 52 años de representaciones, ha cosechado 6 premios Tony y ha logrado que 45 millones de espectadores hayan disfrutado de sus canciones y su historia.

La producción española, con 26 artistas en escena y una orquesta de 10 músicos, no tiene nada que envidiar a las de Nueva York o Londres. Más de uno se sorprenderá entonando el Do Re Mi. Dirigida por el donostiarra Jaime Azpilicueta (My Fair Lady, Jesucristo Superstar, Evita€), es más que notable, tanto por las voces de los artistas -muy destacables las de la argentina Silvia Luchetti (en el papel de María) y la de Noemy Mazoy (la madre abadesa)–, como por la magnífica escenografía que acompaña a este espectáculo de dos horas y media de duración en dos actos. Desde el comienzo se tiene la sensación de estar asistiendo a un gran espectáculo musical con una producción esmerada. No se deja ningún cabo suelto y han sabido incluir los avances tecnológicos sin perder un ápice de detalles en el tratamiento clásico, casi artesanal, de la escena.

La puesta en escena es magnífica, con una escenografía mecánica en continuo movimiento, el atrezzo, las caracterizaciones etc.€ La música y las voces son en directo. Se agradece la pulcritud de la orquesta bajo la dirección de Julio Awad, al servicio de los actores y actrices que conforman un elenco a la altura del soberbio despliegue de medios que ostenta.

Casi desde el primer instante nos enamora la protagonista Silvia Luchetti (formidable voz y una caracterización tan buena que su parecido con Julie Andrews resulta espectacular) y la proverbial voz de soprano de la madre abadesa, que emociona con su fuerza (también destacable el coro de monjas con sus voces líricas aportando profundidad). El papel de los niños (los tres más pequeños fueron elegidos en un casting en Murcia) es impecable. El vestuario, espléndido, todo un logro de Gabriela Salaverri.

Silvia Luchetti y Carlos J. Benito lideran el reparto dando vida a María y al Capitán Von Trapp. El lado cómico recae en Loreto Valverde (baronesa), Jorge Lucas (Max), y Trinidad Iglesias (Frau Schmidt). La orquesta se encuentra en directo en el foso del escenario y la acústica es perfecta, especialmente por la partitura, y las voces resultan impresionantes. Repleta de canciones tan pegadizas y conocidas como Climb Every Mountain, The Sound of Music, Maria, Sixteen, Going on Seventeen, Do Re Mi, My Favorite Things o Edelweiss, quizás las más destacables sean las dos últimas. Uno de los momentos clave para escuchar a Carlos J. Benito es Edelweiss. Es un actor curtido en otros musicales, como Grease, o el Judas de Jesucristo Superstar, y con una voz que llena el escenario por su amplitud. Muy destacable la escena del concurso, tanto escenográfica –con esas amenazantes cruces gamadas– como interpretativamente hablando. Logran que el espectador se sienta parte del público austriaco del concurso. Una escena realmente emotiva y emocionante.

Cuando las emociones son tan intensas que no se pueden expresar con palabras, se canta, pero en este musical la música alcanza cotas de protagonismo muy altas. De hecho, el título original de la obra es The Sound of Music. La canción que da título a la obra es una declaración de intenciones. Nos presenta al personaje principal en una de las primeras escenas y lo identifica como el motor de todos los acontecimientos. María y música son lo mismo. Se basa en una simple premisa: si estás triste canta y te sentirás alegre y libre. En el fondo nos recuerda que las cosas sencillas son lo importante. Y lo importante de un musical es lo que cuenta. Cuando hay una historia que contar incluso podría sobrar lo demás. Y las peripecias de los Trapp, familia a la que se le da tan bien eso de cantar, mantienen al público pegado a la silla. Sonrisas y lágrimas es uno de esos clásicos a los que cuesta resistirse. Lo que ha hecho prevalecer este musical es la exaltación de los valores universales y la ternura e inocencia con que son tratados. Acepto que la propia realidad humana nos hace vivir quizá más momentos amargos que felices. Pero a nadie le amarga un dulce: sales del espectáculo con una sonrisa de oreja a oreja, feliz como unas castañuelas. En definitiva, date el gustazo, alegra esa cara, porque la vida también es sonreír, amar, cantar.