­Autor: Pina Nortes.

Lugar: Galería Cuadros López, Murcia.

Fecha: Hasta el 28 de diciembre.

Horario: De lunes a sábado, de 10.00 a 14.00 y de 17.00 a 21.00 horas.

Debo aclarar que me soliviantan los individuos que descartan la validez del arte localista. Todo aquello que consideramos universal, mucho antes debió ser íntimo y local. También me interesa oír a José María Soto, leer a Vicente Medina y mirar los cuadros que realiza Ángel Pina Nortes desde hace más de 60 años. En la voz de Soto, en el verso de Medina y en pincel de Pina encontramos el misterio de la vida en el fugaz aroma de un jazmín.

Al primer pintor murciano que entrevisté fue a José María Párraga, publicando el escrito en el extinto periódico Línea en noviembre de 1978. Y desde hace 33 años voy conociendo a artistas de la Región de Murcia, de diferentes generaciones y estilos. Todos ellos dignos de prestarles atención. A Pina Nortes me lo presentó otro amigo, Juan Pérez Ferra, pero antes ya contaba con un óleo suyo, regalo de mi amiga Manolita Sánchez, porque observar obra de este pintor es retener una parte de la historia de Murcia, trazada de manera peculiar y sincera. Así se pudo contemplar en su última exposición retrospectiva, celebrada en 2006 en el Palacio Almudí de Murcia.

Hoy vuelvo a reencontrarme con Pina Nortes para que nos hable sobre su último trabajo, Recordando la huerta, que lo compone una colección de 10 óleos y 20 gouaches, expuestos en la galería murciana Cuadros López hasta el 28 de diciembre. La gran mayoría de estas obras han sido realizadas durante este mismo año.

Cuando llego al estudio de Ángel Pina sigo percibiendo la vitalidad y la energía de un hombre bueno, en el sentido más amplio del término. Me considero, una vez más, un privilegiado; el pintor de La Albatalía me enseña el primer cuadro importante que realizó cuando sólo contaba con 16 años, un óleo de 1,48 x 98 cm., donde aparece una virgen con niño, sobre lienzo de mecedora comprado en la fábrica textil de López Ferrer, y unido en el centro por una costura que su madre, Consuelo, confeccionó antes de montarlo en un bastidor de madera. Este cuadro, pintado hace 63 años, en perfecto estado de conservación y presentado al Premio Villacis, forma parte del legado del pintor.

¿Cómo se desarrolló su formación académica?

LA los 12 años asistí a clases en la Sociedad Económica de Amigos del País, situada en la calle Sociedad y donde impartía enseñanzas el pintor Sánchez Picazo. Al año siguiente, ingresé en la Escuela de Arte y Oficios, en la Plaza de Santo de Santo Domingo, y allí tuve el honor de conocer el magisterio de otro gran pintor, Luis Garay.

¿Recuerda cuándo comenzó a pintar?

Creo que dibujo casi desde que nací. Primero se nace y después te haces. Pienso que es un don que te concede Dios. Mi familia conserva un bodegón compuesto por un tarro de aceitunas y flores de la huerta que pinté con tan sólo 13 años.

Don Carlos Valcárcel escribió que su forma de entender la pintura «escapa a la realidad auténtica, dentro de un realismo o formalismo escueto». ¿Cómo definiría usted su estilo?

Me considero un pintor impresionista. No pinto del natural; traslado la realidad al cuadro tal y como la retengo en mi memoria. En esta última exposición se puede ver un cuadro, con un paisaje de Puente Tocinos, que he conservado en mi retina desde hace más de 40 años, pero al final lo he pintado el pasado mes de octubre.

En sus bodegones y paisajes el pincel desvela cromatismos vivos y excitantes. ¿Por qué se expresa contínuamente con colores alegres?

Porque la tierra y el mar me los brinda. Murcia, región soleada y luminosa, nos regala un rico abanico cromático. Y quizá por ello, mi afán en transmitir colores vivos, optimistas, armonizados… pero siempre en equilibrio con la temática de cada cuadro.

¿Considera barroco su ejercicio artístico?

Sí, pienso que sí. No dejo ni 20 centímetros en un cuadro sin que aparezca algún elemento que complemente la parte principal de la obra. La distribución del espacio puede resultar abundante, hasta convertirse en barroca.

En sus cuadros se refleja la fructífera huerta de Murcia y la generosidad de sus gentes. ¿Considera que actualmente estamos destruyendo parte del paisaje natural que hemos heredado?

Sí. El hombre de hoy está destrozando la belleza de nuestros parajes naturales. La huerta se convertía en un festival de colores que daban las plantaciones de frutas, hortalizas… de flores, de moreras, de palmeras… que con contrastes ordenados dejaban ver el sentido común del huertano, al trabajar la tierra, y la perfección estética que brinda constantemente la naturaleza.

En 1953, con 20 años de edad, obtuvo un premio nacional de pintura en Madrid. ¿Cómo recuerda aquel reconocimiento?

A los artistas noveles premiados nos obsequiaron con un viaje a París para ver el Museo del Louvre. Recuerdo las aguas del río Sena completamente congeladas y el inmenso frío que sufrimos durante aquel viaje. Para mí significó una extraordinaria experiencia.

Durante un periodo de tiempo se trasladó a trabajar a Colombia. ¿Cómo surgió aquel proyecto?

En mi juventud trabajé como dibujante litógrafo para empresas que fabricaban latas para conservas. En 1967 vinieron a Murcia unos empresarios de Cali a contratarme para que fuera a enseñar a sus obreros el procedimiento de la litografía. Viviendo en Colombia conseguí el Premio de Pintura Cañas de Azúcar, con un óleo que mostraba unas vendedoras de sandías. Aquel galardón me lo entregó un entonces desconocido Fernando Botero, quien halagó entusiasmado mi obra.

El alcalde de Murcia, Miguel Ángel Cámara, ha escrito que usted posee «una fértil inspiración y unas manos mágicas». ¿Qué opina de este comentario?

Será así, si nuestro alcalde lo considera oportuno; le agradezco sus palabras. Yo, desde siempre, me preocupo de hacer una pintura sincera y emotiva que emerge siempre desde mi alma. Aunque debo decirle que jamás he pintado ni pintaré una persona triste ni un paisaje gris, porque me interesa captar los momentos alegres que te regala la vida.

Pina Nortes es intrínsecamente como los personajes que pinta en sus cuadros: hombres y mujeres optimistas, ilusionados, agradecidos, generosos… que han aprendido a disfrutar con las situaciones cotidianas. «Viví la guerra con todas sus calamidades y carencias, pero aprendí a enfrentarme a la adversidad con fuerza y afán de superación», nos cuenta el pintor, que recuerda con añoranza la visión de «aquellas cobijas de alcazabas que se fabricaban para resguardar a las tomateras del frío en invierno». Con su arte e ingenio, mantiene viva la presencia de un mundo que existió y que siempre perdurará en nuestra memoria y, quizás, puedan conocer los más jóvenes. Pedro Soler, a quien leyendo aprendemos bastante, ha escrito en el catálogo de la exposición Recordando la huerta, sobre los cuadros de Pina Nortes, que «cualquiera de sus pinturas ofrece un virtuosismo pletórico, y adquiere una galanura genérica, que concluye en una sonrisa de complacencia, en un beneplácito constante», porque Pina Nortes siempre pintará la vida con alegría infinita, con la felicidad tranquila que ahora le transmiten sus cuatro nietos, Ángel, Sergio, Iro y Rodrigo.