La nueva Ortografía de la Lengua Española saldrá a la luz las próximas navidades, aunque los avances que hasta ahora han dado los miembros de las 22 Academias que han participado en su redacción han dado lugar a todo tipo de comentarios y no parece que se vaya a convertir en el ´regalo estrella´ de las Fiestas. La pasada semana, los académicos matizaban el contenido del volumen y hablaban de propuestas, recomendaciones e invitaciones, que van desde cambiar los nombres de las letras – llamar ´ye´ a la ´y´ y ´ve´ y ´uve´ a las conocidas en América como ´be alta´ y ´be baja´– a eliminar las tildes de pronombres demostrativos y del adverbio ´solo´ pasando por ´jubilar´ las letras ´ch´ y ´ll´.

En definitiva, explicaban que se trata «de uniformar, no de imponer» e insistían en que, en realidad, la nueva Ortografía –publicada en España por Espasa– no es tan nueva, ya que su principal objetivo es «explicar con detalle las reglas ya existentes y eliminar, dentro de lo razonable, la opcionalidad abierta por algunas normas».

Pero de entre los 450 millones de hispanohablantes del mundo, algunos lingüistas y escritores de la Región han reconocido a esta redacción que han respirado aliviados al ver a las academias rectificar y ofrecer sólo –o solo– recomendaciones en algunos casos, y aseguran que ellos, al menos, no están dispuestos a tenerlas en cuenta. Principalmente, porque les parecen normas «innecesarias que no aportan nada al lenguaje».

Más optimista es Pedro Guerrero, catedrático en la Facultad de Educación de la Universidad de Murcia, quien asegura que «la nueva Ortografía se irá interiorizando poco a poco». Y es consciente de sus palabras, ya que él mismo ha participado en la creación de las nuevas reglas como miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua. Normas que, como explica, «están determinadas por los usos de los hispanohablantes, que es el código que seguimos para realizar la gramática y la ortografía».

El problema es que las propuestas que hasta ahora se han dado a conocer de la nueva Ortografía no han caído muy bien entre lingüistas y catedráticos, «porque no había una necesidad social de cambiar el nombre de la ´y´. También hay otros cambios que son inútiles». Así opina Aquilino Sánchez, catedrático de la UMU y coordinador, entre otras muchas obras, del Gran diccionario de uso del español actual. «Ponerle tilde a ´sólo´ sirve para evitar una ambigüedad que sigue existiendo; habría que estudiar también si palabras como ´guión´ son o no de una sílaba para quitar o no la tilde», dice este lingüista para quien, en definitiva, «no se trata de cambios demandados porque las diferencias que existen entre países no suponían hasta ahora ningún problema».

Con más prudencia hasta que lea la normativa, pero de la misma opinión, expresa el profesor emérito de Lengua Española de la UMU Ramón Almela su indiferencia hacia las reglas de la nueva Ortografía. «Por lo que ha publicado la prensa, los cambios son de poca importancia y repercusión en el uso de la lengua: el nombre de una letra o la eliminación de las tildes van a ser más bien normas perjudiciales. La lengua –añade– está para que nos comuniquemos bien, sin ambigüedades, y no se puede utilizar el criterio de economizar el lenguaje». Y pone Almela un ejemplo muy claro: «Ahora que estamos en crisis, está a salvo la agricultura, porque la alimentación es indispensable, mientras que pierden vigor los sectores menos necesarios. Con la lengua sucede exactamente lo mismo».

Si para los expertos en Lengua española la nueva Ortografía no aporta nada nuevo, para los que la tendrán que aplicar en las aulas universitarias o en sus publicaciones, tampoco. «Quizá los académicos se hayan hecho eco del sentir popular, pero yo me quedaría con la ortografía precedente, porque está profundamente arraigada y no hacía falta cambiarla», dice Pedro García Montalvo, escritor y catedrático en la Facultad de Educación.

La escritora María Dueñas, también profesora de la Universidad de Murcia, reconoce que se quedó perpleja con las primeras noticias que ofrecía la Real Academia Española (RAE), hasta que vio que no se trataba de imposiciones. «No lo vamos a asumir –adelanta–, porque no conducen a nada; está bien que se discuta, pero preveo que se van a quedar en meras recomendaciones». Poco revolucionaria le parece por su parte al poeta Eloy Sánchez Rosillo, quien augura que para que se implanten las normas pasará mucho tiempo.

Cumplir las reglas

Porque más allá de la polémica sobre las nuevas reglas, la pregunta que se harán muchos a partir de su publicación es si seremos capaces de cumplirlas. «Enseguida», responde rápido Pedro Guerrero, quien tiene claro que habrá que interiorizarlas poco a poco. «Nadie es capaz de recordar todas las reglas, que además tienen más excepciones que aplicaciones, pero a través del aprendizaje visual, auditivo y semántico se van aprendiendo. Más difícil es –confiesa– enseñarla que aprenderla».

También cree que es cuestión de tiempo Aquilino Sánchez, que, al igual que Almela, asegura que ha visto en sus propios alumnos la facilidad para poner en práctica las reglas ya aprendidas e ir asumiendo las novedades.

Algo más rebeldes se muestran los escritores murcianos que, si bien aseguran que suelen seguir las normas ortográficas y gramaticales, no están ahora para asumir estas recomendaciones. «A mi edad no voy a dejar de decir ´y griega´ ni tengo ningún interés en cambiar las tildes. Quizás a los alumnos de Primaria se les pueda enseñar, pero yo ahora no acataría las nuevas normas», reflexiona María Dueñas, quien sin embargo asegura ser, por su cargo en la Universidad, muy respetuosa con el lenguaje a la hora de sentarse a escribir: «Me parece bien quien quiera hacer ´acrobacias´ ortográficas, pero no me sería fácil al llevar veinte años en la vida académica».

Tampoco García Montalvo se permitiría licencias –«quien lo haga por razones expresivas me parece muy bien, aunque no es mi caso»–, ni Sánchez Rosillo, que sí reconoce que utiliza la arbitrariedad de las reglas para escribir sus versos, aunque insiste en la importancia de las normas lingüísticas «para entendernos».

Poco le interesa al escritor José María Álvarez lo que diga la Real Academia Española, porque su filosofía es seguir al pie de la letra las palabras de Borges: «Mi única ortografía es la que los grandes escritores van creando». Dice el autor cartagenero que en esta ortografía hay cosas tan ridículas como las transcripciones que recoge el diccionario de la RAE de palabras «que eran muy dignas en inglés», como ´güisqui´.

Por eso, asegura que continuará escribiendo como hasta ahora: «Lo haré como me enseñan Borges, Quevedo y otros grandes autores».

Con más o menos aceptación, sin ningún ánimo de poner en práctica las recomendaciones y con un absoluto respeto por el lenguaje que enseñan y que escriben, catedráticos y escritores no aplicarán las nuevas reglas. O quizá sí. Porque, como dice Guerrero, «nos acostumbraremos». Será solo –o sólo– cuestión de tiempo. acostumbraremos». Será solo –o sólo– cuestión de tiempo.