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Qué es 'La Orillica del Quijal', la fiesta anterior a Halloween que se celebraba la víspera de Todos los Santos en la huerta de Murcia

La memoria de esta tradición ha quedado recogida en un documental dirigido por el difunto artista Luis de Hoyos Medina

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La Opinión

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A escasos días de que se celebre la noche de Halloween y el Día de Todos los Santos, muchas personas se interesan por cuáles son los orígenes y la evolución de estas tradiciones. En el caso de Halloween se sabe que se trata de una celebración de origen celta que se desarrolló en Estados Unidos con el universo simbólico que hoy conocemos: calabazas, disfraces, caramelos y “truco o trato”.

Pero más allá de esta forma hegemónica de disfrute esta fecha coincide con una época del año que siempre ha tenido un importante simbolismo para los seres humanos y que se ha manifestado de distintas maneras según la cultura y el lugar. En España una de esas manifestaciones está siendo puesta de nuevo en valor gracias a la curiosidad que despiertan las redes sociales por el origen de algunas costumbres.

Varias cuentas como Edificios Catalogados Murcia o Acholand han recuperado en los últimos días la tradición huertana de la orillica del quijal: una especie de “truco o trato” a la murciana que los más mayores todavía recuerdan.

La orillica del quijal: el “truco o trato” murciano

Según relatan estas fuentes en la víspera del 1 de noviembre (la noche de Todos los Santos) los críos de la huerta salían con sus "capacicos" a recorrer las casas pidiendo “la orillica del quijal”. Mientras caminaban, repetían una cantinela que decía: “La orillica del quijal, si no me la das te rompo el portal”.

Algunos, más gamberros, llegaban incluso a cambiar la letra y advertían entre risas: “La orillica del quijal, si no me lo das me meo en el portal”. Era una mezcla entre juego y petición, muy parecida a la que hoy se hace en Halloween pero con productos de la tierra y un sentido más vecinal.

Los tesoros de la huerta

Lo que los niños pedían no eran dulces comprados, sino frutas y productos de temporada, lo que ellos llamaban la orillica del quijal. Ese término hacía referencia a los frutos que crecían en los quijales o orillas de los bancales, junto a las acequias. Eran pequeños tesoros del campo murciano: dátiles, granadas, membrillos, nísperos, higos, cáquiles, moniatos, coronas de pipas o panochas de panizo moruno.

Aquellas exquisiteces, que en tiempos de escasez valían oro, componían los presentes que los vecinos ofrecían a los zagales.

Un ritual que unía a la comunidad

La orillica del quijal era mucho más que una costumbre infantil y formaba parte de un modo de vida en el que cada familia aportaba algo y los niños aprendían el valor de la cosecha y de compartir. En algunas zonas como el antiguo Partido de San Benito (en la huerta de Murcia, por Patiño) esta práctica se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX.

Con el paso de los años la tradición fue desapareciendo, sustituida por otras celebraciones más globalizadas, pero aún pervive en la memoria colectiva de la huerta. Como recordaba uno de los testimonios recogidos “aquello era el precursor del célebre ‘truco o trato’” aunque con miles de kilómetros de distancia y sin relación aparente entre ambas costumbres.

El documental de Luis de Hoyos Medina y la voz de la memoria huertana

El documental La Orillica del Quijal, dirigido por el maestro y cineasta Luis de Hoyos Medina junto a Francisco López, fue el último trabajo que el artista dejaba como testimonio de la cultura popular murciana. En él se el testimonio entre otros de Juan García Serrano, presidente de la Peña Huertana La Crilla y actual presidente de la Federación de Peñas Huertanas quien relata con detalle cómo se vivía esta costumbre en la huerta a mediados del siglo pasado.

García Serrano explica que el nombre de la tradición proviene “de los productos que se criaban en los quijales, junto a las acequias y los brazales, donde no se labraba bien”. Eran frutas humildes “membrillos, níspolas, granás, naranjas de grano de oro” que los huertanos guardaban “para obsequiar puntualmente y degustar en momentos determinados”.

Según recuerda “la víspera del Día de Todos los Santos, los niños y adolescentes de la huerta nos reuníamos al oscurecer y salíamos a pedir la orillica del quijal” con un lema que todos conocían: “O me das la orillica del quijal o te rompo el portal”.

El vecino ante el temor de las travesuras ofrecía su regalo: “Normalmente te daban una prenda antes de que le rompieras el portal”, bromea Serrano, que también recuerda cómo algunos niños “movían de sitio las macetas” de las casas más presumidas.

Para él la orillica del quijal “no era por necesidad, sino un rito esperado tanto por los pequeños como por los mayores” una celebración que unía a la comunidad: “Era nuestra versión del truco o trato, pero con productos de la tierra y con sentido de convivencia”.

Recuperar las tradiciones

Hoy las redes sociales están ayudando a rescatar este tipo de historias que hablan de identidad y de memoria. Desde cuentas locales, blogs o centros educativos se insiste en la importancia de recordar que, antes de las calabazas y los disfraces, en la huerta ya se celebraba una noche muy parecida, llena de humor, comunidad y productos de la tierra.

Como decía la refelexión de Francisco Javier Nicolás Fructuoso en el blog del CEIP Antigua es tiempo “de contar, de transmitir, de enseñar que los Auroros es el legado cultural y religioso más importante de la cultura popular de nuestra tierra” y de “dejarnos de fiestas mal copiadas de otras culturas para dedicarnos a nuestras cosicas”.

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