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Entrevista

Ángel Pérez Ruzafa: "No basta con tener datos, tenemos que anticiparnos con el Mar Menor"

El científico subraya que ninguna medida superficial será eficaz mientras el nivel freático siga alto y continúe empujando el agua dulce hacia la laguna y pide sustituir las improvisaciones por una gestión basada en la ciencia

Ángel Pérez Ruzafa.

Ángel Pérez Ruzafa. / Israel Sánchez

Alejandro Lorente

Alejandro Lorente

El Mar Menor atraviesa una nueva crisis ambiental marcada por episodios de hipoxia en su cubeta sur. Para comprender el estado actual de la laguna y los retos que afronta, hablamos con Ángel Pérez Ruzafa, catedrático de Ecología en la Universidad de Murcia y presidente del Comité Científico del Mar Menor, quien defiende la necesidad de contar con modelos predictivos y una integración real de datos científicos que permitan anticipar las crisis antes de que sea demasiado tarde.

Profesor Pérez Ruzafa, ¿cuál es el estado actual del Mar Menor? ¿Se mantiene esa situación crítica que usted describió hace unas semanas?

Los datos mostraban el pasado viernes una ligera mejoría, aunque todavía persistían algunos puntos con déficit de oxígeno, especialmente en la cubeta sur, donde los valores seguían siendo muy bajos. Todo indica que la situación está remitiendo poco a poco porque la clorofila va descendiendo. Sin embargo, seguimos teniendo problemas localizados en esa zona más profunda, hacia el centro de la cubeta sur y la gola de Marchamalo.

En su última comparecencia destacó la importancia de contar con modelos predictivos. ¿Qué avances hay en ese sentido?

A menudo se confunde el registro de datos con la capacidad predictiva. En meteorología, por ejemplo, no basta con tener estaciones que midan radiación o pluviometría; hacen falta modelos que integren toda esa información para prever qué ocurrirá mañana o dentro de una semana. En oceanografía ocurre lo mismo, pero es más complejo: el océano es enorme, profundo y tiene muchos menos sistemas de observación. El Mar Menor es hoy uno de los ecosistemas más monitorizados del mundo. Hasta hace unos seis años, cuando explotó la llamada sopa verde, los únicos que tomábamos datos de forma continua éramos nosotros, desde la Universidad de Murcia. Ahora hay más instituciones implicadas y eso es un gran avance, porque una mayor resolución de datos te da más capacidad para integrar información y hacer predicciones.

Pero pese a ese aumento de datos, ¿aún faltan piezas para tener un modelo operativo?

Sí. Los modelos hidrodinámicos que hemos desarrollado en la Universidad de Murcia se alimentan con datos meteorológicos y oceanográficos. Si las estaciones meteorológicas fallan —como ha ocurrido en ocasiones—, nuestras predicciones pierden fiabilidad. Por ejemplo, si en lugar de disponer de los datos de San Javier, que reflejan las condiciones reales del Mar Menor, nos envían los de Murcia, los resultados dejan de ser útiles. Necesitamos mantener actualizados y operativos esos sistemas de observación para que los modelos funcionen.

Hablaba de anticipar las crisis. Pero cuando ya se produce un episodio de hipoxia, ¿no hay nada que pueda hacerse para revertirlo?

Las soluciones posteriores, como inyectar oxígeno o remover el agua con motos acuáticas, se han probado y no funcionan. Las bombas de microburbujas, por ejemplo, solo oxigenan una zona mínima y el efecto desaparece en pocos minutos cuando se detienen. Sin embargo, hay una idea interesante que surgió en 2019, en plena dana, propuesta por la alcaldesa de San Pedro: utilizar el agua de las salinas. Las salinas de Marchamalo, hoy en desuso, podrían servir para almacenar agua ligeramente más salina que la del Mar Menor, oxigenarla y liberarla al fondo. Al ser más densa, se hundiría y podría llevar oxígeno directamente a las capas profundas. Es una propuesta coherente desde el punto de vista físico, pero habría que probarla y calibrarla antes de usarla en una emergencia real.

En cuanto a las causas, desde organizaciones ecologistas y partidos como Podemos se insiste en que el origen del problema está tierra adentro: la agricultura intensiva y la expansión urbanística. Usted, en cambio, ha destacado la importancia del acuífero. ¿Son posturas incompatibles?

No solo son compatibles, sino complementarias. Las actuaciones sobre la cuenca vertiente —setos, humedales artificiales, control del abonado, planificación territorial— son todas necesarias, pero no suficientes si no se aborda también el problema del acuífero. Si el acuífero está alto, el terreno pierde capacidad de retener agua y las escorrentías aumentan, aunque hayas plantado setos o restaurado zonas húmedas. Y eso está ocurriendo: el suelo superficial está saturado de agua y el nivel freático en algunos puntos llega a estar hasta 16 metros por encima del nivel del mar. Esa masa de agua presiona por gravedad hacia la laguna.

Usted ha defendido la posibilidad de volver a extraer agua del acuífero. ¿Sería una solución viable?

Podría serlo, porque además daría a los agricultores una herramienta de gestión y les permitiría aprovechar ese recurso. Hay miles de pozos legales en la zona; bastaría con evaluar la capacidad de cada uno y coordinar su uso. Se desmanteló el salmueroducto que conducía las salmueras y eso fue un error. Las infraestructuras no deben desmontarse, sino optimizarse. Reconstruirlo sería técnicamente factible, aunque requeriría voluntad y planificación.

También se habla mucho del Plan de Ordenación Territorial de la Cuenca Vertiente. ¿Qué papel cree que puede jugar?

En términos generales, puede ser una herramienta positiva si se hace bien. Pero temo que a veces se actúe con una especie de obsesión contra determinadas actividades, especialmente la agricultura. Y no olvidemos que el sector primario es esencial: si no dependemos de nuestra propia producción, dependeremos del exterior, y eso nos resta autonomía. La cuestión no es eliminar la agricultura, sino hacerla sostenible y gestionarla con inteligencia.

Parece que el debate político lo impregna todo. ¿Hasta qué punto dificulta eso la gestión del Mar Menor?

Mucho. Resulta cansino ver cómo los mismos datos se interpretan de forma distinta según quién los lea. Por eso insisto en la necesidad de modelos que cuantifiquen y eliminen la subjetividad. Si un modelo te dice que por una zona descarga 0,5 metros cúbicos por segundo, no se trata de juzgar si es ‘mucho’ o ‘poco’, sino de analizar qué efecto real produce sobre la salinidad o la estratificación. La política debe basarse en datos. Los modelos nos permiten evaluar qué medidas son más efectivas y en qué plazo. Así se puede priorizar: unas acciones serán rápidas y baratas; otras, más lentas, pero de mayor impacto. Y si faltan recursos, habrá que ir a Bruselas y buscar apoyo europeo.

En este contexto, ¿cómo valora la coordinación entre los equipos científicos y las administraciones?

Estoy razonablemente satisfecho. Todo es mejorable, pero se está avanzando en coordinación, compartiendo datos y priorizando la integración de modelos. Se trata de conectar el funcionamiento de la cuenca vertiente con el de la laguna y poder hacer predicciones conjuntas.

Finalmente, ¿qué papel debe desempeñar el Comité Científico del Mar Menor?

El comité tiene una función exclusivamente asesora. La ciencia debe proporcionar datos, diagnósticos y propuestas, pero las decisiones corresponden a las administraciones. Nuestro papel es señalar qué información falta, dónde hay que invertir y qué medidas son más efectivas según la evidencia científica. No se trata de que los científicos tomen decisiones políticas, sino de que las políticas se basen en ciencia. Si logramos eso, habremos avanzado mucho en la protección real del Mar Menor.

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