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Entrevista | Emilio Morenatti Fotoperiodista

Emilio Morenatti: "Cuando se nos niega el acceso a los lugares donde más falta hacemos, es porque somos importantes"

El fotoperiodista participará en las Jornadas Nacionales de Comunicación y Defensa que se celebrarán en la Región de Murcia el 23 y 24 de octubre

El fotoperiodista Emilio Morenatti ganador de dos premios Pulitzer

El fotoperiodista Emilio Morenatti ganador de dos premios Pulitzer / INES BAUCELLS

Emilio Morenatti (Zaragoza, 1969) es uno de los fotoperiodistas españoles más reconocidos a nivel internacional. Con más de tres décadas de experiencia, y una trayectoria vinculada a la agencia Associated Press, ha cubierto algunos de los principales conflictos y crisis humanitarias de las últimas décadas en Afganistán, Pakistán, Gaza, Haití o Ucrania. Su trabajo, caracterizado por una mirada directa y profundamente humana, le ha valido numerosos galardones nacionales e internacionales, entre ellos dos premios Pulitzer (2021 y 2023), convirtiéndose en el único español que ha recibido este reconocimiento de forma individual. A lo largo de su carrera ha afrontado situaciones límite —como el secuestro en Gaza en 2006 o el grave atentado sufrido en Afganistán en 2009— sin renunciar a seguir documentando la realidad desde el terreno.

¿Qué le llevó a empezar en el fotoperiodismo?

Bueno, no sé. Todavía me hago esa pregunta; no tengo una respuesta muy clara. En realidad, el fotoperiodismo es un estilo de vida: estar donde ocurren las cosas y transmitir con claridad lo que sucede. Desde la profesión, yo lo veo más como un oficio: cuanto más lo trabajas, mejor va saliendo.

¿El fotoperiodista nace o se hace?

Yo sigo aprendiendo. Esta última semana, en Israel y Palestina, por ejemplo, he vuelto a tener una nueva lección. Vas empleando lo que aprendes en cada sitio, intentando también descargar esa ‘mochila’. Creo que es una ecuación en la que recoges y sueltas: recoges experiencia, aprendes de ella y luego intentas volver con la ‘mochila’ vacía, quedándote con lo mejor de cada cosa, sobre todo el aprendizaje. A veces uno falla, pero se trata de utilizar esa experiencia ganada en muchos años para adelantarte: buscar un ángulo, una visión, un lugar, y sacar el máximo extracto de lo que está ocurriendo delante de ti. Este oficio no se aprende en un tutorial ni en una universidad: se aprende haciendo mucha calle.

Lleva muchos años en el oficio. Se unió a Associated Press en 2003. Con el cambio de tecnologías y las coberturas de los nuevos conflictos, ¿qué cambios ha visto desde entonces?

Yo empecé en 1987, trabajando en laboratorio en la agencia EFE y en el periódico donde estaba entonces. El cambio ha sido enorme, sobre todo la adaptación constante. Muchos colegas se quedaron por el camino precisamente por no adaptarse. El primer gran cambio fue el paso al digital. Aquellas primeras cámaras eran de muy mala calidad, lentas, con imágenes pobres. Yo aposté por ese cambio. Empecé a trastear con las primeras cámaras digitales sabiendo sus limitaciones, pero me interesaba seguir contando la realidad en el instante. Esa instantaneidad era maravillosa y la priorizaba incluso por encima de la calidad. En 2003, cuando empecé con AP en Afganistán, iba con las patrullas americanas al desierto en busca de la insurgencia talibán. Desde allí enviaba las fotos por satélite, y salían al día siguiente en portadas. Era una adrenalina muy interesante, acompañada de una tecnología carísima con facturas de teléfono que ascendían a decenas de miles de dólares.

Ha trabajado en múltiples regiones y conflictos: Afganistán, Palestina, Pakistán, Ucrania... Ahora que dirige parte del equipo de AP, ¿elige usted las historias o se las asignan?

En AP soy jefe de una región muy concreta: España, Portugal y el norte de Marruecos. En esa zona decido yo; puedo asignarme coberturas. Pero cuando voy a otra región, me someto a las decisiones del jefe de esa zona. En Oriente Medio, por ejemplo, hay un responsable y yo soy un ‘soldado' más.

Voy donde me mandan y produzco como parte de esa unidad de producción que es una agencia. En Israel y los territorios ocupados somos unos diez o doce fotógrafos y producimos miles de imágenes diarias. Me gusta ser parte de ese engranaje: aportar mi conocimiento y mi fotografía a esa gran producción del cable diario.

Una pareja se besa a través  de una pantalla de plástico durante la pandemia. (Emilio Morenatti/AP).

Una pareja se besa a través de una pantalla de plástico durante la pandemia. (Emilio Morenatti/AP). / Emilio Morenatti / AP

Más allá del equipo y la logística, además de fotoperiodista, también es marido y padre, ¿hay una rutina mental? ¿Cómo se prepara antes de entrar a una zona de conflicto?

Sí, hay una rutina, pero a veces te quedas estancado en algún sitio y es complicado. Antes, cuando no tenía familia, me importaba menos. Ahora es distinto. He venido a Oriente Medio para reemplazar al jefe de aquí y darle unos días de vacaciones, y justo llegó el alto el fuego. Esto tiene un precio cuando tienes críos pequeños: necesitas el apoyo total de tu pareja. Sin ella no podría hacerlo. Somos un tándem. He vivido los dos escenarios: cuando estaba solo, siempre disponible, y ahora, con una familia, ajustándome a ese compromiso. La paternidad me cambió para bien; me añadió sensibilidad hacia lo vulnerable. Esa parte la reflejo en mis fotografías, especialmente en niños y personas frágiles. Me hace consciente de lo afortunado que soy. Mis hijos viven protegidos, mientras yo trabajo en lugares donde los niños no lo están. Esa dualidad me hace sentirme afortunado y responsable.

En 2006 fue secuestrado en Gaza, y en 2009 resultó gravemente herido en Afganistán. ¿Cambian esos episodios su relación con el trabajo de campo y su mirada fotoperiodística?

El perder la pierna sí me cambió la vida, sin yo saberlo. Me inclinó más hacia la vulnerabilidad y la discapacidad, que forman parte integral de mi vida. Es un hándicap con el que lidio y que intento compensar con una mirada más empática hacia el sufrimiento personal. Esa empatía hacia quienes padecen una discapacidad o una debilidad se ha intensificado. A veces esa vulnerabilidad es invisible, pero yo la percibo más. Me identifico con la víctima, quizá porque tengo una falta física con la que lidio cada día sobre el terreno. Yo tengo una buena prótesis que me permite seguir trabajando, pero sigo siendo consciente de mi discapacidad. En muchos lugares, la falta de una pierna significa exclusión social inmediata. Eso te genera una responsabilidad. Luego está la ‘mochila psicológica’: las emboscadas, los amigos muertos, las situaciones de máximo peligro. Esa carga se va acumulando y, con los años, pesa. Hay que aprender a llevarla.

Esa esencia, la capacidad de contar con una sola imagen, es lo que mantiene vivo el fotoperiodismo.

¿Cómo equilibra la necesidad informativa con el respeto a la dignidad de las personas retratadas?

Yo priorizo informar, pero eso no significa saltarme la dignidad de la persona: esa es la norma número uno. Rara vez me he encontrado con problemas, porque fotografío con esa regla siempre presente. Cuando retratas al débil, a la víctima, ya tienes su permiso implícito. No escondo mi cámara. Luego está el reto de condensar todo en una sola imagen. Mi objetivo es que una foto lo diga todo, que no necesite explicación, que se te clave y no se te olvide. Esa imagen debe contener la máxima expresión del dolor, el asombro o la incertidumbre. Buscamos que despierte empatía en quien la observa, que conecte emocionalmente con la víctima. Que no necesite un titular, que simplemente te levante y te despierte una emoción y que esa emoción sea la de empatizar con la víctima. En Ucrania, por ejemplo, personas a las que fotografié en su dolor me han escrito después agradeciéndome las imágenes. Esa es la prueba de que, si se hace con respeto, se puede dignificar a través de la fotografía. El consentimiento no es escrito, es empático. En un funeral donde un niño ha muerto y su madre llora a ese niño, el respeto es total: silencio de cámara, distancia, invisibilidad. Es un momento de altísima responsabilidad.

En los conflictos contemporáneos, con la difusión instantánea y la desinformación constante, ¿ha cambiado su manera de trabajar?

A mí no. Quiero pensar que dentro de este caos hay algo que nos beneficiará. Estamos en el peor momento de una transición: cuesta distinguir lo real de lo falso. Pero creo que las nuevas tecnologías también traerán herramientas para diferenciar lo que hacemos los periodistas de carne y hueso de lo que genera una inteligencia artificial. Cuando eso ocurra, el periodismo auténtico recuperará su valor. La sociedad necesita verdad, necesita testigos. No se puede estar anestesiado. Lo que está ocurriendo, por ejemplo, con las protestas por Gaza, nace de imágenes reales, difundidas por agencias como la nuestra o las competidoras serias. Estoy convencido de que, cuando superemos esta transición, sabremos distinguir entre realidad y ficción.

Las redes sociales han aumentado el consumo de imágenes de guerra. ¿Cree que ese sobreconsumo sigue movilizando o está anestesiando al público?

Creo que falta espíritu crítico, tanto en quienes contamos las historias como en quienes las consumen. Veo ahora trabajos en Instagram donde los fotógrafos publican 15 fotos de una misma escena porque no saben cuál es la buena, o temen dejarse una atrás. Eso diluye el mensaje. La pregunta es: ¿estás documentando o estás buscando el instante que define lo ocurrido? El problema no es solo del fotógrafo, sino de la edición. Falta la figura del editor: alguien que sepa elegir, clasificar, descartar y defender una foto. Esa figura ha desaparecido en muchos medios, sustituida por redactores sin formación visual. El resultado es mucha cantidad, poca claridad. Esa esencia, la capacidad de contar con una sola imagen, es lo que mantiene vivo el fotoperiodismo.

Civiles ucranianos se refugian de los bombardeos bajo un puente.

Civiles ucranianos se refugian de los bombardeos bajo un puente. / Emilio Morenatti / AP

En una zona de conflicto, entre la seguridad personal y la necesidad de informar, ¿hay tiempo para pensar o se actúa por instinto?

Se actúa por instinto. Hay momentos en los que sabes que estás en peligro, pero tu cuerpo te lleva al sitio donde debes estar. La diferencia con hace veinte años es que ahora las empresas han desarrollado departamentos de seguridad. Ellos deciden si un lugar es seguro o no. Antes podíamos movernos libremente por África o Afganistán; hoy hay zonas vetadas. Esto es negativo para el periodismo, porque se dejan de contar cosas que antes se contaban. Y los responsables de esa censura —milicias, grupos armados, gobiernos— lo saben. Han entendido que, si no hay periodistas, pueden hacer lo que quieran. Lo que ha pasado en Gaza era impensable antes, que un gobierno decidiera que en un lugar donde se mata a 70.000 personas no haya ni siquiera un informador internacional que pueda contar lo que está pasando aquí. Eso es lo que más me preocupa, el ver cómo se nos barre de los lugares donde más falta hacemos. Cuando se nos niega el acceso, es porque somos importantes.

Eso es lo que más me preocupa, el ver cómo se nos barre de los lugares donde más falta hacemos

Entre todas sus coberturas, hay dos especialmente reconocidas: el Pulitzer individual durante la pandemia y el Pulitzer colectivo por Ucrania. ¿Son las que más le marcan o hay otras que le acompañan más?

Yo lo doy todo en cada cobertura. Voy a una rueda de prensa y lo doy todo; voy a una guerra y también. Representar a una empresa como AP conlleva responsabilidad, porque sé lo que puede provocar una foto enviada al cable. El trabajo sobre la COVID fue una combinación de experiencia acumulada y circunstancias únicas: cómo entrar en casas, hospitales o residencias sin repetir, sin invadir. Si la pandemia me hubiera pillado diez años antes, no habría hecho esas fotos. Fue un momento de madurez. No me importaba enfermar. Prioricé informar. Me metía en casas con enfermos o muertos sabiendo que podía contagiarme. Lo mismo hice luego en Ucrania: arriesgar, pero no por heroísmo, sino por responsabilidad. Nunca cubrí esos lugares para ganar premios, sino para contar lo que estaba pasando donde vivía.

Ha vivido un secuestro, la pérdida de una pierna y un ataque directo en Ucrania. ¿Nunca se ha planteado dejar ese tipo de coberturas?

Cuando nos emboscaron en Ucrania fue por un error de mapa. Pensábamos que estábamos en territorio ucraniano, pero los rusos ya lo habían ocupado. Nos tirotearon el coche y saltamos a una especie de lago, y nos escondimos mientras nos buscaban con drones y nos disparaban durante ocho horas. En ese momento no solo pensé que lo dejaba, sino que además estaba seguro de que moriría. Cuando se da por muerto de una manera tan clara, luego cuesta mucho volver a recuperar su vida. Dije que no volvería, pero pasaron los meses y decidí regresar. No me atrae la trinchera en sí, sino los lugares donde permanece la población civil, que también son frentes, pero de otra manera. Aquel error me enseñó mucho. Me gusta sentirme útil. Dejaré de cubrir los conflictos si algún día noto que ya no estoy al nivel, que mis fotos no se publican o que no aporto; entonces me sentaré a editar y a coordinar. Por ahora, sigo disfrutando del terreno. Me apasiona enfrentarme a la realidad, elegir la lente, acercarme. No voy a renunciar a eso. El trauma me acompaña, pero lo uso como herramienta: para ayudar a otros, para evitar repetir errores, y para seguir haciendo las fotos que aún me quedan por hacer.

Octava edición de las Jornadas Nacionales de Comunicación y Defensa en Las Claras

Emilio Morenatti participa el próxmo jueves, 23 de octubre, en las VIII Jornadas Nacionales de Comunicación y Defensa, que se celebrarán en el centro cultural Las Claras, organizadas por el Colegio Oficial de Periodistas de la Región. Durante jueves y viernes, este foro servirá para analizar el papel del periodismo, la comunicación institucional y las Fuerzas Armadas en el contexto de los nuevos conflictos globales. El evento reúne a algunos de los principales referentes nacionales del periodismo de guerra, la comunicación estratégica y la industria de defensa. Está prevista la participación de Antonio Pampliega, Miguel Ángel de la Fuente, Miguel Ángel de la Cruz o Rafael Moreno Izquierdo, junto a representantes de instituciones militares, empresas tecnológicas y organismos públicos. Morenatti, que charlará con el director de La Opinión, José Alberto Pardo, hablará de Guerra, tecnología y cobertura de los nuevos conflictos y abordará cómo la transformación tecnológica, los nuevos formatos y la presión de la inmediatez están redefiniendo la labor del fotoperiodista en escenarios de guerra.

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