Migración | Irasema Coronado Politóloga
"Las fronteras no se detienen con cemento, siempre hay una escalera o un túnel"
Irasema Coronado, directora y profesora de la Escuela de Estudios Transfronterizos de la Universidad Estatal de Arizona, será una de las ponentes del XI Congreso Migraciones acogido en la Universidad de Murcia los día 15, 16 y 17 de octubre

Irasema Coronado, directora y profesora de la Escuela de Estudios Transfronterizos de la Universidad Estatal de Arizona. / L. O.
Irasema Coronado es directora y profesora de la Escuela de Estudios Transfronterizos de la Universidad Estatal de Arizona. Su investigación se centra en los Derechos Humanos en la frontera México-Estados Unidos, con énfasis en la migración, medio ambiente y política fronteriza. En octubre de 2010 la revista Hispanic Business la nombró una de las 100 hispanas más influyentes en los Estados Unidos.
Profesora Coronado, en este 2025 asistimos al regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y a la reimplantación de una política de ‘frontera dura’. ¿Cómo describiría el clima actual en la frontera entre México y Estados Unidos?
Para entender la política de Trump hay que ver el contexto global. Está imponiendo una política dura, rígida hacia los migrantes y hacia quienes piden asilo político. Ahora se exige más documentación, las entrevistas consulares son más invasivas e incluso se pide acceso a las redes sociales. Todo eso refleja un endurecimiento generalizado. La inmigración indocumentada se ha reducido, pero el comercio y los vínculos transfronterizos siguen existiendo: la gente continúa cruzando por trabajo, familia o consumo, aunque ahora las colas son más largas y los controles más exhaustivos.
Una de las primeras órdenes ejecutivas de este segundo mandato fue reinstaurar las ‘deportaciones exprés’. ¿Qué efectos concretos está teniendo sobre las familias y los solicitantes de asilo?
Está teniendo un impacto muy fuerte. Muchas personas están siendo detenidas en centros privados de detención con fines de lucro, en condiciones inhumanas: sin buena comida, sin acceso médico, soportando calor o frío extremos. Un informe del Kino Border Institute documenta tratos indignos y desesperación entre los migrantes retenidos. Otros han sido deportados a países como Argentina, El Salvador. Algunos prefieren ‘autodeportarse’ para evitar ser enviados a lugares desconocidos como Libia o Ruanda, amenazas que Trump ha utilizado como disuasión.
Usted ha dicho en alguna ocasión que la frontera se ha convertido en ‘un laboratorio del autoritarismo’. ¿Cómo se usa el miedo a la migración como herramienta política?
Hay una clara utilización del miedo. Agentes de Border Patrol y de ICE no solo actúan en la frontera, sino en grandes ciudades como Chicago o Los Ángeles, donde realizan redadas masivas. Se están violando derechos de ciudadanos estadounidenses por su apariencia. Además, Trump usa la política migratoria como instrumento de venganza contra territorios demócratas.
El muro fronterizo fue una de las banderas de Trump. ¿Sigue siendo un instrumento de seguridad o se ha convertido en un símbolo político?
Es claramente un símbolo. Donde hay un muro, siempre hay una escalera o un túnel. En Tijuana o Nogales los hay. La frontera no se detiene con cemento. El muro es un mensaje político, no una solución real.
En España y en la Región están creciendo los discursos de extrema derecha que asocian migración con inseguridad. ¿Ve paralelismos con la retórica trumpista?
Sí. Cuando un migrante comete un delito, se generaliza y se construye una imagen negativa del conjunto. Pero los datos son claros: los indocumentados cometen menos delitos porque no quieren ser deportados. Es una narrativa injusta pero eficaz políticamente.
Trump cuenta ahora con mayoría en el Congreso. ¿Puede este retroceso en derechos humanos migratorios volverse irreversible?
Es posible. Está legislando sin contrapesos. Y a la vez, estados como Texas o Florida aprueban sus propias leyes antiinmigrantes. El retroceso no es solo federal: es territorial y estructural.
Pero hay estados que resisten, como Illinois. ¿Tienen margen real para oponerse?
Algunos sí, porque comprenden el valor del trabajo migrante. En Houston, por ejemplo, la construcción depende de trabajadores extranjeros. En Florida, la falta de mano de obra ha llegado al punto de que se propuso emplear a menores en el campo. Es absurdo, pero muestra el nivel de dependencia económica.
Usted coeditó Children Crossing Borders: Latin American Migrant Childhoods. ¿Qué cambios ha observado en la situación de los menores desde la primera presidencia de Trump?
Cuando Trump empezó a separar familias, eso frenó muchas llegadas. Pero aún hay niños en detención, y otros fueron deportados. En mi investigación analicé el caso de hijos de mexicanos nacidos en EE. UU. que fueron llevados a México tras la deportación de sus padres. Esos niños enfrentan rechazo, bullying y barreras educativas porque no dominan el español ni tienen la doble nacionalidad, son estadounidenses de nacimiento. Es una tragedia silenciosa.
¿Cómo están reaccionando los medios estadounidenses ante este nuevo ciclo político? ¿Existe autocensura?
Sí, hay miedo. Trump está demandando a periodistas y medios. Muchos están atemorizados, hay una presión enorme sobre la libertad de prensa.
Usted trabajó en la Comisión de Cooperación Ambiental de América del Norte bajo Obama. ¿Tienen margen hoy las instituciones internacionales para contrarrestar estas políticas?
Muy poco. Muchas oenegés que defendían derechos de los migrantes han perdido fondos federales. Están sobreviviendo con donaciones. Lo mismo ocurre en temas ambientales: la negación del cambio climático ha paralizado proyectos de investigación y cooperación internacional. Es desolador.
Ante esta situación, ¿se mantiene alguna esperanza?
Sí. La sociedad civil sigue viva. Hay activistas, académicos y comunidades que no se rinden. La historia demuestra que las fronteras cambian, pero la humanidad persiste.
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