Pintando al fresco

De caza

Imagen de un perro de caza.

Imagen de un perro de caza. / EP

Enrique Nieto

Enrique Nieto

Tengo yo amigos aficionados a la caza, aunque he de reconocer que este entretenimiento no es lo mío. Hace unos años, el grupo me invitó a una partida de caza (se dice ‘partida’, ¿no?) en una finca de su propiedad y como no había tenido nunca esa experiencia (a mí me ha gustado experimentar cosas nuevas, siempre que no fueran pecado, claro) acepté la invitación. Según me contaron era la época anual en la que se podía cazar palomas torcaces y efectivamente fui testigo de una auténtica masacre. Apostados en los laterales de un pequeño desfiladero, esperaron hasta el atardecer y cuando aparecieron las masas de palomas, que eran muchísimas, las acribillaron. Yo no disparé porque no sé y porque tampoco me apetecía en absoluto, la verdad. Se recogieron muchos animales muertos, pero entonces surgió un problema muy serio. Al volver a la casa de la finca donde estaban las esposas de los cazadores, ellas, al ver los cadáveres de las palomas, con muy mala cara, comenzaron a decir frases como estas: ‘Yo palomas no quiero ninguna, ¿eh?’, o ‘Si la desplumas y las destripas, yo me llevo dos para echarlas a un cocido, pero, si no, ni pensarlo’, o ‘a mí, nada más verlas con tanta pluma me da repelús’. Total, que el dueño de la finca acabó algo cabreado y diciendo que las palomas se repartían entre todos, que cada uno se llevaba las suyas y que allá cada cual.

Me he acordado de esta experiencia cuando he leído esta semana que hay movimientos casi telúricos con este tema de matar animales en el campo. Parece ser que se pretende resucitar una afición ahora prohibida en esta Comunidad Autónoma, la del ‘tiro al pichón’ que consiste en soltar palomas de una jaula y va uno y le pega un tiro. Dicen que es un deporte. Lo que no sé yo es si esas palomas se las llevan luego los ‘deportistas’ o las tiran a la basura directamente.

Y lo cierto es que esto de la caza va con los seres humanos desde que el mundo es mundo. Dicen que es un instinto, fíjate tú. Y también, ahora sin bromas, es cierto que a veces cubre la necesidad de estabilizar la vida animal en los espacios naturales. No hay más que ver los cultivos de lechugas en el campo de Cartagena, todos rodeados de mallas de alambre hasta una cierta altura para evitar que los conejos se coman la cosecha. Y lo mismo ocurre en el campo abierto donde la falta de equilibrio entre los animales carnívoros que cazan para comer y herbívoros que les sirven de alimento, hace que se multipliquen estos y acaben con todo el paisaje, llegando incluso a acercarse a los pueblos a comer en las basuras o en los parques y jardines, y cuando se trata de animales grandes, como los jabalíes, asustan al personal.

Por otro lado, también hay otros tipos de cacerías. En algunos cotos privados se ha abusado un poco de la caza y se han quedado sin bichos que matar, pero las fincas se siguen alquilando a grupos de cazadores a base de proporcionarles animales de criadero para que puedan dispararles. O sea, que los dueños de los cotos compran, por ejemplo, cincuenta codornices, las sueltan en el campo la noche antes de la cacería y al día siguiente vienen los aficionados con sus escopetas y les disparan, previo pago de su importe. Me cuentan que a veces estas cacerías tienen poca emoción porque los bichos están un poco ‘apavaos’, es decir, que han salido de unas jaulas amplias donde se han criado y extrañan mucho esto de la libertad y vuelan poco. Este sistema se hace también con otras aves, incluso con faisanes. En fin, que cada uno se divierte con lo que le gusta.

En cualquier caso, hay una reglamentación para esto del deporte cibernético que mira bien a quién le da un permiso para cazar y a quién no, aunque me dicen que también hay ‘movimientos telúricos’ para que estos trámites sean más fáciles y los permisos los dé materialmente cualquiera. La verdad es que resulta extraño que haya personal que le tenga esa manía a los seres vivos, sean peces del Mar Menor o conejos de monte, a los que hay que matar echándoles porquerías procedentes de la agricultura y de las minas de La Unión, a unos, o a tiros, a los otros.

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