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'Adictos a nosotros': páginas de amor y dolor en torno a las drogas

"Nada más terapéutico que la escritura", dicen. Y la murciana Carmen Negrillo se lo tomó al pie de la letra cuando le propuso a su hijo toxicómano plasmar la experiencia en un libro, ‘Adictos a nosotros’, que refleja la ternura entre ambos tras sumergirse, él como consumidor y ella como madre, en el abismo de los estupefacientes

Carmen Negrillo muestra fotografías de su hijo, José, con la obra editada por Exlibric y escrita por los dos.

Carmen Negrillo muestra fotografías de su hijo, José, con la obra editada por Exlibric y escrita por los dos. / Israel Sánchez

«No es necesario oficio literario cuando habla la vida», expresa la docente universitaria Micaela Bunes después de leer las emotivas páginas de Adictos a nosotros, una historia de amor y redención que bascula entre el género epistolar y el diario personal. La murciana Carmen Negrillo y su hijo, José B., relatan en un libro autoeditado a través de Editorial Exlibric, a dos manos y en primera persona, la experiencia en el laberinto de las drogas y la fortaleza de una madre en intentar sacar a su vástago de tan oscuro pozo.

«El testimonio desgarrador nos ha vuelto a unir, aunque escribir lo que llevamos dentro duela muchísimo», cuenta Carmen sobre un proyecto que define «terapéutico» y de «reconciliación» para ambos. «Quiero que las familias afectadas por los estupefacientes puedan leerlo porque pasamos por lo mismo, se van a sentir identificadas». Y es que, reconoce, la de los adictos es una historia que tiende a repetirse, «y se debe tener mucha fuerza de voluntad para seguir detrás de ellos».

Dos vidas truncadas

El descenso a los infiernos para José —y, por consiguiente, para Carmen— comenzó en 2014, cuando a este chapista de profesión le abandonó su pareja y la vivienda se la quedó finalmente el banco por los impagos. «No supo pedir ayuda, superar la ruptura ni gestionar su vida», explica la progenitora, que lo acogió en su inmueble. «Lloraba y decía que quería regresar con su ex; pensábamos que era algo normal, transitorio», por lo cual nadie de su entorno sospechó de señales como el insomnio, «ruidos raros» en su cuarto a horas intempestivas, agresividad y necesidad creciente de mayores cantidades de dinero.

A Carmen se le cayó el mundo encima en primavera de 2015, al hallar una bolsita con cocaína mientras limpiaba la habitación de su hijo. Una vez al descubierto su problema, José dio rienda suelta al consumo de toda clase de sustancias sin disimulo, desde porros hasta heroína. Y, para adquirirlas, no dudó en robar a su madre, una humilde cocinera escolar. «Me dolió muchísimo, fue una gran decepción», dice apenada sobre esa primera vez.

Luego de pagar una deuda de más de 600 euros a los camellos —posteriormente se descubrió que José había contraído más—, Carmen arrastró a su hijo a Proyecto Hombre, donde le dijeron que necesitaba entrar en una unidad de psiquiatría. «Fuimos al hospital Reina Sofía», pero como adulto, se negó a ingresar pese al diagnóstico de esquizofrenia y Trastorno Límite de la Personalidad (TLP). «No sabemos qué fue antes, la adicción o los problemas mentales», señala Carmen.

Ante las repetidas sustracciones y el miedo de su hija adolescente, Carmen decidió que José debía salir de casa hacia otra localidad. Ella corrió con los gastos del traslado a Madrid hasta que encontró empleo en una conocida cadena de comida rápida, si bien volvió a caer. «Me llamaba para pedirme dinero con mentiras y burdas excusas: he perdido el móvil, he de cortarme el pelo», recuerda.

En un breve retorno a la capital del Segura, en el que trabajó en un almacén y vivió con su abuela tras robarle objetos de oro a su hermana, Carmen ofreció a su hijo tratamiento con una psiquiatra y mandarlo a Tenerife, donde se convirtió en encargado de una famosa cadena hostelera, puesto en el que aguantó ocho meses antes de recaer y acabar en la calle sin sustento. «Los terapeutas me dijeron que, si no quería entrar en un centro de desintoxicación, debía tocar fondo», subraya Carmen, «no sé cómo logró volver a la península». 

Cárcel e intento de suicidio

José debutó en prisión en 2017 por una sucesión de robos para costearse las dosis. «Hasta forzó la persiana de un bar…», recalca Carmen, quien indica que ella se convirtió en el blanco de sus iras: «Me hacía responsable de lo que le ocurría, me amenazaba de muerte y de quemar el piso». Lo denunció por ello. Sin embargo, la Policía le insistió que solo actuaría en caso de agresión. «Las familias de los adictos nos sentimos desprotegidas ante estas situaciones», lamenta.

«Lo mejor que me podía suceder, me dijo el psiquiatra, era la muerte de mi hijo y pasar el duelo», confiesa Carmen. En 2020, durante el confinamiento, condujo a José a urgencias del Morales Meseguer con bronquitis y el mono; un centro hospitalario que se negó a aceptarlo como paciente en plena pandemia. «Le di dinero, lo dejé en la Fama y me fui a casa, donde intenté suicidarme con fármacos», rememora, «pero ahora he crecido como persona». 

Carmen mejoró su estado anímico gracias al grupo de apoyo a familiares de toxicómanos, que se reúne en el local de una conocida oenegé. Ahí es cuando se le ocurrió complementar las sesiones con la redacción. «¿Te gustaría escribir un libro?», le preguntó a su hijo preso, que ahora cumple su cuarta estancia entre rejas. Y aceptó. «La manera de escribir de José, su amor después de tanto odio, el podernos dar un abrazo…», revela sin ocultar su emoción. Aunque el proyecto finalizó en la página 62: «Una vez en la calle, ya no controla».

Al enseñarle los textos a su amiga Bunes, que imparte clases en la UCAM, vio lágrimas brotando de su rostro y se decidió a dar el paso de enviarlos a varios editores. El pasado 23 de diciembre, Adictos a nosotros fue presentado en la Biblioteca Regional. «Me he sentido muy sola… Tener a alguien a quien contar tu verdad y que no te juzgue es muy importante», agrega.

Familias en soledad

Precisamente es lo que critica Carmen: cómo los familiares deben afrontar prácticamente solos este drama. Autodenominada «coadicta», admite que los allegados no saben ejercer de terapeutas y que deben aguantar las amenazas de los traficantes: «Hay gente que tiene a sus hijos casi secuestrados por un poco de droga», manifiesta. Y pide a los políticos que «se pongan las pilas», se reúnan con las familias y «vean que necesitamos ayuda», amén de que los adictos sean reconocidos como «enfermos». «Casi no hay plazas públicas en centros de desintoxicación; en los privados, me han llegado a pedir 1.300 euros por semana», se queja. Y exhorta a los jueces a que personas como José sean enviados a instalaciones similares y no a penitenciarías «donde conviven en el patio con los narcos».

Desde 2023, Carmen trata de solicitar la curatela de su hijo sin éxito. Cree que precisa un tutor: «Solo quiero que cuando salga de prisión aprenda a vivir sin droga», concluye.

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