Apuntes del natural

Qué recordar de Franco

Francisco Franco en Salamanca, en 1937

Francisco Franco en Salamanca, en 1937 / El Periódico

Enrique Nieto

Enrique Nieto

En el año 1975, allá por noviembre, ejercía yo mi trabajo de profesor en el instituto de Escombreras, por cierto, un estupendo Centro de Enseñanza, dotado de todo lo necesario para llevar a cabo nuestra labor, debido a que, aun siendo público, recibía dotación económica de Empetrol, la empresa de la refinería de petróleo en ese valle. También tenía aquel centro otra particularidad, y es que estaba dirigido por un grupo de Teresianas y Hermanos de La Salle. Nosotros, los profesores modelo seglar corriente, convivíamos en perfecta armonía con aquellos religiosos, incluso les diré que las Teresianas nos dieron cursos de formación en técnicas de enseñanza absolutamente modernas y de una gran efectividad (ellas habían tenido una participación importante en el diseño de la EGB) que luego he utilizado toda mi vida normalmente con buenos resultados.

Pues, como les decía, estábamos en la sala de profesores y cuando esperábamos que apareciera alguien en la tele para decirnos, como todos los días, que el estado de Franco era ‘superponible’, (aunque ya todo el mundo en España sabía que estaba hecho trizas y que lo mantenían vivo con mil enchufes a la red eléctrica por intereses políticos) el que salió fue el por entonces presidente del Gobierno Sr. Arias Navarro, con una cara de espanto, que pasó a decirnos muy compungido que Franco se había muerto. Casi todos los profesores de aquel instituto éramos gente joven, así que nos tomamos aquella noticia más bien a la ligera (quiero decir que allí el único que lloró fue el de la tele).

Y en aquel momento comenzó para muchos de nosotros, españolitos deseando que una de las dos Españas dejara de helarnos el corazón, un periodo que tenía dos ejes: buscar un cambio político hacia el futuro y tratar de olvidar los espantos de la época en la que habíamos nacido (la última, apenas hacía un año que habían matado con garrote vil a Puig Antich, un anarquista que había sido juzgado por un tribunal militar). Que del franquismo quedaba poco fue demostrado por las primeras elecciones libres que se convocaron en la que salieron elegidos media docena de fieles al fascismo, como Blas Piñar y algún otro nostálgico que se apuntó a Alianza Popular, pero la mayoría ciudadana votó a UCD, que promovía un cambio tranquilo hacia la democracia y al PSOE que estaba en la misma onda. Adolfo Suárez y Felipe González, a la cabeza, Torcuato Fernández Miranda detrás de todo el tinglado del cambio, el rey Juan Carlos poniendo firmes a los militares, Santiago Carrillo, Manuel Fraga y otros manejando cada uno a sus huestes y tirándoles de las correas bucales cuando era necesario.

De todo esto –miedo me da pensarlo– hace ahora cincuenta años, y el Gobierno actual ha montado una serie de actos para recordarlo. Me parece muy bien que tengamos nuestras Fiestas de la Libertad, al igual que las celebran en cualquier país de nuestro entorno que, de un modo u otro, sufrieron la opresión de una dictadura. Pero eso es lo que muchos opinamos, como se puede comprobar en medios de comunicación, que es lo que hay que celebrar, la llegada de la libertad a nuestras vidas después de 40 años de no dejarnos respirar.

De Franco no quiero recordar nada, porque todo lo que me viene a la cabeza es los primeros años de la postguerra, con aquella miseria y tristeza de la vida cuando yo era pequeño, aquel horror de los hombres y mujeres que habían muerto o huido de España, y, más tarde, los miles de españoles emigrando a Alemania, a Francia, etc. buscando una vida mejor que aquella miseria que era nuestro país para los trabajadores, o las carreras delante de los policías, los grises, que venían atacando con sus porras al primero que se atrevía a poner en cuestión las medidas de aquellos gobiernos franquistas elegidos a dedo por el dictador.

De todo eso no quiero recordar nada.

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