¿Se debe hablar del suicidio en las redes sociales? ¿Quién debe hablar de ello? ¿Existe alguna evidencia científica que apoye hablar del suicidio en este medio? ¿Qué normas o recomendaciones deben seguirse a la hora de comunicar sobre suicidio en las RRSS? ¿Qué beneficios y qué riesgos conllevan estas publicaciones acerca de la conducta suicida? Todas estas cuestiones fueron tratadas durante las II Jornadas sobre psicología y suicidio por Miguel Guerrero, coordinador de la Unidad de Salud Mental Comunitaria de Marbella, quien a través de una videoconferencia ofreció una ponencia acerca de los riesgos que entraña tratar de manera irresponsable el suicidio en redes sociales, así como su papel como herramienta en la prevención de estas conductas.

Existe una clara preocupación por parte de padres, educadores, pediatras, psicólogos, periodistas y trabajadores sociales con respecto a las conductas suicidas, algo entendible si atendemos a los estudios que reflejan que el 7,5 % de los menores de 12 años tiene ideas suicidas, el 2,2 % lo planifica, y el 1,3% lleva a cabo el intento de suicidio.

El suicidio, estigmatizado y silenciado, se ha convertido en un tabú social, creando mitos y prejuicios a su alrededor que no son sino barreras para la prevención. «Hemos pasado de un pacto de silencio en los medios de comunicación respecto al suicidio, a una sobreexposición en redes sociales. Hablar de suicidio sí, pero de forma responsable», afirma Miguel Guerrero, quien también analiza los muchos fenómenos que llevan asociado un claro comportamiento de riesgo en las RRSS, como son el ciberacoso, la incitación al suicidio, los retos virales, e incluso páginas webs que legitiman el suicidio, ofrecen información práctica y recomendaciones.

Claves para tratar con responsabilidad el suicidio en RRSS

  • Evitar compartir imágenes o vídeos explícitos, así como de lugares donde se llevan a cabo suicidios, o de personas fallecidas que aparezcan amenazantes, angustiadas o demacradas.
  • No infundir desesperanza criticando desmedidamente, por ejemplo, el sistema de salud pública.
  • Utilizar un lenguaje sano, seguro y ético.
  • No exagerar ni alarmar.
  • Huir del sensacionalismo.
  • No romantizar el suicidio.
  • Plantearse por qué, para qué y cómo publicar el contenido relativo al suicidio.
  • Tener presente valores como la honestidad, la justicia, la empatía, la humildad y la responsabilidad.
  • Ser consciente de que las publicaciones pueden llegar a viralizarse.
  • Revisar periódicamente tus publicaciones en busca de respuestas «no seguras».
  • Ofertar recursos especializados de ayuda.
  • Incluye mensajes de esperanza y recuperación.
  • Respetar la privacidad.

El suicidio, entendido como un fenómeno multidimensional que debe ser tratado desde diferentes ámbitos, comienza a considerarse como un problema social, y no únicamente un problema de salud mental. Y es entonces cuando las redes sociales se presentan como una herramienta de prevención de las conductas suicidas. Para ello, una tarea básica es la alfabetización en suicidio a través de este medio de comunicación, y es que el lenguaje construye realidades. A esta cantidad de información se le suma su calidad, pues «acumulamos mucha información, pero no suficiente conocimiento», explica Guerrero, quien además recalca que «hace falta una labor de investigación profunda, y para ello es necesaria la financiación por parte de las diferentes administraciones».

El suicidio se puede prevenir y evitar. Existe ayuda disponible, las intervenciones tienen éxito y la recuperación total es posible, tal y como refleja el llamado estudio Golden Gate, en el que se monitorizó durante 26 años a un total de 585 personas que habían intentado suicidarse desde el puente de San Francisco, y de los cuales el 97% de ellos aún vivían, o habían muerto pero por causas naturales.

«Si estás pensando en la muerte o en el suicidio, reduce o limita tu exposición a información o contenidos sensibles. Existen más contenidos positivos que negativos en las RRSS, pero estos últimos son más visibles y accesibles» concluye Miguel Guerrero.