Cien kilómetros es el mínimo para conseguir la Compostela, la acreditación de la peregrinación. Sin embargo, pocos son los que van más allá de eso. Joaquín Balibrea es un ejemplo, un murciano de 70 años que ha realizado a pie el camino desde Roma a Finisterre.

Con una media de 22 kilómetros al día, ha recorrido 2.700 kilómetros durante cuatro meses. El inicio fue en abril y su objetivo lo alcanzó a principios de julio. Un desafío más a su lista, tras los diez caminos que lleva transitados de mínimo 1.000 kilómetros. A lo largo de todas las rutas que ha llevado a cabo, ha caminado más de 20.000 kilómetros. «Ya no importa el final, sino el durante», afirma.

Por cientos y cientos de kilómetros que se recorran, la meta es la misma: la tumba de Santiago el Mayor, situada en la catedral de Santiago de Compostela. Joaquín quiso empezar este trayecto desde otra ciudad santa, como es Roma y, no satisfecho con llegar a Santiago, terminó en Finisterre, conocido por ser ‘el fin del mundo’ cuando se creía que la Tierra era plana.

En la catedral de Santiago al final del recorrido.

«Empecé a hacer caminos por curiosidad, por la aventura. Actualmente, lo he incorporado a mi forma de vida. Estoy más tiempo caminando que en casa», confiesa el murciano. Empezó hace 20 años con esta rutina, aumentando en cada ruta la distancia. El primero fue el mínimo de cien kilómetros desde Sarria, y hoy, con 70 años, ha caminado desde Roma a Finisterre. «Ya estoy en el último tramo de la vida. Esto te ayuda a superar tus miedos», comenta. Esta manera de explorar el mundo se ha convertido en su vida. Una forma de viajar que sale mucho más barata que coger un avión o un coche, solo depende de sus pies. «Una herramienta que nunca sabes a los lugares que te puede lleva», declara.

«Empecé a hacer caminos por curiosidad, por la aventura, y ahora lo he incorporado a mi forma de vida»

Él ha recorrido el trayecto de la vía Francígena, la que va hacia los Alpes, y la unió después a la vía Aurelia. Se necesita motivación mental, «cuando llegas a tu destino, un destino soñado, ya no eres el mismo, eres mejor» y también, por el enfrentamiento contra el miedo y el peligro. «Dos factores a los que tienes que desafiar si vas solo, pues es un camino muy solitario», recalca Joaquín. Atento a cada paso que da y alerta a lo que le rodea. Nunca sabe cuando el tiempo va a jugar en su contra y va a tener que refugiarse en algún albergue.

Al principio sí hacía los viajes acompañado: «Te vas acostumbrando poco a poco y ya gestionas el miedo de otra manera. Pero ya siempre lo hago solo». Aunque en albergues, conventos y monasterios sea donde se tope con más peregrinos: «Caminando, poca gente te encuentras». Muchos empiezan estas rutas por curiosidad y, al final, se quedan por la aventura y por el sentimiento que se despierta en ellos. Una manera de superar y gestionar sus miedos. «Como en todo, hay días malos y días buenos, pero al final el balance siempre es positivo y no hay arrepentimientos que valgan», señala Balibrea. Hay que tener a la precaución como tu mejor amiga a lo largo de la andanza.

No hay edad límite para llevar a cabo estas rutas, pero sí que se necesita tiempo para finalizarlas, sobre todo si quieres desempeñarlas desde otro país. Por ello, los jubilados son el grupo de edad mejor preparado. «Somos los que mayor cantidad de tiempo libre tienen y los que estamos preparados mentalmente para el aguante que se necesita», apunta. La edad no es ningún impedimento, «caminar no es muy complicado y se adapta a todas las edades». Es, al final, una ventaja y motivación más para vivir esta experiencia única. Joaquín se encuentra descansando, pero ya está preparando su siguiente ruta.