La Opinión de Murcia

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Salud

Más del 20% de los murcianos mayores de 65 años consume a diario tranquilizantes

Se recetan con relativa facilidad para tratar la ansiedad, el insomnio o el estrés, pero su uso suele generar una fuerte adicción especialmente entre personas mayores, que es el perfil de paciente que más las utiliza

Un operario organiza estantes en la farmacia de un hospital.

El 23% de los vecinos mayores de 65 años de la Región toma todos los días benzodiacepinas, un tipo de medicamento de los llamados tranquilizantes, y dentro de ellos, de los más adictivos. Su consumo a largo plazo comprende riesgos como el deterioro cognitivo, caídas, aumento de la mortalidad... Y, aunque los riesgos se incrementan en personas mayores de 65 años o polimedicadas, se estima que el perfil más común de persona que usa este tratamiento es precisamente ese: una mujer mayor, con ansiedad o depresión, que también toma otras pastillas para diversas patologías.

Según los datos que maneja el Servicio Murciano de Salud (SMS), en 2021 el 36% de las benzodiacepinas prescritas a cargo suyo fueron consumidas por pacientes mayores de 65 años. También aportan un dato muy significativo, el 23% de los murcianos en esta franja de edad consume benzodiacepinas a diario.

Antolín Periago es farmacéutico en Lorca. Cuenta a LA OPINIÓN que todos los tranquilizantes precisan de receta, y que, conociendo los riesgos de estos, intentan llevar un control para que se haga un correcto uso, pero resulta muy difícil. «En teoría la prescripción que se hace caduca a los 10 días, pero hoy día, con el formato de receta electrónica, una vez que te la hacen y está en tu perfil, la tienes como para un año», manifiesta al respecto.

Periago opina que es un problema estructural. «En la Seguridad Social no hay medios ni disponibilidad para que se haga un seguimiento correcto e individualizado de estos pacientes con cuadros de ansiedad y depresión», comenta, y añade que «la falta de psicólogos por lo público es muy notable y frente a esto se receta innecesariamente». Y lo explica con un ejemplo: «Es como ir al fisio, que tienes que pagar sesiones de rehabilitación por lo privado o te cosen a antinflamatorios por lo público».

El trapicheo de ansiolíticos, en alza en el mercado negro 

Aunque hachís, marihuana y cocaína son las drogas más habituales en la Región, el trapicheo de ansiolíticos está en alza. Ya lo revelaban los últimos balances de drogas incautadas en la comunidad un excesivo consumo ilegal de psicofármacos, entre ellos benzodiacepinas.

Fuentes policiales explican que personas que consiguen estos medicamentos de manera legal, porque se los receta su médico, trafican con ellos. Los venden a veces de uno en uno; otras veces, cartones enteros. 

Quienes los tienen en su receta electrónica también hacen caja: si una caja de 30 comprimidos de 5 miligramos de diazepam cuesta 1,50 euros en la farmacia, y cada pastilla la venden por 2 euros, les sale a cuenta. 

Con los datos en la mano, antes de la pandemia se requisaron sólo 289 unidades de este tipo de medicamento, y en 2020 ya se hablaba de 119.506 pastillas.

Como ya apuntaba el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías, esta clase de fármacos presenta un alto riesgo, sobre todo si son consumidas de forma recreativa: mezclarlas con alcohol puede ser letal. 

Consciente de esta problemática, hace unos años la Consejería de Salud desarrolló un programa de reducción de consumo de tranquilizantes en Molina de Segura. A pesar de que los datos resultantes de este programa fueron esperanzadores (un descenso de consumo en la población mayor de 65 años en un 7,3%), el recorrido de este programa fue «de corto alcance».

José Luis Escobar, psiquiatra coordinador de la Unidad de Conductas Adictivas del Centro de Salud Mental de Molina, participó de lleno en ese extinto proyecto, y lamenta que no se prolongara en el tiempo. Indica a este periódico que una de las razones por las que los tranquilizantes son tan adictivos es porque el efecto de estos tarda en notarse unas tres o cuatro semanas, y para entonces el paciente ya se ha acostumbrado a su uso. «De estos pacientes hay un número nada desdeñable que, tras esta medicación, necesitan un proceso de desintoxicación. He tenido varios casos de señoras mayores de 65 años a los que hemos tenido que programar un ingreso en el Reina Sofía, porque allí es donde se lleva a cabo la desintoxicación», precisa.

Escobar coincide con Antolín Periago a la hora de localizar las raíces del problema. «A día de hoy es muy difícil llevar el seguimiento de las recetas electrónicas. También conozco historias de pacientes que han ido a varios hospitales pidiendo recetas de benzodiacepina, y a varias farmacias, para que no les reconozcan. Las rotaciones en los centros de salud tampoco contribuyen a que se pueda revisar los casos individuales de los pacientes, sobre todo porque hay gente que viene a consulta directamente a presionar para que le hagas una receta».

A la hora de pedir soluciones, Escobar es contundente: «Opino que lo que debemos hacer para contener esto es conseguir una mayor coordinación entre centros y especialistas, y también que haya unas directrices claras de cuándo se reparte la medicación y cuándo se quita».

Aún así, queda mucho recorrido hasta aliviar este problema, que no sólo nace en los protocolos de los centros de salud, sino que es síntoma y consecuencia de una caída en picado de la salud mental de la población: la denominada «pandemia silenciosa» debido a los estragos que, en ésta, ha provocado la crisis del coronavirus en los dos últimos años.

Tratamiento ineficaz: «Benzodiacepinas para hoy, hambre para mañana»

Según el último informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, España encabeza el consumo mundial de ansiolíticos. Y los datos indican que esta tendencia no para de crecer. Jose Luis Escobar, psiquiatra coordinador de la Unidad de Conductas Adictivas del Centro de Salud Mental de Molina, comenta que «los estudios que hay reflejan que, en el trastorno de pánico, tienen la misma eficacia los tratamientos psicológicos que los farmacológicos, y lo mejor es que ambos se combinen. El problema es que en terapia no hay disponibilidad para atender a tantos pacientes. Si el número de sesiones recomendadas es de dos semanales, un paciente, por lo público, sólo puede ver a un psicólogo una vez al mes». Frente a esta incapacidad, se receta, añade.

Un estudio realizado en Portugal (otro de los países que tienen gran protagonismo en los rankings de consumo legal de ansiolíticos, sedantes e hipnóticos) indica que muchos casos de ansiedad o depresión se tratan con el médico de familia. 

En estas consultas, frente a la imposibilidad de proponerles a los pacientes soluciones para tratarse a largo plazo, les dan un tratamiento farmacológico que, en la mayoría de los casos, no resuelve el problema sino que lo cronifica, y que puede llegar a generar dependencia de esta medicación.

Ya en Italia se hablaba de un proyecto de ley en el que se contemplaba la dotación de un «bono psicológico» de 500 euros anuales para ayudar económicamente a los ciudadanos de su país con los tratamientos psicológicos que, cada vez más, acentúan una brecha social entre quienes pueden costearse las terapias privadas y quienes no, que, precisamente es una población más vulnerable a sufrir trastornos de ansiedad y depresión, según indican numerosos estudios.

También existe una brecha generacional entre la gente mayor, que muchas veces no posee dispositivos electrónicos y ha tenido que enfrentarse a un modelo de terapia post-pandémico mayoritariamente virtual.

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