Ésta es la crónica de un viaje realizado por cuatro personas, Teresa, Begoña, Paloma y Joaquín, un servidor, pertenecientes a la Asociación Amigos de Ritsona y que de nuevo volvíamos a la Isla de Lesbos en Grecia para el reencuentro con esa realidad de las personas refugiadas, realidad que está llena de amistades, de empatía, de aceptación mutua, pero, también de rabia e indignación por ver el maltrato y la humillación a esas personas que huyen del horror de la guerra, del hambre y la sed. Cada año volvíamos, pero la aparición de este maldito virus hizo que estuviéramos dos años sin poder ir, aunque estábamos en contacto continuamente.

Éramos conscientes de que la situación había cambiado sustancialmente, pero la realidad que nos encontramos nos sobrecogió y nos desbordó emocionalmente. No solo te deja sin palabras, sino que te genera un montón de sentimientos desordenados y que colisionan entre sí.

Lo que nos encontramos no fue un campo de personas refugiadas, sino una cárcel de 1.400 personas, muchos niños y niñas, con sus muros y sus alambradas de concertinas, con controles policiales, apoyados con una empresa de seguridad privada y con presencia de militares, porque está ubicado en una zona militar, frente a las costas turcas. Hace un tiempo había tres campos de personas refugiadas, que eran el de Moria, Kara Tepe y Pikpa. El campo de Moria era un campo absolutamente desbordado de personas refugiadas, con condiciones indignas, insalubres e inseguras y abandonado por las autoridades griegas.

Varios de los miembros de la Asociación Amigos de Ritsona, en Grecia. L.O.

Este campo se destruyó totalmente como consecuencia de un terrible incendio, quedando más de diez mil personas transitando por la carretera, durmiendo al raso y teniendo prohibido acercarse a la capital Mitilene, lo cual impedía un fuerte dispositivo policial. En vez de optar por la acogida, se decidió construir un nuevo campo, una decisión tomada por las autoridades griegas y la Unión Europea, que finalmente optaron por situarlo en la orilla de la playa, escondido, sobre un terreno contaminado por el plomo. Se levantaron cientos de tiendas de ACNUR, (Agencia de la ONU para los Refugiados), la gran ausente del campo de Moria y en muchas otras cuestiones, para cobijarlos y encerrarlos.

«No pueden salir sin autorización previa y solo una vez por semana. Les interrogan cuando regresan»

Aprovechando esta circunstancia, la maldad no descansa, se cerraron los campos de Kara Tepe, utilizando este nombre para denominar al nuevo campo, y Pikpa, cuyas condiciones eras buenas, porque eran campos pequeños y donde se cuidaba a las familias, poniendo el acento en los hijos e hijas, para que pudieran recuperar su infancia, y que esos recuerdos crueles fueran sanados por un ambiente cálido. Quiero destacar el campo de Pikpa que atendía a familias vulnerables y que era un campo que rezumaba ternura, bondad y una nueva oportunidad para rehacer las vidas destruidas psicológicamente, buscando salidas dignas de acogida. No hubo contemplaciones y lo clausuraron. No me quiero imaginar qué sintieron esas familias cuando fueran trasladados por la fuerza policial, y sin ninguna humanidad. Sus vidas de nuevo eran destruidas por la política de la Unión Europea, donde el Gobierno griego lo realiza sin ningún miramiento y con total identificación, no tiene problema para actuar de esta manera.

Fuimos a visitar lo que quedaba de Moria, de Kara Tepe y Pikpa; el de Moria fue destruido por el fuego, pero el de Kara Tepe y el de Pikpa fueron destruidos por el fuego de la política basada en la inhumanidad y brutalidad que viene de Bruselas. Contemplar la destrucción y el silencio nos golpeaba, nos dejó conmocionados y con un profundo desgarro en el corazón; la pregunta que resonaba una y otra vez era: ¿Cómo es posible que no seamos capaces de parar la guerra y acogerlos humanitariamente?

Varios niños asisten a una actuación infantil. L.O.

En esta cárcel (no es un campo de personas refugiadas) no pueden salir sin autorización previa y solo una vez por semana y cuando regresan tienen que dar explicaciones de dónde han ido, qué han hecho, con quiénes han estado y de qué han hablado. Estuvimos con un amigo refugiado, que después de unos minutos de conversación, se puso nervioso y dijo que volvía al campo. Tenía que volver pronto para no dar muchas explicaciones para no tener problemas. De hecho, muchos no salen para evitarse las trabas burocráticas y los interrogatorios. Además, en tiempo de vacaciones, cuando llegan turistas, hay muchas más restricciones en las salidas. Según esta política miserable, son incompatibles las personas refugiadas con los turistas.

«Cuando llueve se inunda y entra agua a las tiendas. Tienen solo siete minutos de agua caliente»

Al estar en la orilla del mar, el frío y la humedad son insoportables, de manera que los labios de muchos menores se ponen morados, sobre todo por las noches, por ese frío y esa humedad. Cuando llueve se inunda y se convierte en un barrizal y entra agua a las tiendas. Tienen solo siete minutos de agua caliente, se asean y lavan en cubos y los que van en sillas de ruedas no puedan desplazarse porque todo es chinarro sin pavimentar. La comida es suficiente pero de pésima calidad y, como la pequeña aportación económica que recibían la han suprimido, ni siquiera pueden comprar ahora alimentos para compensar algo la situación.

Como lo consideran una instalación militar está prohibido hacer fotos, incluso desde fuera, y, de hecho, han detenido a personas que han hecho fotos desde fuera, llevados a comisaría y con petición fiscal de cárcel.

«No es de extrañar que hayan muchos problemas de salud mental, incluidos los menores, con intentos de suicidio»

No se puede entrar; está totalmente prohibido. Nosotros lo intentamos el primer día y ofrecimos una actuación para los niños y niñas pero nos la denegaron, ni siquiera pudimos hablar con el responsable del campo, que se limitó a enviarnos a dos policías para comunicarnos que ‘no’ y que nos fuéramos. ¿Cómo se puede negar una actuación a unos niños y niñas para arrancarles una sonrisa? No es de extrañar que haya muchos problemas de salud mental, también en los menores, con intentos de suicidio.

Hay dos cosas que quiero también subrayar. La primera, es que hay un proyecto para construir un nuevo campo, una nueva cárcel, a treinta kilómetros de la capital, con lo cual el aislamiento sería total. Lo segundo que quiero subrayar es la devolución de las personas refugiadas a Turquía, introduciéndolas por la fuerza en botes que llaman ‘tienda de campaña’. Es inhumano y viola el derecho internacional. De esto se encargan los guardacostas griegos y los barcos de Frontex.

Soy consciente de que me dejo muchas cuestiones en el tintero que vimos y vivimos, pero no queremos que este drama se olvide y seamos indiferentes, porque seríamos cómplices de esta política de encarcelamiento de las personas refugiadas. Sus vidas son importantes y nos importan desde la amistad, la justicia y la propia humanidad.