A lo largo de 2021, 34.000 trabajadores de la Región de Murcia vieron cómo su contrato se convertía en indefinido, según datos ofrecidos por el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE). Los contratos convertidos supusieron, pues, el 36% de los contratos indefinidos que se firmaron en la Comunidad durante los últimos doce meses, que fueron, en total, 93.733. Se trata de una notable mejora con respecto al año anterior, 2020, en el que el número de conversiones de contratos temporales en indefinidos fue de 23.994.

Si bien es cierto que los contratos indefinidos aumentaron, también lo hicieron los temporales: en 2021 se firmaron 875.436. Esto significa que, del total de contratos firmados en los últimos doce meses, 969.169, un 90,3% fueron de duración determinada, mientras que tan solo 9,7% fueron de carácter indeterminado.

José Ángel, un joven murciano de 24 años, lleva trabajando desde los 16 y nunca ha tenido un contrato indefinido.

Su primer trabajo fue en el sector de la hostelería, en un restaurante. «Al principio empecé trabajando en negro», cuenta. «En un periodo de prueba» que duró dos meses, tras los cuales lo contrataron temporalmente durante tres meses. Mientras estuvo «de prueba», trabajaba en el turno de noche, de nueve a siete, y a menudo lo llamaban para trabajar «horas extras» de diez de la mañana a cuatro de la tarde; cuando por fin tuvo contrato, siguió haciendo «horas extras», aunque ahora un máximo de tres días a la semana, porque «me podía negar», si bien el chantaje era algo habitual. «Deberías estar agradecido porque te pagamos, pero si no sigues trabajando como cuando estabas de prueba, el contrato lo podemos anular», le aseguraban. Al final, tras un periodo vacacional, decidió dejarlo.

En su último trabajo la comida era una suerte de ‘plus’ que le iban descontando de su sueldo mensual

Posteriormente trabajó brevemente como mecánico, pero volvió a la hostelería, primero al mismo puesto que había tenido en su primer trabajo, y después pasó a un bar de copas, en el que lo contrataron, de nuevo, temporalmente durante seis meses. En este bar trabajaba de tres de la tarde a diez de la noche los días laborables, y hasta la hora de cierre, indefinida, los festivos.

Tras dejar este último trabajo en la hostelería, encontró un puesto como mozo de almacén en una empresa de alimentación. Trabajaba siete horas al día, un horario más estable, aunque con alguna que otra hora extra. Lo contrataron dos veces, por dos temporadas: la del brócoli y la de la sandía (desde octubre hasta junio y desde julio hasta septiembre).

Recientemente volvió a trabajar en la hostelería, de nuevo con un contrato temporal de tres meses. Su jornada laboral era, en principio, de nueve horas, pero «a veces se transformaban en diez» porque lo llamaban por la mañana. La comida era una suerte de ‘plus’ y se la descontaban del sueldo. Solo tenía un día de descanso a la semana.

José Ángel no duda en manifestar que «lo que hay ahora no es trabajo, es esclavitud. Si trabajas no tienes vida; si tienes vida, no tienes trabajo. A las empresas les conviene coger a los jóvenes, quemarlos, echarlos a los tres meses y buscarse otros nuevos. Todos mis amigos trabajan con contrato temporal en los peores trabajos, con una burrada de horas porque eres joven, te mandan al paro y se buscan a otro»».