Tía, tía, Papá Noel ha venido mientras estábamos cenando. Me ha dejado una carta y la cama de la abuelita está llena de regalos para todos». ¿Recuerdan cuando eran niños? ¿Recuerdan cuando creían en la magia? Cuando todo era posible. 

Cada casa tiene su tradición y sus creencias, en la mía cuando era pequeña, allá por los 80, en casa de los abuelos maternos en Lorca, no celebramos la llegada de Papá Noel, hemos sido de los Reyes Magos, pero el 24 de Diciembre siempre recibía algún regalo porque en casa se celebra mi santo la noche de Nochebuena a las doce de la noche, por aquello del portal de Belén. 

Fui la primera nieta, antes que yo tres chicos, mi hermano y mis primos, siete años mayores que yo, tenían el reinado en los encuentros familiares, pero esta rubia de ojos azules, al llegar, los destronó rápido. Recuerdo las Navidades en Lorca, en casa de la abuela Nina, la casa llena de gente, los perros del tío Miguel, mis primos, mis tíos, la abuela y María, sus pies y sus manos, que nos adoraba, también nos crió y sobre todo nos sufrió. Recuerdo no dejar viva la fuente de la masa de las croquetas o las bolsas de crespillos. Recuerdo el brasero, donde la abuela, mientras veía una película de Bud Spencer, decía viéndole repartir guantazos: «Qué bien trabaja este hombre». Recuerdo el baño helado y las duchas en los días de diciembre. Recuerdo a toda la familia sentada a la mesa, con la abuela presidiendo; recuerdo las sobremesas y las siestas, recuerdo a mi madre gastar bromas sin parar durante la cena de Nochebuena; recuerdo que llegaran las doce de la noche y no venía Papá Noel, venía toda mi familia a darme besos, abrazos y regalos. 

Y luego llegaban los Reyes Magos. Confesaré sin pudor que tenía verdadero pánico al cartero real, ese clásico navideño por el que hemos pasado todos. Nuestros padres nos llevaban para hacernos esa foto infame llorando sentados en el regazo de un señor disfrazado, que no sé si él tenía más pánico que nosotros, pero a quien en aquellos años de niñez mirábamos con auténtico acojone, al menos yo. Se las tuve que hacer pasar putas a mis padres, porque cada año echaba la carta a los Reyes Magos en un buzón, tenía pesadillas sólo de pensar en tener que hablar y acercarme al emisario de sus majestades los Reyes Magos de Oriente en los que creí hasta los doce años. 

La magia de todas las navidades de mi infancia la crearon mis padres, lo dieron todo por mantener la ilusión, la inocencia, nada podía romper ese vínculo que ellos mantuvieron durante años. Los vasos de leche, las galletas, las madrugadas envolviendo regalos en silencio, a escondidas, mamá llegando a casa de madrugada buscando el regalo que le faltaba, papá contándome historias que hacían que le mirara con ojos de plato muy atenta, sintiendo que todo era tal y como me lo contaba. Las cartas que sus majestades me dejaban cada año dándome consejos, sabiendo las asignaturas que me habían quedado y como tenía que mejorar y portarme bien; yo las leía atenta, sin pestañear, sin ver la letra de mamá por ningún lado y sin parar de repetir que eran magos y que me conocían. 

No sé en qué momento descubrí que la vida adulta era una estafa y cómo desapareció la ilusión o, mejor, diré que no ha desaparecido, la he transformado, porque creo que algo de mí se aferra cada año a mantener ese espíritu que me conecta con mi niñez, con mi familia, con una vida de la que ya no queda nada. 

Little Unzu ayer y su grito de ilusión es lo único que hace que siga creyendo en la magia de estos días, es lo único que anestesia el dolor que produce el paso del tiempo. Agárrense a la magia, la vida a veces sin ella es demasiado insoportable. 

Salud y vida.