Dicen que cuando viajas a África y conoces a sus gentes te enamoras de este continente. Con sus luces y sus sombras, con su gran ternura y sus violencias, con sus riquezas y sus pobrezas. No te deja indiferente. Tal vez por sus grandes contrastes, tanto para lo bueno como para lo malo, rompiendo esa imagen negativa estereotipada que tenemos, porque también hay muchas vivencias llenas de logros, de bondad, de vida y lucha por un futuro mejor. Mozambique es expresión de todo esto.

MOZAMBIQUE

Y eso nos pasó cuando viajamos por vez primera en el 2015 a Mozambique a colaborar en el proyecto de comedor Mama Teresa Ramos, ubicado en la zona de Lumbo. Un proyecto promovido por la ONG Makúa de la Región vinculado a las Franciscanas de la Purísima Concepción, que hacen una inmensa labor junto a otras órdenes religiosas y financiado, en una parte importante, por las Comunidades Cristianas de Base de Murcia. Desde entonces hemos vuelto cada año, excepto el anterior por la pandemia. Hay que decir que el Makúa es la lengua y la cultura originaria de Mozambique, aunque también se habla portugués, porque fue colonia.

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Es curioso escuchar cómo la primera pregunta después de la vuelta a España es sobre la situación de la pandemia en Mozambique. Les digo que hay datos oficiales nada fiables, porque no hay capacidad sanitaria para ese control. La gente enferma y muere de malaria, de fiebre tifoidea, muere de cualquier enfermedad por falta de asistencia sanitaria y también mueren por el coronavirus. Nos decían allí que habían fallecido niños menores de cinco años por el coronavirus y, sin duda alguna, un factor esencial es el hambre, tienen pocas defensas, y la falta de higiene, porque en muchos hogares no hay agua y son muchos en la familia.

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En relación a lo anterior, hay una situación que es tremendamente dolorosa y es la falta de hospitales. Además, los que existen dejan mucho que desear, porque no tienen ni profesionales ni material. Es durísimo que, por ejemplo, un niño de pocos años, por un flemón, por una infección de boca, muera al final por una asepsia generalizada. La gente no tiene medios para ir a los hospitales. Ni qué decir tiene que existen hospitales privados que tienen mucho más medios, pero solo para gente que tiene posibilidades económicas. La vida es muy injusta porque la hemos hecho así. Las grandes desigualdades se reflejan en este país, donde existe una minoría muy pudiente.

Volviendo al comedor Mama Teresa Ramos, hay que decir que se atiende a unos 300 niños y niñas de lunes a sábado. Hay tres turnos y menos plazas por la dichosa pandemia. Es la única comida decente que toman al día. Cuando llegamos al comedor, en el vehículo de las hermanas, te emociona cómo salen a recibirnos las ‘crianzas’ cada día, no se cansan, gritando «ermas, ermas, ermas», que significa hermanas, con una gran alegría, con una sonrisa que te cautiva, con su cercanía que te llega al corazón. Son cariñosos desde el primer instante, te saludan con las manos y con un rostro que transmite una inmensa afectividad. La verdad es que los echo de menos y cada vez que me levanto y salgo a la calle en mi pueblo, Las Torres de Cotillas, resuena en mi corazón las palabras «ermas, ermas, ermas» y sigo viendo sus rostros con su sonrisa, corriendo hacia nosotros con sus pies descalzos. Escribiendo esto se me salta alguna lágrima, porque conquistan el corazón.

Allí han fallecido menores de 5 años por coronavirus, ya que tienen pocas defensas, falta de higiene y agua

Sigue siendo impresionante el cuidado de los hermanos mayores a sus hermanos pequeños. Es conmovedor ver cómo les pasan la mitad de la comida a los más pequeños. Otra situación que te interpela es ver cómo cogen el huevo cocido y se lo meten en el bolsillo para dárselo a sus hermanos que no han podido entrar al comedor, porque no hay más capacidad. Hubo una situación muy llamativa y fue cuando un niño había comido la mitad del plato, se levanta y sale corriendo, lo cual me provocó no entender qué pasaba, pero después entró su hermano para terminar la comida, el cual se saltaría la valla. No tuve corazón para decirle que eso no se podía hacer y menos cuando el hermano que entró me miró con miedo sin dejar de comer en ningún momento por si le decía que se saliera, que eso no se podía hacer. Le sonreí y él me respondió con otra sonrisa. Viéndolos comer con ese hambre, en silencio, solo oyendo el ruido de la cuchara al golpear el plato y viendo cómo con los dedos rebañan el caldo pienso en cuál será su futuro, sabiendo que la esperanza de vida es solo de 46 años.

En relación a lo anterior, es muy duro ver a niños y niñas en la puerta diciéndote que quieren comer, pero, por falta de recursos, no hay más posibilidades. Reconozco que los escucho cuando paso cerca, pero soy incapaz de mirarlos. No sé qué pensarán ni qué sentirán, me imagino que deben sentirse excluidos. ¿Cómo explicarles que no hay más capacidad de ayuda?

Gas, petróleo y rubíes

Sigue el conflicto en Cabo Delgado, donde en los últimos meses se ha recrudecido causando más de 500.000 desplazados. Es un conflicto que surge en el 2017, a raíz del descubrimiento de gas, petróleo y piedras preciosas. Es un conflicto cruel que ha provocado miles de muertos, de familias campesinas masacradas, con niños y niñas secuestrados por parte de los insurgentes. Las imágenes de las familias huyendo son desgarradoras, y queda en la retina la imagen de una madre gritando desesperada porque se habían llevado a su hija. Es un conflicto donde están los yihadistas, porque hay intereses de Arabia Saudí de que ese petróleo y ese gas no se comercialice, porque supondría la bajada del petróleo y el aumento de la fabricación de vehículos a gas; los narcotraficantes quieren seguir con sus negocios y no quieren interferencias y, por último, el propio gobierno mozambiqueño mantiene una postura no decidida y se ha visto obligado a recibir ayuda de otros países africanos, como el ruandés. Lo único claro es que es la población civil quien está sufriendo una guerra cruel por intereses económicos, no por motivos religiosos; la relación entre católicos, evangélicos y musulmanes es muy cordial. ¡Ojalá encuentren los caminos de la paz y las familias puedan volver a sus hogares recuperando a sus hijos secuestrados!

«Cada día que salgo a la calle en las Torres de Cotillas resuenan en mi corazón sus gritos llamándonos ‘ermas’»

Para terminar esta crónica, dejando muchos aspectos vividos en el tintero, quiero expresar que el pueblo mozambiqueño es un pueblo que lucha por sobrevivir cada día. La inmensa mayoría de la población vive de lo que vende en los mercados que se extienden por todo el país. Viven cada día de lo que pescan, de lo que producen sus machambas, que son pequeños huertos. Es un pueblo que lucha por salir hacia adelante, que cada día hace un esfuerzo por crecer. Cada día ves colas de estudiantes por la orilla de las carreteras que hacen muchos kilómetros para ir a las escuelas, a los centros de secundaria. Ves por la orilla de la carretera a mujeres que tienen que caminar kilómetros para obtener agua potable de los pozos. Verlas con los cubos en la cabeza y erguidas como si nada es sobrecogedor, y piensas en la fuerza que tienen sus cuellos.

Es un pueblo acogedor, hospitalario, donde no te sientes extranjero, que confía, de sonrisa fácil, de amabilidad, que valora lo pequeño, que agradece enormemente la solidaridad. Es un pueblo que sigue luchando por construir un futuro mejor, sabiendo que es un camino difícil y lleno de sufrimiento.