Los profesionales de la psicología llevamos mucho tiempo advirtiendo de una realidad que denuncia la insatisfacción, a la par que el sufrimiento, de las personas con la vida. Desde su variada causalidad coinciden perfiles especialmente vulnerables que nos marcan el camino de lo que puede estar ocurriendo. Poblaciones como los mayores (porcentajes de consumación de 2 a 1), los jóvenes (primera causa ya de muerte entre 15 y 29 años) o las personas expuestas a alta vulnerabilidad económica y laboral y los graves deterioros que afectan a la salud física y/o mental, hacen mella ante la vivencia de lo percibido como intolerable.

Ahí parece estar la clave. El desamparo que siente la persona inundada por un sentimiento de desesperación, que le lleva a un acto, que requiere de un impulso hacia el deseo de morir, como una salida ‘decidida’ al sufrimiento o ante la pérdida de ese deseo.

Sin embargo, cuando exploras en las tentativas, muchos te dirán que no saben, que no es una, la única razón, que son muchas. Por eso, en muchos mayores, adolescentes o adultos expuestos a los avatares de la vida, domina un estado afectivo negativo, conocido como depresión, y a veces acompañado de una intensa angustia, la ansiedad. La aparición de esas ideas en torno a la propia muerte comienza a calar cuando las personas no ven salida.

Ahorraríamos mucho agravamiento y medicalización si pensáramos en la salud psicológica en términos de prevención

Lo habitual es que hablen de ello. Generalmente hay gestos, conversaciones, cambios que, de una forma u otra, anuncian una constatación de que algo pasa. Ser capaz de ver, preguntar y acoger, bien acompañando, bien buscando la ayuda profesional adecuada, es fundamental. Hablar de ello puede ser determinante para el adecuado afrontamiento del problema.

Vivimos en una sociedad compleja, con enormes retos y dificultades para alcanzar cierta satisfacción con la vida; retos que se configuran desde el contexto social actual, hacia formas de vida, inundadas de estrés y mensajes que tratan de orientar sobre lo que ha de ser ‘importante’, afectando a lo más íntimo del ser humano.

Se marcan metas, desde los mensajes dominantes, sobre lo que debemos entender como satisfacción o bienestar personal, y se establecen orientaciones de «hágalo usted mismo» o «tiene derecho a ser feliz», desde expectativas, que muchas veces no pueden cumplirse. En ese contexto, bajo los imperativos del mundo del consumo y de la precariedad, el choque de sentimientos ambivalentes está garantizado.

Sin una red de amortiguación, aquel que sufra o sea vulnerable, queda en el desamparo, en el silencio o en la soledad. Por eso, los perfiles de cada acto suicida son muchos, consumado o no, todos, historias de biografías donde la vulnerabilidad descansa en la trama de la desesperación o del aparente sin sentido.

El suicidio, como dice el psicólogo J.R. Ubieto, «es un acto específicamente humano». Un acto que existe desde siempre y que cada sociedad ha comprendido desde diferentes perspectivas. La nuestra está en cotas que denuncian que algo no va bien, y hablar de la muerte no se lleva, y esto lo hace más difícil.

¿Es el suicidio un tema tabú en nuestro país? ¿Cómo deberían los medios tratar este tipo de noticias?

«Si, es un tema tabú, por las razones apuntadas y por muchas más. La complejidad de los factores implicados y la diversidad de condiciones y circunstancias que rodean los suicidios consumados o a los gestos, hacen que la respuesta a esa pregunta no sea sencilla. Por lo que tenemos que ser cuidadosos en los esfuerzos de comunicación siempre ante lo complejo.

La estrategia del plan de salud mental de la CARM 2019-2022, incluye entre sus objetivos el adecuado abordaje desde los medios de comunicación como una forma de visibilizar y concienciar, pues debido al llamado Efecto Werther (casos de suicidio por imitación), hay que hacerlo adecuadamente, desde un tratamiento alejado del sensacionalismo. El Colegio Oficial de la Psicología de la Región de Murcia (COP-RM) ha comenzado con este objetivo celebrando la I Jornada sobre Psicología y Suicidio ‘Tratamiento del suicidio en los medios de comunicación’, que se celebra hoy.

Desde el COP-RM queremos contribuir de forma directa y La Opinión de Murcia nos ha brindado una excelente colaboración para hacer realidad esta jornada, y agradecemos igualmente la participación entusiasta del resto de medios regionales y nacionales por su interés. La única forma de garantizar un adecuado tratamiento en este sentido es conocer en profundidad de qué estamos hablando y cuál es nuestro objetivo.

Este año, comenzamos con esta temática, conscientes del determinante papel de los medios de comunicación para contribuir en el abordaje, y no puede ser más que creando oportunidad, estilo, compromiso y visibilidad en algo que nos ha de ocupar y preocupar, pues es responsabilidad de todos».   

El filósofo Franco Berardi señala que vivimos en un mundo donde la máquina cerebral queda expuesta al continuo bombardeo de la estimulación de imágenes. Acelerada, ha reaccionado de forma competitiva y ansiosa cortocircuitando los filtros emocionales. Esto ha tenido consecuencias en la vivencia del tiempo, marcado por el cambio determinante que el desarrollo tecnológico ha introducido al pasar de un mundo analógico al actual, digital. Pero cada vez más solos, más individualistas.

Este cambio ha supuesto pasar de un pensamiento construido en un tiempo lógico que permitía elaborar y poner palabras a nuestras vivencias, acompañadas por el otro, en las relaciones donde padres, madres y adultos del entorno acompañaban a una infancia o adolescencia en construcción, de forma que los procesos de pensamiento, cognitivos y emocionales, permitían la creación del pensamiento crítico. En el salto cualitativo marcado por el toque inmediato a lo digital, la consecuencia ha sido la pérdida del pensamiento secuencial que requería de esos espacios de elaboración, propios de la espera psicológica.

La consecuencia es la respuesta inmediata en forma de impulso y compulsión, y en esta inmediatez hace muesca la angustia de lo incierto, perdiendo la vivencia de las experiencias, propias de las interacciones humanas. No hay vida sin experiencias, solo actos. En esa suma imparable se genera un vacío que termina por minar.

Somos seres sociales, necesitamos una cierta compañía, unas mínimas condiciones de sentido que permitan poner palabras a un sentimiento de pertenencia al mundo, a un proyecto o sentido vital, a un lugar que nos es asignado y nos asignamos, que justifique esa dignidad que nos hace sentir que contamos.

Los profesionales de la psicología nos acercamos a ese vacío mudo, de dolor y sin sentido de actos, proponiendo esperar para comprender y, en ese tiempo, tratar de poner palabras que permitan una cierta orientación cuando las coordenadas se han perdido. Es una labor que requiere de un saber preciso y cauto por respetuoso, orientado por el conocimiento de una disciplina exigente que se aleja de simplificaciones o mitos que dominan, muchas veces, desde el tabú, hacia lo que despierta miedo e inseguridad, creando estigma.

Los datos son contundentes. No dejan duda sobre la realidad de un problema de salud pública (OMS, 2004). Un problema complejo que precisa de preguntas para encontrar vías de abordaje siendo realistas, es decir, desde planificaciones estratégicas multinivel, que requieren de tiempo y espacio para que produzcan correcciones de suficiente calado en la sociedad.

Llevamos mucho tiempo reclamando desde los colegios oficiales de psicología y desde el Consejo General de la Psicología la esperada y obligada presencia que introduzca a nuestros profesionales clínicos dentro de los centros de salud de atención primaria. Gran parte de estas consultas médicas, en torno a un 40%, están relacionadas con problemas de salud mental y, en ellas, se detectan muchos de los indicadores y factores de riesgo relativos a la tendencia y conducta suicida.

Ser capaz de ver, preguntar y acoger es fundamental. Hablar de ello puede ser determinante para el afrontamiento del problema

Ahorraríamos mucho agravamiento y medicalización, en cronificaciones hacia ninguna parte, si pudiéramos pensar la atención de la salud psicológica en términos de promoción de la salud y prevención. Para eso, necesitamos compromisos inequívocos de las administraciones que, más allá de lo puntual, sean capaces de planificar para llegar a crear redes facilitadoras de sostenimiento desde los perfiles más vulnerables y de aquellos que despuntan con problemáticas agudas. Por tanto, los abordajes pasan sí o sí bajo la consideración de la dimensión psicológica, no solo médica, y en contextos educativos y sociales, en términos de cohesión y protección. Seguimos esperando.

Se requiere, por tanto, de un esfuerzo conjunto, de la red de todo el sistema, que ha de implicar interadministrativamente, a lo sanitario, educativo y a los servicios sociales, por donde transitan la mayor parte de los afectados y sus familias; los ecos de una onda expansiva, que la OMS cuantifica en al menos 6 afectados por cada suicidio consumado.

Pero existe una clara dificultad o resistencia a la hora de introducir el perfil del psicólogo o psicóloga en el ámbito sanitario, primaria o especializada (la ratio actual de profesionales de la psicología clínica es incompatible con una atención de calidad a pesar de los esfuerzos de los profesionales, 1 ó 2 psicólogos por cada 100.000 habitantes en la Región de Murcia, dependiendo del área y en adultos) o en los servicios sociales, donde se podrían abordar preventivamente, desde lo no medicalizado, muchas problemáticas asociadas a la infancia y adolescencia o las crisis familiares que posteriormente se agravan; o en lo educativo, donde la detección es una realidad que no encuentra más salida que la derivación sanitaria o las etiquetaciones diagnósticas. Al final, todo llega a una sobresaturada medicina de familia, porque es el único lugar donde acudir para derivar a un profesional de la psicología, ya en niveles de atención propios de la patología mental.

En efecto, los psicólogos tenemos mucho que decir al respecto. Crear esa red desde lo público, incluyendo en las estrategias al tejido asociativo, permitiría una respuesta multimodal, interdisciplinar y preventiva, pero siempre bajo estándares técnicos que garanticen la intervención de calidad.

Nadie dice que sea fácil, pero es indudablemente posible, y mucho más coste eficaz de lo que pudiera parecer. La investigación y la literatura obrante es clara, contundente. Si nos quedamos únicamente en la detección y no acompañamos de atención y tratamientos adecuados, igualmente dejamos a la ciudadanía en el vacío.