Si se mira con cuidado, por la esquina del calendario empieza a adivinarse la ‘s’ de septiembre. Muchos experimentan pavor al leer juntas esas diez letras. Y tienen sus razones: los psicólogos lo llaman ‘crisis postvacacional’ y, dicen, afecta a prácticamente todo el mundo. María José Ros, psicóloga murciana, miembro del equipo de trabajo de psicología privada del Colegio de Psicólogos de la Región de Murcia, es concreta: «Hay que ser autocompasivo». A ella nos aferramos.

¿A qué llaman los psicólogos ‘crisis postvacacional’?

En primer lugar hay que decir que no es una enfermedad propiamente dicha. Es un trastorno transitorio que puede durar días o alguna semana y se produce cuando nos resistimos a un periodo de adaptación en un momento de cambio. Acaba el verano, los niños y adolescentes vuelven a las clases, los mayores a sus trabajos y quehaceres...pero no solo volvemos a eso. Volvemos a los horarios ajustados, a las dificultades del transporte y la conciliación familiar, a la carga de trabajo...

¿Se puede alargar en el tiempo?

Puede ser. Si dura más de dos o tres semanas habría que acudir a un especialista para que valorase otras dificultades que podrían estar influyendo en este cuadro.

"Es recomendable no volver de la playa o la montaña a la oficina, sino retornar un día o dos antes a la planificación habitual del hogar"

Si nos provoca una crisis volver a la rutina que ocupa la mayoría de meses del año, ¿no va algo muy mal?

En bastantes casos es así. A veces tenemos que volver a trabajos en los que no estamos bien, tenemos estrés, desencanto laboral, condiciones laborales, económicas u organizativas que nos resultan desagradables...también podemos volver a una rutina familiar o de pareja que no funcione bien. Es normal sufrir una crisis postvacacional si volvemos a un lugar que nos resulta inhóspito. Si algo nos provoca emociones negativas, nos va a resultar hostil al volver. Eso ya excedería lo que entendemos como síndrome postvacacional.

¿Afecta a todo el mundo?

Sí, y, en general, de forma parecida. Se experimenta cansancio, dolores de cabeza, insomnio -con respecto al insomnio es muy significativo que muchas personas tienen problemas para conciliar el sueño durante todo el año, se van de vacaciones, consiguen descansar y al volver están en las mismas-, dificultad para concentrarse, disminución de líbido, falta de apetito, irritabilidad, nerviosismo, melancolía...Todo esto se puede manifestar también a nivel físico con el típico resfriado de verano, porque el cuerpo al final refleja lo que nos está pasando a cualquier nivel.

«Debemos intentar vivir el presente, no recrearnos en la melancolía del pasado ni en la ansiedad del futuro»"

¿Se sufre igual a todas las edades?

Hay diferencias. En los niños, por ejemplo, es muy habitual. Llevan desde junio sin horarios fijos, sin tareas ni preocupaciones, disfrutando de ambientes distendidos y sin tantas medidas covid...es normal que experimenten ese vacío, pero tenemos que estar atentos por si debajo de eso hubiera algo más grave, como podrían ser problemas de adaptación, presión de los padres o, incluso, episodios de ‘bullying’.

¿Cómo influye el coronavirus en el síndrome?

Lo agrava. En verano vivimos algo parecido a un periodo prepandémico, pero al volver hay que trabajar o ir al colegio, hay que llevar mascarilla durante ocho o diez horas, hay que usar un transporte público que está masificado, cuesta respetar los espacios...a eso súmale que volvemos estar más atentos de la actualidad, que en una situación como esta siempre va a suponer un aumento del estrés y el nerviosismo. Por eso, la pandemia aporta otra dosis de malos pensamientos en un momento en el que ya los tenemos de por sí.

"Si el síndrome dura más de dos o tres semanas habría que acudir a un especialista"

¿Cómo se debe afrontar la vuelta a la rutina?

Intentando potenciar los pensamientos positivos. Seguro que el reencuentro con la habitual tiene una parte buena. Hay que ser flexible con uno mismo, aceptar las cosas como vienen y permitirnos descansar si estamos cansados. Es normal, por ejemplo, frustrarse o enfadarse por estar cansados sin hacer nada. En ese momento tenemos que intentar tomar perspectiva y saber que estamos adaptándonos a un cambio. Hay que ser autocompasivo. Si es posible, sobre todo si tenemos en la familia niños o mayores, es recomendable no hacer un regreso brusco. No volver del mar o de la montaña directos a la oficina, sino retornar un día o dos antes a la planificación habitual del hogar. En el caso de los niños hay que facilitar la adaptación. Ir con ellos a comprar los libros, que los forren, que diseñen sus libretas para que vayan entrando poco a poco en el cambio de rutina. Los horarios de comida y descanso también conviene ir adaptándolos poco a poco para acostumbrar al cuerpo. Y luego, hacer deporte siempre ayuda.

Hay quien considera que el año comienza en septiembre y no en enero.

Claro, eso también puede agravar el síndrome, se mezcla cierta ansiedad con la tristeza. Para ello es recomendable afrontar nuevos retos, centrarnos en alguna afición que nos gustaría desarrollar y, sobre todo, intentar vivir el presente, no recrearnos en la melancolía del pasado ni en la ansiedad del futuro.